N’kisi de los Kongo
Indiscutiblemente, si hay obras que sorprenden por encima de cualquiera otras de África, son las Min’kisi, en singular N’kisi. Literalmente esta palabra viene a significar ‘hechizo’ o ‘medicina de dios’. Y hace referencia al espíritu que se acomoda en la escultura, sea esta de carácter privado o familiar. Realmente para ellos*14 un n’kisi, puede ser cualquier cosa, una concha, piedra, o cualquier objeto consagrado por un mago o hechicero y que tras esto sirva como receptáculo a un espíritu.
* Nota 14: Hasta aquí algo muy concreto pero hay que volver a recordar la enorme cantidad de subgrupos que integran el Reino Kongo y que cada uno tiene sus particularidades. Hablamos de los Bwenda, Kongo, Solongo, Sundi, Vili, Woyo o Yombe por ejemplo y entre otros. Por eso, este trabajo no pretende ser dogmático y ni tan siquiera ir mucho más allá del centenar de páginas entre todos sus ámbitos, fotos aparte, pretende sólo mostrar lo más relevante y genérico, aunque sí intentando aclarar lo más posible las utilidades y funciones de este tipo de tallas.
Nzambi
En sus mitos, el primer N’kisi, llegó de la mano de Nzambi, dios, que le dio el nombre de Funza. Él fue encargado por dios para diseminar por el territorio un gran número de min’kisi, a los que había dotado de poderes especiales, pues eran los prototipos y únicos no hechos por mano del hombre. Los posteriores min’kisi, ya mano del hombre, requerían del aval de uno de los precedentes, que propiciara que el espíritu se albergara en él, además de en las aguas. El cedente se debía desconsagrar para no confundir al espíritu. Dotados de poderes específicos, los min’kisi ahora se tiende a dividir y ordenar en función de la utilidad concreta que se les atribuye, añadiendo a su genérico el adjetivo que le define.
La función de estas figuras ha sido bastante desconocida fuera de África.
Los misioneros y colonizadores no los consentían, persiguiendo con destino a la hoguera a cuantos encontraban, desinteresándose por su utilidad y tan sólo motivados por el temor supersticioso que les producían. Eran Kindoki, brujería.
Bastantes más de lo que pueda creerse, fueron introducidos por los numerosos misioneros en sus casas matrices, para mostrar como testimonio impactante a qué se enfrentaban y la idea de que quien los viera, contribuyera al mantenimiento y cuidado de aquellos seres tan necesitados de ser redimidos. Ocultarlos, acrecentaba curiosidad y morbo, de manera que se esperaba que a quien se le permitía verlos se mostrara generoso. Esta faceta puesta en marcha, impedía que se pudieran investigar o documentar estas piezas permaneciendo en secreto durante siglos hasta que los etnólogos los mostraron públicamente. Incluso después, se pensaba que ocultaban un cierto poder real del que había que protegerse, la superstición no era, ni es, solo cosa de africanos.
Leo Frobenius
Leo Frobenius en su ‘Que signifie pour nous L’Afrique? Ed. Toguna p, 14’, llegó a asegurar que los fetiches eran un invento de los europeos y por la misma lógica, invento era también la pretendida adoración hacia estos por los africanos:
“América necesitaba esclavos y África se los ofrecía: ¡cientos, miles de cargamentos llenos de esclavos! Sin embargo la trata negrera no fue nunca un asunto fácil y necesitaba de una justificación; de forma que se convirtió al ‘negro’ en un medio animal, en una mercancía. Y así es como se inventó la noción de fetiche, para convertirlo en símbolo de una religión africana. ¡Con marca de fábrica europea! Por mi parte nunca he visto en ninguna parte del África Negra adorar a los fetiches. La idea del ‘negro bárbaro’ es un invento europeo cuya repercusión ha dominado Europa hasta principios de siglo. Si por casualidad se encontraban entre los indígenas de estas regiones occidentales, esculturas, estatuillas, representaciones de animales o máscaras, inmediatamente se las clasificaba como ‘fetiches’ o se las consideraba ‘el ojo bárbaro del diablo”.
Insistiendo en lo anterior de que cuanto más visitaba distintas zonas de África, más encontraba a los africanos
“…civilizados hasta la médula de los huesos y en unas sociedades perfectamente estructuradas como también lo están sus religiones”.
Charles de Brosses
En 1760 Charles de Brosses, 1709 a 1777, historiador y presidente del parlamento francés, presenta su libro ‘Culto a los dioses fetiches’, al que a su conocimiento y experiencia suma datos de portugueses y franceses en el que transcribe:
“Los negros de la costa occidental de África tienen unas estatuillas que los europeos portugueses denominan como fetiches, estos fetiches divinos no dejan de ser objetos vulgares y mundanos que una nación o alguien elige arbitrariamente y permite que sus sacerdotes los consagren: se trata de un árbol, una montaña, un mar, un trozo de madera, la cola de un león, un guijarro, una concha, lascas de sal, un pez, una planta, una flor: un animal de un determinado genero como una vaca, una cabra, un elefante, una oveja: en realidad todo lo que uno pueda imaginar. Todo ellos son dioses para los negros que les dedican un estricto y sagrado culto, juran en su nombre, les presentan ofrendas, les llevan en procesión, si es posible los glorifican y acuden a ellos en busca de consejo…”
la adoración a los N’kisi
Según De Brosses, más tarde otros lo reafirman, el negro no separa el espíritu del objeto en sí mismo, para él ambos forman un todo, el fetiche. Se pensó que la base para la adoración de estos objetos sagrados, descansaba sobre la convicción de que todo lo que no había visto antes le asustaba, y provocaba temor en el alma de este ‘hombre primitivo’, que no era capaz de distinguir racionalmente entre causa y efecto y por tanto consideraba a unos determinados objetos dotados de poderes, a los que conjuraba y presentaba ofrendas, antes de tener que enfrentarse a sus hechos. Se consideraba a los pueblos colonizados como ‘absurdos fetichistas amorales que rezaban a árboles, animales y piedras’.
Exploradores, misioneros y colonos, que en el mejor de los casos tenían una mera y superficial impresión de las culturas africanas, lo consideraron de tal modo, que metieron el fetichismo en el mismo saco que a la brujería y la superstición. Lo que se utilizó sin criterio para cualquier objeto que pareciera tener alguna relación con concepciones y prácticas mágicas o de culto.
nganga
Estas estatuas no eran meras figuras destinadas a ser contempladas sino que en manos del nganga, y por su mediación, debían actuar para que los seres del más allá pudieran intervenir protegiendo o perjudicando, indistintamente, dado que estas potencias ocultas no conocen del bien ni el mal, sino que era función del nganga encauzarlas para que llevaran a cabo el propósito buscado por sus demandantes, como combatir a un brujo, sanar a un enfermo, esclarecer un crimen, favorecer la caza, la cosecha o procurar un buen alumbramiento. Predispuestas siempre ante la llamada del hechicero, a solucionar todo aquel conflicto social o místico a los que se pueda enfrentar uno o todos los miembros de una colectividad, en su deambular por el mundo que pisan.
Todo pues, era discernimiento y quedaba en manos del nganga, que a su vez debía ser y demostrar su buen hacer, quedando sujeto a posibles denuncias de brujería, kindoki, por las que podía ser tachado de practicarla y que si se confirmaba podía ser condenado a muerte en la hoguera.
la costa del Loango
Estas tallas de madera antropo o zoomorfas extendidas por la costa del Loango y el Congo se caracterizan por estar cubiertas de todo tipo de objetos, sobre todo diverso tipo de hierros punzantes insertados u otros diversos accesorios.
En cavidades ventrales o dorsales guardan la ‘medicina’ o bilongo, consistente en materias orgánicas como pelo uñas u otro residuo humano, kalazima o carbón, tondo o setas alucinógenas, luyala fruta raíces o restos vegetales del bosque, con tierra de tumbas o arena del cauce del rio, todo a discreción del nganga y para la función concreta del n’kisi, ligado todo ello con cualquier otro tipo de sustancia como tejido, plumas, resina, cera o arcilla. Trozos de marfil, espejo, metal brillante o conchas, caurís, sirven para cerrar las cavidades o dar forma a los ojos.
El escultor
El escultor solía prestar atención exclusivamente al rostro dejando el cuerpo predispuesto a ser recubierto con estos otros elementos, desapareciendo incluso el sexo, aunque esto podía ser porque o nunca se talló o casi seguro por mor del celo de algún misionero. Es plausible la idea de que a estas imágenes se les incorporan clavos y restos metálicos, adoptando la idea tras la llegada en el siglo XV de los misioneros que ensalzaban las historias de los mártires y más concretamente de san Bartolomé o San Sebastián.
Estas figuras no son relicarios, ni tienen parecido ni son reflejo de antepasados, ni guardan o contienen restos de huesos o cráneos, aunque en alguna ocasión se las haya tratado como tales.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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