Escarificaciones corporales vuvis
Ya hemos visto anteriormente como los vuvis, tal vez recordando o advertidos por otros, marcaban la cara a sus hijos, al menos allá por el siglo XVII, con profundas cicatrices para primero afearles, pensando que los esclavistas los verían repulsivos, sin saber que estos sólo veían ganado para mano de obra, y posteriormente, al menos, por si se daba el trágico caso de caer en sus manos, de que entre ellos se reconocieran; si no en los barcos que les transportaban a las colonias americanas, al menos allí.
Entre los vuvis al igual que entre los demás pueblos, estas cicatrices pasaron a ser imagen de origen y también prevención o petición a los espíritus contra poderes o daños ocultos.



Günter Theodor Tessmann
Etnólogo por amor, Günter Theodor Tessmann aún jóven, sobre 30 años, este alemán decide afianzar sus conocimientos sobre culturas africanas y tras estudiar a los pamue o fang y realizar un libro sobre ellos, salta a Bioko a conocer a este otro pueblo, que imagino yo, y lo imagino por que no estaba pero creo era algo común en aquella época, el no saber y sí ponerse a averiguar, ‘quienes son los que están con estos que dicen no ser ellos’, que es lo que yo me pregunto.
Si ellos no me lo dicen, veré el modo de diferenciarlos con lo que se hacen o lo que llevan encima. Y ahí se pone a estudiar y descifrar, qué querían expresar con esos objetos que llevaban sobre el cuerpo, o se colocaban 10 o 15 minutos antes de llegar al pueblo, coincidiendo con Aymemí al que no llega a conocer pero parece ya estaba por allí también, sobre las puertas de las casas, los caminos, los lugares sagrados y en el cuerpo.
Tessmann relata que:
“No actúan por sí mismos, sino por la expresión que contienen del espíritu. Una de las características de la religión vuvi son estas manifestaciones de los espíritus por medio de objetos. Se dice de Dios mismo que hizo el cielo y la tierra por medio de la fuerza contenida en una expresión, que nosotros diríamos: por medio de la palabra”.


morimó
Como se ha dicho antes, al principio se trataba de desfigurar y como vimos, sus herramientas seguían siendo piedras, por lo que los surcos realizados a los niños, de ambos sexos, eran profundos y desiguales a lo que no ayudaba a su vez la falta de tratamientos adecuados de cura y sí las infecciones. Posteriormente, con mejores herramientas y menos miedo, los cortes son poco profundos y sólo perceptibles de cerca.
La edad en que se hacían estas operaciones rondaba entre los cuatro a seis años, sin embargo varios europeos, como Baumann, Tessmann o el mismo Aymemí, relatan haber visto incluso niños de pecho con la cara sajada. Ya casi en la transición colonial se sabe que antes de llevar a cabo este digamos rito, de hacer los cortes, consultaban al morimó protector de la familia si era conveniente o no. Era más una muestra de respeto y lo normal era aceptarlo, pues había que preservar la costumbre, aunque alguna vez parece ser no era adecuado y el niño o niña quedaban exonerados por deseo expreso del morimó.
Según cuentan, esta parece ser que era la razón por la que antiguamente cuando la ley y costumbre estaba en todo su vigor se encontraban en los poblados algunas personas adultas sin tener la cara marcada.


Aymemí
Aymemí precisa aún más, dando información del porqué de otras cicatrices:
“Cuando se ve e algún adulto solamente con una o dos grandes y profundas señales en la cara, es signo de un estigma, de que siendo niño cometió algún robo o fechoría.
Los niños generalmente ignoran el día que los han de sajar, los llevan con engaño a la casa del sajador, porque ninguno se deja sajar voluntariamente. Muchos de los adultos que hay en una de nuestras Misiones que conservan la cara lisa lo deben a que al sospechar que los iban a marcar, se refugiaron en la Misión.
Llegados a casa del sajador y cuando el niño está descuidado, lo agarran fuertemente dos o tres hombres, lo tienden en el suelo, luego lo amarran por los pies, manos y cintura a unas estacas preparadas ad hoc, y así queda como metido en un potro, sin poder moverse. El sajador empieza la operación sin cuidarse, ni poco ni mucho de los gritos desesperados y desgarradores de la víctima. Para sajar los carrillos introducen dos dedos de su mano izquierda en la boca del niño de forma que no pueda ser mordido por la desesperada criatura, y los empuja suavemente hacia fuera, con la derecha, va surcando con un cuchillejo muy afilado y con mucho tiento para no tocar las arterias carótidas. Lo restante del rostro como son la barba, mejillas, frente y parte de la cabeza lo va cortando y arando después sin dificultad.
Curas y tratamientos
La primera cura la hacen con aceite de palma frío, las otras con una pomada compuesta de ceniza cernida, una hoja molida de un arbusto llamado bontola o bondola, agua y aceite de palma. Procuran con esmero que las heridas no se cierren, sino que cicatricen abiertas y de aquí es que sus rostros parecen en general llenos de grandes surcos abiertos. A los treinta días, las heridas suelen estar completamente curadas. En tiempos anteriores a nosotros era costumbre en toda la isla, y yo mismo he visto viejos pero sobre todo viejas, con la cara cortada en Rebola, Basilé, Sampaka, Basupú, Botenós y Toplapla, lugares en los cuales ya no cortan a nadie. Únicamente está en uso en Ureka, Balachá, y algunos pueblos de Boloko”.
Otras costumbres vuvis
Y él remarca:
“El otro tatuaje mucho más antiguo entre los bubis, consiste en hacerse con una punta de un cuchillo en las diferentes partes del cuerpo, pero singularmente en los brazos, pecho, y espaldas, dibujos en forma de flores, hojas, ramas de árbol y otras figuras, pero sin poner en las heridas ningún ingrediente colorante, como parece que lo practican otras tribus africanas., como los yaúndes y pamues. Este tatuaje de los bubis resulta muy hermoso y adorna mucho el cuerpo. Únicamente lo suelen practicar las mujeres jóvenes, los hombres rara vez”.
Otra antigua costumbre era la de horadar sus orejas para insertar en ellas no solo ornamentos, como pendientes de uno u otro tipo, sino sus pipas de barro, ristras de conchas que incluso podrían servir para el cuello, palos afilados que utilizaban para hurgarse los dientes o enormes zarcillos similares a medias lunas que dilataban los lóbulos de una manera exagerada.
bajaba o majama
Quien se fijaba en los cuerpos medio desnudos de los vuvis, percibía en diferentes partes, estrías de varios tamaños como las de sus caras, pero que no formaban parte de ninguna atribución o rito, sino que estaban hechas para extirpar algún tumor que tuvieran o para librarse de los dolores reumáticos que padecían y otras para curarse de una enfermedad que parece peculiar suya, a la que le dan el nombre de bajaba o majama, y en español puede traducirse como enfermedad de la grasa, lo que ahora denominamos quistes.
“Cuando la cortadura es vertical en la parte delantera de la cabeza y encima de la frente es señal de alguna sangría. Las sajaduras que algunos tienen en el cuello son señal evidente que padecieron escrófulas u otros tumorcillos, los cuales creen ellos que son la causa y principio de la enfermedad, y para verse libres se las hacen arrancar de raíz. A estos tumores que les salen en el cuello y parecen almendras o glándulas movibles, llaman bichikòbio tolo, glándulas de la enfermedad del Sueño”.
“Antes de cortar la cara suelen consultar al morimó protector de la familia si conviene o no cortarle. Ordinariamente contesta que sí, que conviene conservar la costumbre, pero alguna vez dice que no conviene, y entonces aquel niño o niña es una excepción expresa de su morimó.
las escarificaciones corporales
He aquí la razón del porqué antiguamente cuando la ley y costumbre estaba en todo su vigor, se encontraban en los poblados algunas personas adultas sin tener la cara sajada. Sí son normales las escarificaciones por debajo del cuello, en el pecho o estomago y en la espalda, en la actualidad no en la cara, que sirven principalmente para expresar su estatus social. Los adornos más comunes, eran brazaletes de conchas que hacían los niños y pulseras que se colocaban bajo la rodilla derecha también de conchas.
A veces, las mujeres usaban además, una banda tejida con fibras vegetales. A todo ello se le podían añadir vistosa plumas o cuentas de cristal. En las ceremonias sin embargo, se utilizaba una especie de tocado y collares realizados con vértebras de serpiente y una campana de madera con la que se invocaba a los buenos espíritus e intentaba ahuyentar a los malos”.

Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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