Bundú el Sande en Sierra Leona
Cada etnia usaba sus propios términos para definir lo que compartía con los demás y el Sande, su hermandad de mujeres en Liberia, es Bondo originalmente, y por determinada pronunciación también Bundu, para las gentes de habla Mende* como los Temne del sur de Sierra Leona, según los misioneros relataron en 1915 entre otros a Northcote Thomas.
Aunque según parece, ancestralmente se llamaba Zadegui.* Para los poco conocedores, no confundir con Mandé Bundu, o, más correctamente, Bondo, es el nombre Temne de la hermandad de mujeres conocida como Sande en las zonas de habla Mende de Sierra Leona.
Pero aunque se la asocia más con los Mende, tanto la hermandad como su mascarada se puede encontrar entre los que hablan Temne donde el Ndoli jowei se conoce como Nöwo.
El culto Ndoli jowei
El culto Ndoli jowei, aunque hay otros, es el más conocido del Sande o Bundu, sin duda por sus hermosas e imponentes máscaras cascos que los hombres tallan para sus mujeres y que estas bailan, a las que se da el mismo nombre Ndoli joweio la “Sowei que baila”.
Esta máscara casco negra y brillante, casi siempre, se ha convertido en símbolo nacional de Sierra Leona. Ndoli jowei es una de entre otros objetos usados para conectar con los espíritus y su mundo. Aunque rompe esquemas por ser una de las pocas mascaradas femeninas que a la vez bailan mujeres.
Northcote Thomas fotografió ejemplos de Ndoli jowei en Tormah hoy Tormabum en el actual distrito de Bonthe, sur de Sierra Leona en 1915. Los identificó en su registro fotográfico como “diablos de Bundu”, usando el nombre que les dieron los misioneros cristianos , quienes ‘demonizaron’ estas manifestaciones…
…tan espirituales para estos Mende, como es una Semana Santa para un católico, pero claro, habían ido a catequizar y todo lo que no les fuera propio a aquellos que “fueron a salvarlos”, era demoníaco .
Y hasta hoy, aquello que en principio era ‘sobrenatural’, ‘trascedente’, ‘oculto’, pasó a ser ‘demonio’. Y eso…hasta hoy.
La hermandad el Bundu
El Bundu era una hermandad exclusiva de mujeres, que preconizaba el secreto absoluto, con aún más profundidad que el Poro.
Así el Bosque Bundu, donde se iniciaba a las jóvenes, siempre se ubicaba en un lugar muy apartado y donde visualmente pasara desapercibido, nada indicaba su ubicación.
Se procuraba que fuera secreto y se envolvía en “misterio” para ahuyentar visitantes y curiosos. Estas jóvenes chicas Bundu estaban bajo el control y supervisión de mujeres de edad relevantes, sobre todo las expertas herbales, las ‘sanadoras’, del pueblo donde se registrara la hermandad Bundu, calificadas por sus dotes y logros en su pueblo y posiblemente región si no había otro Bundu. Más integradas con la gente, no tenían ese halo que acompañaba a las Zosde Liberia.
El Bundu era, si cabe, más estricto que el Poroy tan severas sus normas que si un hombre ‘intentara’ entrar en sus recintos ‘sagrados’, su pretensión podía conducirle a la muerte. Era en el Bundu donde estas ‘ancianas’ enseñaban a las muchachas las costumbres correspondientes a su sexo, en los distintos órdenes de la vida, época y lugar.
El costo de este período de instrucción para una muchacha virgen era de una fanega o 75 k. de arroz limpio, un ave, un galón o 4 litros de aceite de palma y, cuando era posible, un pañuelo y una botella de ron. Si no lo fuera, virgen, bastaba un paño hilado y tejido in situ, y por tanto al gusto de quien lo demandaba. Pero después del ser “lavada con medicina”, por cada niña había que pagar el valor de una res o 3 libras.
El ciclo de Bundu
El ciclo de Bundu, al igual que en los países vecinos, se llevaba a cabo tras la cosecha de arroz.
Los estipendios obtenidos eran divididos a partes iguales entre las “ancianas sanadoras” y las ‘demonios’ Bundu.
Mientras que en el Bosque Bundu todas las muchachas llevaban alrededor de la cintura varias cuerdas en las que se habían insertado tramos de finas cañas de corteza ahuecada de Brugmansia o Datura metel que ofrecen tonos variados, conjunto que allí conocían como Piso, y sobre su elevado peinado, solían colocar un racimo de semillas circulares que se asemejan a los de las uvas negras, que era un poderoso amuleto de medicina Bundu, que utilizaban como fetiche protector, y peculiar adorno. Excepto en ocasiones especiales, se puede decir que esto formaba toda su vestimenta. Ver foto 126.
Alldridge
Todas llevaban al cuello un diente de leopardo, señal de haber nacido libres, y no esclavizadas. También grandes brazaletes de plata; y colgando a su costado izdo., amuletos de medicina de Gree-gree. Eran perceptibles las escaras de Bundu en sus torsos, que decían eran “hermosamente definidas”. Ellas, como todas las chicas Bundu se cubrían con tapa sexos, llamados Tutunias en la región.
Parecía que un halo envolvía a todas estas muchachas, por la confianza en sus talismanes protectores Bundu, que les permitía andar con seguridad por donde les placiera dentro de sus confines, dado el supremo poder que otorgaban a la medicina Bundu sus convecinos. Alldridge comenta sobre esta foto:
“Una de estas chicas estaba a punto de visitar a su padre, un gran cacique del pueblo vecino, y estaba llevando a sus jóvenes amigas con ella, cuando las encontré y les pedí que se pusieran de pie mientras las fotografiaba”.
Cualquier persona que tuviera los medios podía enviar a sus hijas a este retiro de Bundu o, como aserta Alldridge, “al convento”. Aunque no era usual, podían verse puntualmente, grupos de muchachas que al estar impregnadas de blanco, los lugareños sabían que estaban en Bundu. Siempre se movían bajo una mujer que claramente indicaba el camino.
Al cruzarse con alguien, se apartaban para dejar pasar y como muestra de saludo levantaban las manos al cielo lo más que podían, mientras entonaban un extraño murmullo cuyo sonido quedaba gravado indeleblemente. Consistía en mantener una nota que al rato iba in crescendo para ir quedamente bajando el tono hasta languidecer y perderse en el silencio.
En ese tiempo y a la par, iban acompasadas bajando los brazos hasta inclinadas tocar con las manos el suelo, tras lo que en silencio se erguían y continuaban su caminar.
Bosque Bundu
Ocurría con no poca frecuencia que una niña de nueve o diez años era desposada antes de entrar en el Bundu, y se la mantenía allí a expensas de su prometido hasta que estuviera en edad de casarse. Ese era momento de gran euforia y regocijo en el pueblo, atronado por las descargas de fusiles y los balidos de ovejas y cabras que se sacrificarían junto a aves. En ese maremágnum, la niña era sacada del Bundu y presentada a su marido. Previamente se la había impregnado con aceites hasta presentar una tersura reluciente.
Entonces se la alhajaba con todos los abalorios de plata que se hubieran podido obtener, propios, comprados o cedidos por familiares o amigos. Entre ellos los primorosos pero potentes amuletos Mori. La profusa relación pasa por: agujas para pelo, pendientes, collares, cadenas, brazaletes, pulseras o tobilleras, por lo general de muy tosca hechurapero de plata maciza.Es fácil imaginar el efecto del brillante ébano del cuerpo de la muchacha, que se podía percibir entre la marea del fulgor de la plata, encendida por los rayos de sol que se colaban entre la espesa fronda.
el baile
Los esponsales consistían en un ritual de compromiso entre los padres de ambos, en que se acordaba una cantidad que aportaban los padres del pretendiente por lo que los de la niña accedían a la unión. En realidad, por norma, el trato estaba consensuado de antemano en 3 libras, lo que se pagaba en especies y ahí era donde sí se estipulaba cómo.
Una de las más importantes enseñanzas que se daban en el Bundu era el baile. Si una buena muestra de las coreografías puede verse en la foto nº 125 que inicia este apartado de Bundu, de los hermanos Lisk y Carew, es curioso ver cómo también en Sierra Leona pero en distinto lugar y tiempo, Alldridge, en su foto nº 129, nos muestra un reparto y simetría similar, aunque guarden peculiaridades propias.
Chicas y chicos, como vamos viendo, mantenían un patrón adaptado al sexo pero común en todo, incluido el vestir. El atuendo de baile consistía en la típica ‘saya’ reticulada fundamental como un hábito, con la que se reconocían los inmersos en el Poro y Sande o Bundu.
Sin cubrir esta, sujetaban por delante un paño tejido que pasado atrás por la entrepierna ataban a la cintura y a la vez recogían y sujetaban a las rodillas, formando una especie de calzón corto. Remataban esto hilvanando tupidos y largos manojos de rafia de palma a brazaletes y pulseras de la misma fibra. Identificables sobre este conjunto pero colgados del cuello añadían sus Sebbehs, o amuletos Gree-gree personales.
Wojeh u Hojo
Y para que el baile tuviera una cadencia musical acompasada, con la misma retícula de la saya se cubrían las piernas a modo de calcetines, para poder colgar de ellos tintineantes anillas de hierro y escorias limpias y huecas que hacían sonar apropiadamente y en cada caso, tras un buen número de ensayos, en función del baile programado pero con el ánimo de sorprender a la audiencia. Ver foto 129
Rasgo fundamental no obstante, era maquillar la cara con Wojeh u Hojo, una ‘crema’ a base de caolín y grasa animal, que pintaba sus caras de blanco y que con los dedos retiraban en parte para dejar traslucir su negra piel, y crear diseños que ‘posiblemente’ trasmitieran algún tipo de mensaje.
Les gusta bailar al son de la Sehgura, instrumento realizado con una pequeña calabaza a la que rodean con una ‘bolsa’ de cordel, también reticulada, en la que cada tramo tiene inserta en el cordel una dura semilla, de manera que al agitarla resuena como una gigantesca maraca, y que al contrario de esta, la Sehgurausa la calabaza solo como altavoz, siendo las semillas, que están por fuera, las que golpean sobre la calabaza, sacando sonidos según la cantidad que la intérprete libere o tape con sus manos.
A veces usan este instrumento acompañando al Sangboi un tipo de djembe, palabra esta que traducida significa “donde nos reunimos todos en paz”, que tocan los hombres.
Ejeución del baile
Aunque suelen hacer bailes en que a una solista acompañan dos parejas, y todas tienen su tiempo como protagonista,la naturaleza parece que las dotó de un talento natural para la danza, hasta el punto que varios de los autores consultados, los de ayer y también los de hoy, concuerdan en que:
“…son capaces de ejecutar de manera meritoria y hermosa difíciles bailes, excepcionalmente bien ejecutados, al punto en que las “sanadoras” presentes se precipitan emocionadas a la arena, abrazan a la exitosa bailarina y de inmediato comienzan a untarle la cara, el cuello y los hombros con abundante ‘crema’ Wojeh, en medio de frenéticos gritos y gestos de deleite de los espectadores comunes, entre los cuales muchos encuentran alguna bagatela para premiar a las bailarinas al finalizar la actuación”.
Al término de la demostración, mientras la gente toma el camino para ir a sus casas, las niñas toman el suyo para regresar al oculto lugar del Bosque Bundu convenientemente escoltadas.
el rito formal del ‘lavado’
Antes de abandonar el Bundu, las niñas debían pasar por el rito formal del ‘lavado’. Este rito no era algo que gustara a todos los padres, pues no querían que sus hijas fueran ‘lavadas’ hasta que hubieran formalizado su compromiso y se preservara su virginidad, pues hasta el ‘lavado’ estaban protegidas por el fetiche medicina aunque hubieran dejado el Bosque Bundu.
El día del lavado, estuvieran o no comprometidas, salían todas del Bosque Bundu, en dirección del pueblo al que el Bundu estaba adscrito caminando en comitiva. En cabeza iba Mashu, la sanadora principal que presidía la marcha. Tras ella seguían algunos “ocultos o enmascarados”, que nos hemos acostumbrado a llamar diablos, con sus máscaras y aparatosas cobijas.
Seguían las chicas Bundu tras las que marchaban las mujeres de sus familias, llevando en cada mano una rama recién cortada en que abundaran hojas, entonando una especie de letanía que acompasaban las intérpretes de las Sehguras. Solo mujeres formaban la comitiva, pues los ocultos eran eso; tan solo se permitía a los hombres mirar desde el interior de sus chozas entre los ventanucos o dintel de su puerta.
Terminado el desfile que atravesaba el pueblo, se conducía a las niñas a la orilla del río, pisando el agua, a donde ya se había depositado el recipiente conteniendo las hojas, plantas y mixturas secretas y sagradas que ensopadas en el agua del rio y molturadas al momento, las chicas que ya terminaban su ciclo Bundu, usaban para lavarse y frotarse en profundidad.
el Barri
Una vez dejado secar sobre su cuerpo el preparado, y pudiéndose enjuagar si se quería, regresaban también en comitiva hasta el Barri, la casa de justicia del pueblo, bajo la tutoría de las mujeres ‘principales’ y atendidas por las de su familia durante tres días con sus noches. Ahí terminaba, al alumbrar el sol, su renacer a su nuevo estado como persona adulta, con la libertad que eso implicaba y la responsabilidad que ser libre conlleva para con los demás.
Esto, aprendido e inculcado en el Bosque Bundu desde el primer momento, es ahora cuando lo deben y pueden asumir y practicar, y es un gran momento tanto para ellas, antes niñas y ya adultas, como ya para sus padres, familia y amistades que las esperan orgullosos, lo que cada una celebra en su entorno y con los suyos con suma alegría.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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