El enlace y su ritual de los vuvi
La jóven, elegida y aceptada, era acompañada por sus padres a la bula o buna, la choza levantada junto a la de su futuro marido, donde durante un tiempo indeterminado, de una a dos semanas en el Sur y de uno a dos años en el Norte, quedaba recluida. Durante el encierro, la novia debía entretejer con fibras de nypa, la palmera del manglar, canastas, collares, pulseras y tobilleras destinadas al ajuar de sus personales adornos. Son los bipá y bësörí o tösörí.
En los bipá, al trenzarlos, la muchacha engarza entre medias tyíbö o lökó trozos igualados y pulidos de la concha de un bivalvo que comúnmente en la isla llaman bilölá y en su idioma elöhola, de curiosos tonos textura y brillos y de un gasterópodo que llamaban löcahá.
La novia en el enlace vuvi
La novia, diariamente, se acicalaba para aparecer lo más deslumbrante posible, esperando la visita de su hombre. Este no solía hacerse de rogar y la visitaba cuantas veces podía, lo que conllevaba, según cuentan sobre todo en el norte, que a la llegada de las ceremonias, cuando la novia se dejaba ver en público, esta llegara con un embarazo evidente.
No era porque sí la dilación que conllevaba el tiempo de encierro de la novia, pues el futuro marido había adquirido unas responsabilidades no fáciles de llevar a cabo pues debía, en ese tiempo, hacerse cargo de todo aquello que familia y amigos esperaban durante los festejos y convites de la ceremonia; además de pensar en que él también deseaba epatar a todos, incluida su futura mujer, con lo ofrecido y conseguido, pues hablaba de su tesón coraje y capacidad.
Antiguamente, aparte de desbrozar adecuar y mantener preparados los espacios, debía hacer acopio de viandas, que se componían de gran cantidad de malangas y ñames, abundante caza y animales domésticos, como cabras y pollos y sobre todo el ba’u o ma’u, vino de palma fermentado que no podía faltar en ningún momento.
los baetyi
Cuando ya se acerca el momento, pues todo está preparado, los padres tíos o varones designados de ambas familias se reúnen, y fijan el día de la ceremonia, quiénes deben ser invitados especiales y ocupar los sitios más relevantes, e incluso designar los testigos de entre los baetyi o amigos íntimos, de ambas familias.
Se tiene especial cuidado con los familiares que vienen de fuera, a los que hay que procurar alojamiento y medios mientras duren los festejos y su estancia, que suele dilatarse pues hay mucho que contarse. Además de esto, se tiene que estar preparado para atender a los vecinos que se acerquen, pues tienen pleno derecho a asistir a cualquier manifestación que se considere común e incumba al pueblo y tanto una boda como un bautizo o un funeral, quedan dentro de este ámbito.
Llegado el día señalado, el novio, acompañado de sus baetyi un hombre y una mujer que actúan como sus padrinos, se acercan a la bula o buna, donde está recluida su novia y ya todos juntos se presentan ante la concurrencia, entre los que se oyen los murmullos de admiración ante la belleza y hermosura de la muchacha. El oficiante, relata y previene a la jóven sobre las obligaciones que va a contraer en este solemne acto y de los estrictos castigos a los que se enfrentaría si incumpliera cualquiera de ellos, especialmente si faltase a su ya esposo de cualquier modo. Concluido el exhorto, pregunta a los contrayentes si se encuentran conformes en convivir juntos para siempre.
el dilema
Si la muchacha ama a su novio, es fácil hacerse a la idea de que es el mejor día de su vida, y refirmará su compromiso. Pero el dilema de la muchacha, que ya se ha visto obligada a yacer con alguien que no es de su gusto y piensa que de su respuesta depende seguir bajo su mano el resto de su vida, puede ser evidente; aunque sólo le queda eso, pensarlo, pues queda fuera de toda pretensión el no dar una respuesta afirmativa y contravenir, para empezar, los deseos de su padre.
Previamente, las mujeres ya han preparado un buen número de cocidos de, verduras de na’u y yerbas de bökötyí con ñames y malangas, así como asado o cocinado al menos cinco animales entre caza y de corral, y dispuesto las calabazas que se han encontrado, todas llenas de ba’u o ma’u, vino de palma.
El oficiante, que suele ser el que también preside la asamblea del pueblo, invita, como parte fundamental de la ceremonia, a los contrayentes y a sus padrinos, a degustar los cocidos, a dar un bocado de cada uno de las cinco animales y de consecutivamente, beber vino de palma de una pequeña calabaza llamada sitö’o.
los festejos
Acto seguido pone la mano derecha sobre la cabeza de cada uno de los contrayentes deseándoles toda clase de parabienes y en especial fructífera descendencia para a continuación darles su bendición. Efectuado lo cual se termina la ceremonia dando paso a los festejos.
Es el momento en que la novia se retira, acompañada de su madrina, disponiéndose a cambiar de adornos e imagen y de nuevo volver a sorprender. Las posibilidades no son pocas, pues casi todos sabemos que el talento se sobrepone a las carencias. La base es untarse de la ya conocida ntola, ndola, todo el cuerpo, lo que da a este un brillante y vivo color rojo, sobre el que dibujan formas blancas con böa o möa, polvo de una caliza blancuzca, que se adecuan a los collares y otros colgantes, que la ya esposa ha estado haciendo durante su reclusión; sobre la cintura cuelga un cinturón tejido e insertado profusamente con lökó y otros coloridos abalorios, de los que se sujeta un pequeño delantal, de piel de mono que tapa exclusivamente el pubis, dejando desnuda la espalda incluidas las nalgas, pero percibiéndose bien los dibujos y los aderezos.
los bësörí o mësörí
En las piernas y brazos muestran los bësörí o mësörí y sobre el pecho, realizados como el cinturón, descuelgan del cuello hasta el delantal innumerables sartas trenzadas que dejan los pechos al descubierto. La cabeza suele ir con el cabello recortado bien untado de ndola, con una forma peculiar de cresta que podéis ver en el apartado escarificaciones, que ciñe una cinta de pequeños abalorios sobre la que sitúan un pequeño tocado de piel de mono o de conchas entretejidas.
Otro aditamento que daba idea de su estatus eran unas coloridas tiritas de piel de serpientes, pero a finales del XIX era más habitual que en vez de conchas u estos otros aditamentos, se colocaran monedas de plata agujereadas, dando una idea de la riqueza y estatus de la nueva pareja y sus familias, la cantidad de ellas que exhibían.
El proceso
Mientras la novia recorría el anterior proceso, en el lugar preparado y bien engalanado, que solía estar a las afueras del pueblo, se iba asentando a cada familia en el lugar predispuesto y se les repartían útiles llenos de cocido, tajadas de carne en aceite de palma o coco y las calabazas repletas de vino de palma. En medio del espacio, donde quedaría bien visible, se reservaba el lugar a la novia de cuyo asiento pendía la calabaza más bonita repleta de aquello que más le gustara.
Ya todos en su sitio y todo dispuesto, se esperaba a la novia conteniendo el ansia de verla aparecer y empezar a disfrutar de la fiesta y las viandas. Es entonces cuando entre cantos y bailes, algunas escogidas amigas se acercan a la casa buscando a la ya esposa, que acompañada de las doncellas y su madrina, aparece ante todos hermosa y engalanada entre las exclamaciones y aclamaciones del pueblo entero que no se cansa de gritarle, cuan feliz y venturosa desean su vida y lo bella que está; da a continuación unas vueltas para que todos puedan observarla de cerca, siempre seguida de su madrina y amigas, sentándose a continuación en el lugar preferente reservado para ella.
El pueblo en el enlace vuvi
Sentada ya, sus padres, o los que les sustituyan si estos no pudieran o no vivieran, se sitúan en el centro frente a ella y esta vez delante de todos, reiteran las obligaciones que ya ha contraído y los castigos a que se expone si los incumpliera. Al igual que lo hizo el oficiante en la solemne ceremonia legal. Luego uno a uno, todo el pueblo, va pasando delante de ella, felicitándola y dando la enhorabuena, deseándole en su nuevo estado que este le propicie todo aquello que le sea bueno a lo que ella, con una sonrisa de satisfacción, asiente e inclina la cabeza.
Y ya todo dicho llega el primer hecho que consiste en dar buena cuenta del banquete preparado, de los cocidos, carnes y vino que antes se había devorado con los ojos. Sigue a esto, entre algún rezagado y glotón, el gran baile, que aunque entrada la tarde, retendrá a todos bailando charlando observando o bebiendo hasta bien entrada la mañana del siguiente día. Durante este tiempo no se deja de trasegar el vino más fermentado o licores europeos, que renuevan ánimos y fuerzas e incluso levantando en algunos entusiasmos olvidados.
Las fiestas de bodas solían durar de ocho a quince días, en función de las posibilidades de los contrayentes y sus familias, aunque las concernientes a la gala en sí no pasaban de tres, terminados los cuales los no allegados a la nueva pareja, volvían a sus casas.
Una vez que la mayoría de personas ha vuelto a retomar sus vidas, la esposa la madrina y sus amigas, engalanadas aún con sus mejores avíos van recorriendo los distintos barrios e incluso villas cercanas, situándose ante las casas de las principales familias o en la plaza común, donde mientras unas bailan, otras cantan sobre momentos gratos en que la familia de la consorte y a la que se canta coincidieron; acabada la serenata la familia que ha salido a ver y oír el tan exclusivo espectáculo, felicita a la novia de nuevo entregándole el regalo preparado.
el Mosámë’anda
La novia agradece el cariño si hace el caso y los elogios y regalo, y ella y sus acompañantes alaban a la familia mientras que una de las amigas, se van turnando, que lleva una hermosa calabaza repleta de licor, ofrece a la persona principal unos sorbos, despidiéndose.
En el año 1919, el Mosámë’anda se hallaba en un poblado vuvi perteneciente al norte de la isla y en el cual se celebraba un matrimonio, y dicen:
“Asistió a la boda y estuvo observando hasta muy avanzada la noche todos los ritos y ceremonias fielmente y con religiosidad, practicadas por los vuvis. Pasados tres días cabales y sobre las nueve de la mañana, vio que se acercaban a la casa donde se hospedaba el Mösámë’anda, la novia y todo su cortejo de amigas, vestidas y engalanadas con sus mejores joyas, y sin otro saludo comenzaron a bailar delante de la puerta de la casa, entonando los siguientes cantares:
- È Pateri sílo ké sitó’o sáó Padre esta calabacita
- Sòkí só böatta Tiene su historia
- Öbo ö pa’a bò tö’ólla Que Vd. puede contar
- Ë tyòtyi wëla épanyá En la iglesia española
- Ë sibéló ná tö la púlë Al bajar de la nave nosotros
- Sitímá wëla El extranjero oirá
- Lë ibátyo biáó li kottò Y perfectamente advertirá
- Lë oháó ó böriba Nuestros aplausos y alborozo
Conclusión
Terminado el baile y los cantares, la novia y sus amigas dirigieron una mirada expresiva al Mösámë’anda, quien comprendió lo que deseaban, por lo que les dio algunas monedas de plata. Ellas dieron tres atronadoras vivas y le ofrecieron al instante la calabaza para que gustase de su contenido. Muy satisfechas se fueron alegres a bailar y cantar a otra casa”.
Con estos relatos queda patente que todo el ceremonial en sí, en el caso de los enlaces matrimoniales, inciden y pretenden que la novia tenga claros sus deberes, y lo que puede sucederle en caso contrario; aunque en un día tan especial, la zanahoria aparezca en modo de alabanzas sobre su belleza y su integridad como mujer y así como persona, pues ha sabido preservar su virginidad. Lo que sirve de enseñanza y advertencia a las más jóvenes, que la miran embobadas y anhelantes.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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