El Diablo Bundu
El diablo Bundu era una sanadora a la que además de practicar con eficacia demostrada esta función, se tenía por capaz de modificar a voluntad los destinos de la gente mediante fórmulas o actos rituales. Cada pueblo grande solía tener una y si no, se ‘contrataba’ para una región.
Fuera de uno u otro alcance, dependía de un jefe relevante.
Este la reclamaba vestida como ‘oculta’ cuando quería honrar a visitantes ilustres o con ocasión de celebraciones, pero podía acudir también como Diablo Bundu, cuando se la reclamaba o decidía ella, investigar alguna tropelía o mala conducta cometida por un hombre contra una mujer, de las que era valedora.
Si tal cual, como mujer sanadora, gozaba del respeto y estima de sus convecinos, el ir oculta, cubierta su cabeza con su máscara casco y vestimenta tradicional, el respeto se traducía en veneración pues solo alguien venerable podía tener poder para influir en el destino, e ir así, oculta, anunciaba que podía ser que fuera el momento para alguien. La incertidumbre de para qué y quién, acrecentaba el respeto si no temor.
Las Bundu
Aunque su aspecto raramente variaba, veremos que había excepciones; lo cierto es que casi todas las Bundu usaban cobijas similares y solo en sus máscaras casos se podían observar particularidades. No se la debía ver ninguna parte de su cuerpo, por lo que al cuello llevaba una especie de cincha de nervadura de rafia de palma, de la que enganchada colgaban diversos tramos de la misma rafia, previamente tintada en negro limo, llegando hasta el suelo, y a la que se unían unas fundas del mismo material entretejido para sus brazos y piernas.
Quedaban cubiertas hasta las manos, pero se las apañaban para sujetar en ellas una rama, unas veces con y otras sin hojas, que era su única manera de manifestarse, dado que no podían hablar, lo que por otra parte les habría sido casi imposible con todo lo que llevaban encima. Sobre la cabeza podían llevar un paño de algodón que le evitara rozaduras contra la madera de su casco y ajustar además sus ojos a las aberturas del casco.
El Soweh
Igualmente les era casi imposible danzar, aunque a veces hacían un alarde dando algunos pasos, entre el agradecido jolgorio del público, pues debía ser muy raro. Sí estaba regulado de alguna manera el que en determinados momentos se apartara, a un lugar preestablecido, donde su asistenta extendiera su estera alrededor para ocultarla de la vista y pudiera quitarse el asfixiante casco y tomar aire, agua y un corto respiro. Para volver a ser lo que era y retomar el enorme poder fetichista que como Bundu poseía.
Toda mujer, incluso las muchachas, que hayan pasado el ciclo del Bosque Bundu, pueden optar a los grados superiores del Bundu, que en número de tres son: Digba, el 1º grado y más bajo; Normeh, el 2º grado o Demonio Bundu; Soweh, el 3º grado y más alto el de la Mujer Principal
Hay que volver a recalcar que estamos hablando de unas profesionales que aquí clasificaríamos como médicos o farmacéuticas. Con cualificaciones similares a licenciadas, titulares y doctoradas.
Ser Oculta o Demonio Bundu implicaba haber ganado el 2º grado y ser la titular de un pueblo o zona.
Lo habitual allí era que la Digba, mujer de 1º grado fuera una especie de enfermera, cuyo mayor privilegio de cara al público era sostener la estera de una demonio, aunque en realidad se encargara de ir a buscar, y a veces preparar, aquellos vegetales o elementos que su ‘oculta titular’ le había enseñado.
Aunque fuera su maestra, la Digba no debía tomarse familiaridades permaneciendo siempre y sin pisarla al otro lado de la estera de la Demonio Bundu.
Los Mende
Todo pueblo Mende podía tener su Diablo Bundu, y este, estar disponible en todo momento a acudir con su rama sin hojas, bastón, para controlar a todo hombre, quien fuera, que se hubiera permitido violar las estrictas leyes Bundu o interferir en cualquier modo con una o más mujeres iniciadas Bundu, en principio todas.
Cuando esto sucedía, el Demonio Bundu, ataviado con su cobija usual, y seguido por las Digbas que hubiera en el lugar, se presentaba en el escenario del suceso, y tras indagar y descubrir al infractor, le señalaba con la rama bastón para a continuación señalar un lugar en el monte como si fuera donde está o estuvo el Bosque Bundu, con este gesto obligaba a dar “la palabra”, el individuo debía seguirlas hasta el Barri a donde se dirigiría sin mayor dilación, pues grande era el miedo y más al poder que se les arrogaba a estas mujeres sanadoras y las consecuencias derivadas de sus encantamientos.
Reunidos en el Barri, se dilucidaba “la palabra” ante el jefe, en sus funciones de juez, inquiriendo al individuo y escuchando a la ‘oculta’, tras lo que esgrimiendo sus conocimientos judiciales sobre el tema, que no por dudas sino porque el individuo tuviera algún renombre, podía convocar a una sanadora principal o Soweh, que se limitaba siempre a refrendar lo dicho por la Diablo, tras lo que el jefe imponía pagar lo demandado por daños y perjuicios, exigidos por la sanadora principal o Soweh del Bundu.
el Bosque Bundu
En el hipotético y extraño caso, de que el demandado no pagara lo impuesto, se le embargaba y o vendía como esclavo. Aunque en este punto tenía la alternativa de acudir a la Soweh directamente o con un mediador influyente, solicitándola el favor de un acuerdo, que solía saldarse pagando el valor de una res, entonces 3 libras, sabiendo no obstante que siempre estaría en deuda con ella.
Estando en el Bosque Bundu, las chicas también podían saltarse normas siendo castigadas con azotes administrados en el Bosque, a no ser que sus padres o tutor pagara por impedirlo, lo que en estos casos requería a lo sumo de algún pequeño detalle en forma de pañuelo o tabaco, pues tan solo se pretendía que la niña reaccionara adecuadamente. También las mujeres, sobre todo las más jóvenes, podían saltarse normas y ser en consecuencia castigadas por ello, castigo que dependiendo también consistía en ser azotadas, en un caso tras de su casa y por su marido, en otras delante del Barri y en público.
Sierra Leona
Como se ha dicho, el diablo nunca hablaba, como mucho y cual mimo gesticulaba con ademanes en los que enarbolaba los manojos de ramitas; y si hubiera necesidad de explicar algo, era a través de una Digba que se hacía. Cuando el diablo en su función de vigilancia atendía una denuncia de infracción o arresto de alguien, le acompañaban Digbas pero nunca música, ahora bien si iba a una recepción de invitados o celebración festiva, llevaba una cohorte de mujeres especialistas en manejar las Sehguras.
Por cierto y aunque tarde: parece que un Kasi, Gafe, Làká u otro nombre propio del Poro, Sande o Bundu, debería de llevar delante el Pa, que nada tiene que ver con un nombre sino que es un adjetivo que al parecer significa ‘sobrenatural’ ‘misterioso’ ‘de lo oculto’, al menos en Sierra Leona y al oeste de Liberia
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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