El Poblado y la Aba’a
Al integrarse una nueva familia en el poblado, un nuevo matrimonio por ejemplo, construía su casa habilitando una construcción para la mujer en la que esta disponía de la cocina y de espacio para atender a sus hijos, atender algún tipo de trabajo y algo más privado su dormitorio, territorio de la mujer en que durante el día el hombre era raro accediera.
El hombre circunscribía su vida a sus trabajos o dedicaciones cotidianas por las mañanas, reuniéndose entrada la tarde en la casa de la palabra o Aba’a, donde departía con los vecinos o visitantes masculinos.
A veces temprano en la mañana y siempre en la tarde, antes y después de su trabajo en la selva, los hombres se reunían en el aba’a donde cada cual presentaba si hubiera su problema o duda, y al que se daba respuesta o colaboración adecuando el día a la circunstancia precisa si la hubiera, o retomando cada cual su dedicación diaria, esto contribuía a convertir el aba’a en el eje y punto focal socio político del pueblo.
Hecho diferencial del Aba’a
El aba’a además de su situación, se diferenciaba de las demás construcciones por no tener paredes que impidieran a un hombre sentado divisar el exterior. El espacio estaba por lo general vacío y a lo sumo podían encontrarse algún taburete o cráneos de animales que fueran trofeos de caza relevantes.
En algunos también se encontraban fuelles dejados de usar en la forja y troncos para mantener un fuego que servía más para encender las pipas de fumar que para atemperar alguna noche, circunstancia la de las pipas que se cree era el único motivo para que el fuego estuviera encendido incluso toda la noche. Las pipas y los útiles de caza solían estar sujetos a la pared.
No era porque sí la distribución del poblado que formaba una U, ni la ubicación en él del aba’a. El tener el poblado solo una entrada que daba a las puertas de las casas y tener estas su pared maestra o más consolidada a la espalda, formaba una especie de empalizada que dificultaba el ataque de enemigos, que quedaba cerrada en el extremo opuesto por la pared cerrada de la casa santuario de los muertos, donde se depositaban los byeri y restos de los fallecidos y la del aba’a desde la que al no tener otras paredes completas, permitía ver a cualquiera que se acercara fuera con buenas o malas intenciones.
el núcleo del pueblo
El aba’a era el núcleo del pueblo en todos los sentidos, en él residía el conocimiento, se tomaban las decisiones que atañeran a todos y se resolvían los conflictos. Desde ahí se regulaban las cuestiones religiosas, sociales, políticas y administrativas.
Joaquín Mbana profesor y doctor guineano nos ilustra, al comentar que:
“El Aba’a era el lugar donde la palabra se podía pronunciar sin temer consecuencias… todo hombre tiene derecho a la palabra, independientemente de su condición social. Aquí reina la igualdad entre los hombres y la verdadera libertad de expresión. … El Aba’a es sin duda, una de las instituciones más representativas de la ‘democracia tradicional’ Fang. 30 En el aba’a se practica la solidaridad y hospitalidad. Antes de la crisis de la identidad fang, los hombres comían solidariamente en el Aba’a…”
Y continua Mbana diciendo:
“En la casa de la palabra, los hombres recibían la sabiduría ancestral. Se les enseñaba cómo cazar animales, cómo pescar, cómo cuidar a su mujer y cómo desempeñar el papel de jefe de familia. Era la supervivencia de la identidad cultural patrimonial que se transmitía a los descendientes a través de la oralidad. Los venerables ancianos poseían el conocimiento de la genealogía cuyo origen se remitía a veces de 50 a 60 generaciones atrás; representaban la sabiduría, detentaban el don de la ubicuidad y podían bendecir o maldecir siendo respetados por los jóvenes que les honraban y obedecían”.
akulu aba’a
Los hombres, a primera hora de la mañana y al terminar el día se reunían en el aba’a. Allí, sin condicionantes de ningún tipo ni imposiciones por el estatus social, cualquier hombre adulto podía tomar la palabra y manifestar sus pensamientos expresando sus ideas sin temor.
A las esposas se les permitía entrar al aba’a después de realizar una ceremonia conocida como akulu aba’a. Ellas no podían expresarse públicamente pero sí hablar con sus maridos o cualquier otro, pues dado que los hombres solían desayunar allí y tomar algún refrigerio más en el transcurso del día, eran ellas tras haberlos preparado quienes les llevaban dichos alimentos.
El desayuno era llevado por las mujeres en un recipiente llamado akana, solía consistir en los restos de la cena del día anterior aderezados de nuevo; previamente los hombres se habían lavado las manos y la boca, tras lo que comían. Para el almuerzo la esposa preparaba una mochila con comida la cual consumían en el bosque. La cena era la comida más importante, cuya dieta solía estar compuesta a base de pescado, carne, yuca y plátano.
El hecho de que la comida fuera llevada por la esposa, no implicaba que su esposo tuviera preferencia, pues todo se repartía en común pudiendo comer todos por igual, incluso los solteros o los minusválidos. En el aba’a, realmente la ‘casa de todos’, se dejaban porciones de aquello que habían llevado las mujeres para que dispusiera de ello cualquier foráneo o extranjero que pudiera pasar por la aldea.
el mestizaje
Todo esto, tras más de 200 años de contacto con la frondosa jungla y su fauna, y el contacto directo con los más importantes grupos pigmeos que propició el mestizaje, condicionaron el mundo sensorial y los esquemas mentales de los fang, predisponiendo el que sus necesidades místicas les llevaran a reflejar sus devociones en las emociones contempladas en sus obras.
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