Hermandades reguladoras
Una hermandad en África, como aquí donde quiera que estés tú que lees, es aquella asociación que aúna sentimientos y criterios semejantes entre aquellos que conviven apaciblemente en un mismo lugar. Aparte de hermanarse por asuntos de pervivencia, dichos hermanamientos se solían hacer por grupos de edad o por tener afecto o interés por pertenecer en concreto a una agrupación, por ejemplo alguien puede pertenecer a las Juventudes Civilistas, a los nazarenos del santo Niño del Olvido o a los del Fondo Sur del Inter de Rapa Nui, a la vez y es un decir.
Las hermandades africanas y centrándonos en los fang, eran antiguas organizaciones que por lo general se ocupaban de recordar, mantener y hacer cumplir la tradición y las leyes establecidas, procurando la cohesión del grupo que debido al nomadismo tendía a disgregarse. Su símbolo vinculante podía ser un objeto o por lo general un animal totémico, sometiéndose los participantes previamente a ser admitidos a pruebas de iniciación que mostraran su valía y profunda decisión de pertenencia.
Tradición
Este símbolo vinculante, en esta caso máscaras, reflejaban a esos animales en los que apreciaban virtudes que servían para recordar al verlas cómo proceder de acuerdo a las reglas.
Desde los orígenes de esta tradición, que no aparece en el lugar de su partida en la hoy frontera entre Etiopía y Sudán del Sur, si no en el momento de la entrada al bosque, tras dejar el Lago Chad donde ven al Só o antílope rojo, comúnmente conocido como ‘gazelle antílope’, y más tarde al gorila o Ngi. Sacralizan a estas como receptáculos de los conceptos divinos que regulan su existencia y a los espíritus de aquellos primeros ancestros que crearon esta manera de preservarlos.
Pero no olvidemos que se prohibieron, y sin entrar ahora en más detalles del porqué, con ellas dan rienda suelta a su imaginación para mantener sus tradiciones y no perder lo que intrínsecamente llevaban imbuido, aunque en principio y aparentemente, aceptaban que fuera como el folclore que les autorizaban aquellos que nunca entendieron y tampoco se molestaron mucho en ello, y crean otras figuraciones o simbologías de máscaras, eludiendo el que se parecieran a las que obligados debieron dejar.
De lo sacro al arte
Y aquí es dónde desvirtuamos sus razonamientos y deslindamos lo que ellos tenían como sagrada conexión con el más allá y nosotros calificamos, meramente, como arte.
Tradicionalmente entre los fang había dos tipos de hermanamientos, los que formaban los profesionales, herreros, cazadores guerreros, escultores o músicos y por otro en círculos más privados, los relacionados con la magia, defensores del orden público y encargados de erradicar el mal en cualquiera de sus facetas.
Todos, cualquiera que fuera su grado o jerarquía, debían ser garantes de que sus premisas de integración debían respetarse y cumplirse afianzando el grupo, para ello revitalizaban periódicamente sus compromisos en rituales públicos a los que se permitía asistir a los no iniciados fueran estos hombres mujeres o niños, que podían participar además cantando y bailando en las ceremonias.
El turbulento devenir de la región fue propiciando la desaparición de estas hermandades, no tanto por el paso del tiempo, como por las prevenciones coloniales que incluso prohibieron algunas, por lo que aunque se cambiaran de nombre se vieron obligados a olvidar, lo que hace difícil describirlas con detalle y menos aún los rituales que cada hermandad practicaba en su zona.
Hermandad Só
Las sociedades Fang, como todas, se enfrentaban a los mismos obstáculos que la vida encierra a todo ser vivo, en la que el grande se come al pequeño, y ellos que provenían de la sabana, importante recordar que en épocas antiguas el Sahel y la sabana estaban mucho más al norte a la altura del Lago Chad, al que se dice rodeaba todo un vergel, se enfrentan a parajes como el tupido bosque, en el que pasan doscientos años adaptándose y manteniendo su alianza y costumbres. Y para ello fue necesario socializarse, aunarse y crear reglas básicas que permitieran la convivencia. Y para eso lo mejor es observar cómo lo hacen otros.
Y a quien más a mano tienen y primero en que se fijan es en Só, el Cephalophus dorsalis o duiker bayo, antílope rojo de vientre blanco circundado en negro, creando su primer y más antiguo ritual y máscara, la de Só, ritual prohibido a inicios del s. XX, y que convierten en su tótem tribal e imprescindible en su gran rito anual de paso, con duras pruebas y ceremonias celebradas a la luz de la luna o So, sin acento.
Só es el antílope y por ello la máscara se mimetiza simbolizándolo; con vientre blanco y negro y cuernos, la máscara sale pintada con dichos colores y cornamenta similar, sus pruebas y ceremonias se hacían a las afueras del poblado en un calvero del bosque y en noche de luna llena o So, para que nada perturbara su fulgor, fulgor que hacía destacar aún más la oscuridad, pues la idea era penetrar en el ‘mundo de las sombras’ donde se ocultan los indeseables.
Iniciados en la hermandad Só
Tessmann, Günter, op. cit., pp. 254 a 262, contribuye con sus precisos datos diciéndonos:
“Estas pruebas comenzaban con la estación seca de octubre y su ceremonia variaba según las zonas, ya que en algunas regiones del sur, especialmente en Gabón o en la orilla del Río Cross en Camerún, este rito lunar del Só se realizaba asociado al rito solar Ndong-mba, donde el sol era representado por el fuego, lo que la distinguía, entre otras causas, de zonas más septentrionales”.
Los niños comenzaban a ser iniciados en el Só entre los ocho y doce años, en una primera etapa llamada Alu, tras la que se les circuncidaba y memorizaban la genealogía de su clan y las reglas matrimoniales para evitar la consanguineidad del incesto. El árbol genealógico se construía encadenando el nombre que se daba al niño con el del padre, abuelo, bisabuelo, y demás antecesores sucesivos hasta llegar al hipotético ancestro fundador del clan.
Una vez todos estos preceptos memorizados se procedía a la representación de los valores de Só mediante los bailes rituales en que el iniciado, disfrazado del cérvido, danzaba arropado por los dos sombras, acólitos que le acompañaban durante todo el período al modo del esclavo aquel que acompañando a ‘cesar triunfante’ le repetía pegado a su espalda aquello de “recuerda que has de morir”, aunque en este caso tan solo eran recordatorios de cómo debía comportarse.
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