Ceremonial
Este contemplaba la inmersión de todo el pueblo e invitados en la celebración de algo similar a la ‘despedida de soltera’ aunque ella ya estuviera casada. La pregonera del pueblo, que solía ser una mujer mayor de cierto estatus, entonaba una canción de bienvenida ‘oyenga mbom’, dedicada a la novia.
Esto anunciaba que se estaba acercando al pueblo del esposo, lo que precipitaba que todos salieran en tropel entre oyéna o expresiones de alegría. Entonces era oficialmente presentada como esposa, tanto a los padres como a los hermanos y resto de la familia del esposo.
La mbom o recién casada, se quedaba instalada en la casa donde cada día la bañaban las mujeres, ungiéndola con aceites y perfumes. En el proceso de la ceremonia y durante algunos día el ceremonial establecía que un grupo de muchachas escogidas por su suegra la bañaran con agua perfumada y celebraran el ‘awógo mbom mboán’ ‘impregnar a la novia’, para lo que preparaban un ungüento de aceite de nuez y padouk o, el polvo ‘de palo rojo’, que otros llaman túkula, untándoselo en las manos, las piernas, el cabello y la cara. Lo que daba un tono rojizo a su piel que para los fang simboliza el nacimiento a una nueva vida.
Akúlú mbom
Posteriormente, y siempre que diera a luz, se le untaba con el mismo awogó o ungüento rojo. Estas ceremonias festivas del esponsorio llegaban a su fin con la danza tradicional, en la que ya se presentaba definitivamente ante invitados y pueblo, era el Akúlú mbom o ‘presentación’.
En ella debía presentarse con toda dignidad y belleza eligiendo adecuadamente como interpretar la danza, para conquistar a la audiencia y ver reflejado orgullo en la cara de su esposo y familia porque estaba demostrado ser digna y que había merecido la pena el ceremonial y dedicación que le habían prestado durante las dos o tres semanas que había estado agasajada.
Y termina con la solemne bendición fang:
Me kíe anè eviàn, me nime anè bànime ongas ekieñ. Akuiñ ngà ye nnom bàtobo a d’anda.
Abôm el rapto
Este es otro modo de llegar al matrimonio. Hemos visto que sin n’sud, dote, no hay matrimonio. Dado que el precio a pagar dependía de la edad de la mujer, de si tenía o no hijos, de dónde provenía su familia, su clase social o su grupo étnico, el pago podía ser desmesurado o exigido en determinados bienes o especie que de entrada lo imposibilitaban.
Ocha’a Mve Bengobesama, Constantino, en ‘Tradiciones del Pueblo Fang’, Madrid, Rialp, 1981, p. 87, señala que:
“Una costumbre que ha resistido en parte al paso del tiempo, es la de raptar a las mujeres. Aunque haya perdido su carácter más primitivo, su sentido típico y tradicional ha subsistido a lo largo del siglo XX. El rapto de una mujer soltera se consideraba legítimo si la fuga de la pareja se culminaba con éxito, y transcurrido un tiempo, se convertía en esposa del raptor e integrante del clan a través de las ceremonias matrimoniales. En este sentido, el rapto tradicional de los fang se considera una costumbre y un rito convencionales”.
El abôm era en realidad una argucia para resolver el elevado coste de la dote, utilizado más por los fang que por otros grupos étnicos. La pareja se establecía en el poblado del muchacho, tanto para resguardarse como para dejar constancia a la familia de ella de su leal interés y que no temieran por su integridad.
Durante varias semanas ella quedaba exenta del trabajo con el resto de mujeres, y era además agasajada y atendida disfrutando con las mejores comidas y bebidas para que comprobara que era bien acogida y que su decisión de dejarse raptar y unirse al joven sin el permiso de su familia había sido correcta.
Qué se consigue con el Abôm
Tras un tiempo prudencial, familiares de la joven acudían al poblado del muchacho, con la intención de convencerla de que cambiara de opinión y volviera al hogar familiar. Si no accedía, días más tarde se celebraba una fiesta en el poblado del enamorado a la que podían asistir los parientes de la joven si lo consideraban oportuno, lo que indicaba que aceptaban la situación. Si la familia de ella no acudía y mostrase su oposición, se veían obligados a cortar la relación.
Aunque el rapto resolvía la cuestión económica, creaba en realidad otra serie de problemas, pues la familia de ella al no ingresar la dote, podía a su vez tener problemas para abonar la de alguno de sus hijos varones, pues lo tradicional es que las dotes por las mujeres sirvieran para pagar las que requerían sus hermanos varones para pagar las de sus mujeres.
Abuy 1985:120, apunta que:
“Por ello, que la joven acepte ser raptada puede ser interpretado por su familia como una traición”.
Comprometerse en secreto, sin el consentimiento de padres y parientes, acortaba el proceso nupcial, pero se daba como aprobado y jurídicamente válido. Hubo controversia tal vez incitada por alguna iglesia cristiana, lo cierto es que no era difícil leer o escuchar ante esta situación que:
“No se puede raptar con verdad, sino con mentira y falsedad”
Aunque a la contra se exigía que no debía haber amenazas ni engaños entre ambos. El rapto en sí podía efectuarlo el novio o bien sus hermanos, hermanas o cualquiera de su clan. Lo habitual era hacerlo al amparo de la noche, conscientes de que sobre toda en la madrugada, “antes del canto de los gallos y las perdices” la gente duerme.
el ajuar o ewonga
En algún momento ya mencionamos el ajuar o ewonga cuyo significado en principio era el mismo que aquí se conoce cómo aquello que la familia de la novia entrega a esta para que instrumentalice la casa a su gusto y que puede consistir en útiles y objetos o en dinero.
Está claro que si la pareja de novios se conocía, no era por otra cosa que porque había interés. Interés que había llevado a que tras conocerse, el padre del muchacho fuera a casa de su posible futura consuegra para presentarse y conocerla, por aquello de que… “de tal palo tal astilla” y si no había obstáculo y… “podía entrar el chico” solicitar la mano de la novia, o Yea, indagando en ese momento el importe de la dote…
Y ahí podía surgir el conflicto por la falta de liquidez de la familia, optando la pareja por el rapto, el abôm. Y esto trastocaba todo, hasta el ewonga, que para los fang tornaba en un compromiso derivado del abôm o rapto, consistente en una especie de juego en el que el novio y sus compañeros debían ir pasando barreras hasta llegar al lugar preciso.
Para atravesar cada barrera debía entregarse una cantidad de dinero que fijaban a su discreción los ‘ofendidos’ allegados de la novia. Así, el ewonga no dejaba de ser un ensayo a sortear, que ponía a prueba el amor del novio, la paciencia de sus familiares y desde luego la capacidad de su bolsillo.
el nvenga mbóm
Días después del rapto, se producía el nvenga mbóm o ‘venganza’ de los mozos de la familia de la novia, que consistía en invadir el poblado del novio, matando con machetes o palos todo animal viviente que paseara por el patio. Se dice que esta tradición es tan antigua como lo es el rapto, pero habiéndose traspasado todos los limites, el consejo de ancianos acordó que no se volviera a cobrar el nvenga mbóm de esta forma tan violenta, porque al final tales acciones recaían con todos sus efectos sobre el novio al que le creaban realmente los problemas, pues era él quien debía pagar los desaguisados.
Por lo que resolvieron que el nvenga mbóm se pagara entregando a ‘dolidos’ mozos cinco gallinas, cinco botellas de alcohol, unos cuantos kilos de arroz y otros de pescado salado.
Tras este asalto, se procedía a la ceremonia de unión por rapto o bea bimbóm, que incluía otra más íntima, que era el ‘bañar a la novia’ muy parecida, por no decir idéntica, a la que los griegos clásicos llamaban ‘canciones del himen’, consistente en que, al alba, las más experimentadas mujeres del poblado tras desnudar a la novia raptada, la sumergían en agua tibia perfumada para que se diera un buen baño, ceremonia llamada ndotom, tras lo que palmo a palmo, observada y manoseada por todas, comprobaban fehacientemente que no tuviera postulas ni marcas inherentes con la lepra.
la virginidad
No todos los fang pero los beti, situados en Gabón y Guinea Ecuatorial no concedían tanta importancia a la virginidad, a la integridad del himen. Pero, sí, y todos, alababan a la edún ngoan o muchacha que lo era.
Todas estas ceremonias eran fiscalizadas dirigidas y observadas por la madre del novio, como no podía ser de otra manera. Y tenía que seguir escrupulosamente la ceremonia en todas sus pautas, so pena de que, si se equivocaba, las mujeres que habían participado, eludiendo su propia responsabilidad, le cantaran “Ekuklu nkong… ongen ka yem edjam wa bo”. Que más o menos dice:
“Tú eres la culpable… nadie más que tú tiene la culpa de que haya salido algo mal”.
Los fang se distribuyen por un amplio territorio que abarca cuatro países, por lo que aunque comparten sus tradiciones estas no siempre se desenvuelven de igual manera.
Por lo que quienes fueron participes o conocedores de algún rapto, constataron todos el disgusto de las familias por ambas partes, considerándolo una falta de respeto a sus mayores y respectivos suegros.
Pero cuidado dependiendo dónde, esto era más una pantomima para justificarse posteriormente, pues ambas familias estaban al tanto y la de la novia pasaba por alto las evoluciones del novio e incluso siendo consciente, se inhibían justo en el momento en que emprendían la huida. Suponiendo claro que los suegros apreciasen al yerno, porque de lo contrario resultaría imposible el rapto.
Tras el rapto
Al amanecer, conscientes todos del rapto de la muchacha, sus allegados formaban una algarabía organizando su búsqueda. Enfatizando sus aspavientos y dejándose llevar por la euforia, los perseguidores al llegar al poblado del muchacho:
“Mostraban su disgusto o enfado haciendo algunos estragos, consistentes en matar a palos, machetazos o con lanzas a todo animal doméstico que encontraban, pertenecieran a quien pertenecieran y sin que nadie pudiera llamarles al orden y cordura”.
Estos animales servirían después para festejar a estos mismos perseguidores: hermanos, parientes o amigos de la muchacha, solventando así de la mejor manera los posibles enfados de quienes serían después cuñados o incluso amigos. La novia quedaba en el poblado bajo la custodia del jefe del poblado que lo era a su vez del clan, responsabilizándose ante los hermanos y allegados de ella.
el n’sud
Satisfechos al fin, tornaban a su poblado para manifestar a los padres oficialmente que su hermana había aceptado casarse y que esperaba ser comprendida solicitando que acudieran. Esto ponía en valor que había que retomar de nuevo la negociación sobre el n’sud a entregar, sin duda exiguo, pero cuyo abono legitimaría la situación.
No solo se acortaba el proceso natural, sino que aunque el muchacho y su familia dejaban en evidencia su precariedad, los jóvenes alcanzaban su objetivo, eludiendo la posibilidad de que la familia de ella hubiera preferido a otro muchacho con más posibilidades que el elegido por su hija, lo que hubiera conllevado que por la debida obediencia a sus padres, ella, aunque a disgusto, hubiera terminado por aceptar.
El n’sud estaba siempre en el alero. Ya se ha dicho que eran cantidades que se guardaban para que los varones de la familia pudieran pagar a su vez la dote de sus propias mujeres, pero esta dote, n’sud, en caso de divorcio había que devolverla a la par.
Este divorcio podía deberse a desavenencias entre los conyugues, pero también por la falta de fecundidad, hijos, lo que siempre se achacaba a un problema de esterilidad de la mujer, porque el hombre nunca la sufría, so pena que fuera evidente su impotencia lo que le supondría el desprecio de su propia gente.
ebuan o adulterio
La mujer estéril constituía una desgracia familiar pudiendo ser repudiada tras devolver el n’sud. Mientras que el hombre, el esposo, podía tener libertad total en cuanto a sus relaciones, para la mujer, la esposa, cometer ebuan o adulterio constituía el mayor oprobio que una esposa pudiera cometer, recayendo sobre ella castigos inimaginables por su crueldad, que podían infringirle hasta su muerte.
En cambio, la promiscuidad del hombre con el fin de procrear era aceptada y el varón casado podía tener relaciones sexuales con cualquier mujer no desposada.
Deja una respuesta