METALURGIA FRICANA
LOS HERREROS AFRICANOS NO SON ALQUIMISTAS
Primero advertir que no soy experto en nada y menos en esto.
Tras mucho leer e investigar, voy a intentar resumir lo mejor que pueda algo que me ha interesado profundamente, primero por las obras vistas en metal de los distintos pueblos africanos; segundo porque tras tan solo vislumbrar, me es imposible profundizar por desconocimientos técnicos, reconocer que encierra aspectos increíbles. Yo también hubiera pensado que esos objetos provenían si no de los atalantes, sí de civilizaciones tecnológicamente más avanzadas, antes de conocerlos jamás hubiera imaginado estuvieran manufacturados en el continente africano.
No es de extrañar el poder y respeto que merecidamente se tiene a los herreros.
Permitidme primero hacer un colorario sobre la metalurgia, aunque incidiendo en el continente africano.
1ª Foto: Casimir Zagourski
La Metalurgia
El hierro Del mito a la realidad.
Imaginemos una estrella fugaz, tan rauda, que en un deslumbrante parpadeo cae ante nosotros entre un silbeante pero atronador zumbido, pavorosas llamas y una impresionante fumarola que nos advierte de la escasa distancia donde ha caído.
2ª
Ahora el hecho en sí nos asustaría, aunque supiéramos de qué se trata. Pero pensemos esa misma situación, si somos capaces, en los prolegómenos de nuestra era, hace tres mil años por no retrotraernos más.
Los meteoritos debían causar pasmo y tras esto incertidumbre.
Mil una preguntas debieron sobrevenir sobre los observadores. No sé cuánto tiempo pasaría entre esas primeras situaciones, el miedo al incendio que me imagino ocasionarían y el que alguien se atreviera a acercarse y mirar aquello que había venido del cielo.
Lugar donde residía lo Sagrado.
En ciertas culturas es probable que se imaginasen castigos divinos, peleas entre dioses o un regalo por la adoración al dios, ahí intervendría, en cualquiera de ellas, el medrador de turno. Lo cierto es que llegaban a la tierra cargados de sacralidad celestial, pasando posiblemente a ser uno de los primeros objetos a los que se rindiera culto.
Los expertos dicen que de ahí procede muy probablemente el culto profesado a tantos meteoritos o incluso su identificación con una divinidad, perciben en ellos la primigenia forma de lo divino, junto al miedo al no saber ni entender.
Dado que la Tierra era la Diosa Madre Nutricia, cualquier cosa que la hendiera tenía un componente masculino, los lugares donde se hallaban los meteoritos creíase que habían sido escogidos por la Divinidad enviados con su arma, el rayo.
Parece ser que en algún momento, el ser humano se atrevió a manipularlo o tras una caída, vio que se partía dejando ver una especie de cáscara que envolvía un núcleo, una almendra más brillante fría y extremadamente dura, que utilizó en fabricar herramientas similares a hachas, martillos o puntas de flechas, cosas que también penetraban en la tierra. Como los meteoritos y los rayos, estos útiles simbolizaban la unión entre el cielo y la tierra.
La esencia masculina de los meteoritos les era indiscutible, pues ciertos sílex y herramientas neolíticas han recibido de los hombres de épocas posteriores el nombre de ‘piedras de rayo’, ‘dientes de rayo’ o ‘hachas de Dios’.
En contrapartida otros muchos símbolos y apelativos asimilaban la tierra con la mujer.
Platón ya recordaba en ‘Menex, 238 a’ que en la concepción la mujer es la que imita a la tierra, y no a la inversa.
El hierro meteórico es utilizado por los ‘primitivos’ mucho tiempo antes que los minerales ferrosos terrestres. Por otra parte, es sabido que antes de descubrir la fusión, los pueblos prehistóricos trataban a ciertos minerales lo mismo que si fueran piedras; es decir, los consideraban como materiales idóneos para la fabricación de objetos líticos.
Hasta los que nada sabemos, sabemos de la gran raigambre del hierro en África. El arqueólogo francés Gérard Quéchon comenta con acierto: “El hecho de tener raíces no supone afirmar que sean más profundas que las de los demás… porque lo importante en sí no es que la metalurgia africana sea la más reciente ni la más antigua”. “Además, si algún día nuevos hallazgos demuestran que la siderurgia se difundió desde otro foco primigenio, África no sería mejor ni peor por ese motivo”.
Nicole Boivin, directora del Instituto Max Planck de Alemania para la Ciencia de la Historia Humana, hace doce años viajó a Kenia, a Panga ya Saidi, a una red de cuevas en el Valle del Rift, a menos de 10 millas de las costas del Océano Índico. Boivin pretendía desentrañar aspectos sobre las rutas comerciales establecidas por los africanos orientales hace 2.000 años. En estas cuevas de la costa de Kenia encontró datos que hablan de poblaciones asentadas desde mediados de la Edad de Piedra hasta la Edad del Hierro. En el primer nivel de excavación encontraron piezas de hierro de entre el 200 al 1000 de n.e. y según fueron acotando en capas más profundas encontraron muestra de cambios graduales en innovaciones culturales, tecnológicas y simbólicas que comenzaron hace 67.000 años.
3ª Excavación de Panga ya Saidi, Kenia. Foto: Mohammad Shoaee
África creó su propia siderurgia tres mil años antes de la era cristiana. Esta es la conclusión a la que se llega en el libro “Aux origines de la métallurgie du fer en Afrique”, “Los orígenes de la metalurgia del hierro en África”, un monumental trabajo científico recién publicado por las Ediciones de la UNESCO, en el que se echan por tierra muchos prejuicios y que los interesados deben leer.
Es poco conocido, que milenios antes de n.e., en África, ya se dominaba la técnica para transformar el mineral de hierro en metal; y menos aún que antes de la colonización ya existieran galerías subterráneas a gran profundidad, de las que se extraía el mineral ya de manera industrial, como las minas de hierro de Télé Nugar desde hace siglos abandonadas, que fueron descubiertas en 1911 por el General Dérendinger. Discurren por túneles de más de 1 km a las que se accede por varias bocas y que desembocan en grandes cámaras de hasta 22 por 10 metros. Se sabe que fueron excavadas en época precolonial, pero no ha sido hecha, aún, una datación precisa. Pocos saben que los africanos construían, antes de la colonización, por tanto antes de la producción industrial en Europa, hornos para reducir el mineral que podían tener hasta más de 6 metros de altura. También es poco conocida la importante función que cumplía el herrero en las sociedades africanas ni la que desempeñó el hierro, como valor económico, en la construcción de las metrópolis del África en la edad antigua.
4ª Boca de una mina en el País Dogón, Malí.
La metalurgia del hierro no llegó a África desde el Asia Meridional, a través de Cartago o de Meroe, como se ha afirmado durante mucho tiempo. La tesis de su importación, muy impregnada de la ideología colonial, se tambalea ante los recientes descubrimientos científicos que parecen corroborar la existencia de uno o varios focos de actividades siderúrgicas en África Occidental y Central, así como en la región de los Grandes Lagos. Los hechos son elocuentes. Las dataciones efectuadas en los años ochenta en Termit, en Níger Oriental, aventuraron que el trabajo del hierro se remontaba a 1.500 años antes de Cristo, mientras que en Túnez o Nubia hizo su aparición en el siglo VI de nuestra era. Ya en el siglo XXI, datas hechas al oeste de Termit Tintoumma, en Égaro, Nigeria, las pruebas atestiguan una época mucho más temprana: más de 2.500 años antes de n.e., lo que remite a que la siderurgia africana es coetánea a la del Oriente Medio.
Hablando de hierro y África, no podemos dejar de resumir el origen y proceso metalúrgico del hierro en el antiguo Egipto, conscientes de lo especializado y complejo de este tema concreto. Durante largo tiempo los egipcios no supieron de otro hierro que no proviniera de meteoritos. El hierro de yacimientos no parece haber sido utilizado en Egipto antes de la XVIII dinastía y el Nuevo Imperio, del 1550 al 1259 aC., según R.J. Forbes, p. 429.
Ciertamente los objetos de hierros encontrados entre los grandes sillares de la Gran Pirámide, 2900 a.C., y en otra de la VI dinastía en Abidos, provenían de hierro terrestre, aunque no está claro que su origen fuera egipcio. En esa época los egipcios lo llamaron ‘biz n pt’, literalmente ‘metal del cielo’, pues el fulgor que emitían al entrar en la atmósfera permitía ver caer del cielo los meteoritos que se incrustaban en la tierra. Este metal celeste era más rico en níquel que el hierro terrestre, dotándole de más flexibilidad y resistencia, y se le dio más valor que a las gemas o el oro. No fue sino hasta el 2.500 a.C. que los mineros comenzaron a extraer el hierro de la tierra, e incluso llevó cientos de años depurar el precioso mineral y manufacturarlo. Forbes, p. 428, afirma que el término biz n pt se aplicó en primer lugar al cobre. Rickard, en ‘Man and Metals’, I, p. 149, nos dice que: “Los Hititas lo hicieron igual; un texto del siglo XIV aC., apunta que sus Reyes utilizaban el hierro negro del cielo”.
No debe creerse que la utilización de este meteórico material ferroso propiciara una edad del hierro, pues ni era fácil de encontrar ni el existente abundaba, por eso era tan preciado como el oro y casi de uso exclusivo en rituales. Tuvo que descubrirse, posiblemente ante meteoritos candentes, la fusión de los minerales para dar entrada a una nueva era de la Humanidad, la de los metales.
Sobre todo en lo referente al hierro. A diferencia de la del cobre y del bronce, la metalurgia del hierro se industrializó con rapidez, una vez desvelado y difundido el secreto de fundir los minerales de hierro más comunes y abundantes, como el brillante negro de la magnetita, o el rojizo de la ‘piedra de sangre’ o hematita. Matrimonio perfecto, como decían y dicen los dogón, pues la negra se encuentra incluso sobresaliendo de la tierra y es dura, mientras que la otra, roja y blanda, está en lo profundo, cavando. Dado que los yacimientos eran ricos y fáciles de explotar no hubo ya dificultades para obtener cantidades de metal suficientes.
Fundir hierro proveniente del cielo, nada tenía que ver ni con el terrestre, ni con los sistemas de fundir cobre y mucho menos bronce. Tuvo que llegar el horno y la posibilidad calórica de llevar el metal al rojo vivo, para que con el endurecimiento que así se conseguía el hierro se posicionara en la cumbre utilitaria de los metales. Las evidencias dicen que fue en las montañas de Armenia, sobre el 1200 al 1000 aC., donde la metalurgia a escala industrial se dio primeramente. Forbes, pp. 417 y ss, nos dice que: “De allí, el secreto se expandió por el Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la Europa central, si bien, como acabamos de ver, el hierro, ya fuese de meteórico o de yacimientos superficiales, era conocido ya en el III milenio aC., en Mesopotamia, lugares como Tell Asmar, Tell Chagar Bazar y Mari; en el Asia Menor en Alaca Hüyük y probablemente en Egipto”.
Así como la Edad de Piedra estuvo largo tiempo impregnando con sus estilos la Edad del Bronce, esta supeditó del mismo modo la del hierro. Emergió el hierro así, dando paso a nuevas formas en estatuillas, ornamentos, amuletos y útiles. Tuvo, y lo conserva aún en algunos ámbitos, carácter sagrado por su procedencia celestial y lo exotérico que añadía el fuego, a lo qué a posteriori se unió lo telúrico que aportaban las hoquedades o minas necesarias para extraer el terrenal. Como es natural, la metalurgia del hierro se benefició de los descubrimientos técnicos de la del cobre y el bronce. Es sabido que desde el período neolítico, del VI al V milenios, el hombre utilizaba esporádicamente el cobre que podía encontrar en la superficie de la tierra, pero le aplicaba el mismo tratamiento que a la piedra y al hueso, lo que quiere decir que ignoraba las cualidades específicas del metal. Fue más tarde cuando se comenzó a trabajar el cobre calentándole, pero no es hasta entre el 4000 al 3500 aC., períodos de Al Ubeid y Uruk, que se inicia la fusión de cobre, aunque esto no permite aún hablar de una ‘edad del bronce’, ya que la cantidad que se producía de dicha aleación era muy pequeña.
Esta generalidad que al establecerse en Europa impera, no se da en África, donde de la piedra se salto primero al hierro antes que al bronce, aunque las cuestiones técnicas si se dieron de igual manera.
El herrero es ante todo un jornalero del hierro, esto le hace un trashumante un nómada, en busca del mineral que necesita y de quien le encargue una labor. A lo especial de su trabajo y los medios que necesita, entre fuego, fumarolas y chispas que crean un ambiente inusual, propicio para condicionar al aturdido agricultor o guerrero que necesita de un útil o arma con el que conseguir la cosecha del siglo o la conquista del mundo, es el hombre perfecto al que hacer partícipe de esas ilusiones o de los fracasos que hasta entonces han tenido. Es el guardián, pero también difusor de los mitos, que trasmite entre los ritos y misterios de su labor. Lo que traslada a los asistentes a un expectante y prodigioso universo inmaterial. Si a eso se suma que es la Madre Tierra la que proporciona lo necesario para la consecución de lo que se ha solicitado, la metalurgia es el agente conductor hacia un mundo sexualizado donde la creación del útil se ritualiza como un acto de procreación aunando lo femenino y lo masculino y dotando al acto en paridad con lo que de ginecológico tiene todo alumbramiento.
Hemos hurgado en la visión y conducta del hombre arcaico con respecto a la Materia, en un nuevo compromiso social, derivado de la concepción del nuevo escalón que ocupaba al acceder al poder de trasmutar substancias, dotándolas de nuevas formas. Conviene explicar que tal vez el primer horno derivara de aquel fuego sobre el que alguien, casi seguro una mujer, colocó un recipiente de barro crudo que, sorprendentemente, cogió una dureza y resistencia inusual. Esa o ese primer alfarero, fue el inductor de que alguien después se aunara al ‘club’ de los capacitados en modificar el estado de la Materia, aunque no haya vestigio alguno sobre este hipotético hecho. Es por ello que este trabajo se vuelca en el estudio de la relación de ese personaje ancestral con los minerales. Si de origen, parece lógico pensar que el minero era a su vez fundidor y forjador, veremos más adelante cómo esas profesiones se diversifican, aunque mantengan fuertes lazos. Todos ellos reivindican una experiencia mágico religiosa particular en sus relaciones con la sustancia; esta experiencia es su monopolio, y su secreto se transmite mediante los ritos de iniciación de los oficios; todos ellos trabajan con una materia que tienen a la vez por viva y sagrada, y sus labores van encaminadas a la transformación de la Materia, su ‘transmutación y perfeccionamiento’ el concepto de ‘alquimia’ que se le dio en orígen.
La alquimia no fue en origen una ciencia empírica, una química embrionaria, conviene dejarlo claro; no llegó a serlo hasta más tarde, cuando quienes la practicaban percibieron su valor real y su razón de ser. La historia de las ciencias no reconoce ruptura absoluta entre la alquimia y la química: una y otra trabajan con las mismas sustancias minerales, utilizan los mismos aparatos y, por lo general, experimentan de la misma manera. En la medida en que se reconoce la validez de las investigaciones sobre el origen de las técnicas y las ciencias, el punto de vista del historiador de la química es perfectamente defendible: la química ha nacido de la alquimia; para ser más exactos, ha nacido de la descomposición de la ideología alquímica. Pero en el panorama visual de una historia del espíritu, el proceso se presenta de distinto modo: la alquimia se erigía en ciencia sagrada, mientras que la química se constituyó después de haber despojado a las sustancias de su carácter sacro. Desde el punto de vista del alquimista, la química suponía una ‘degradación’, por el mismo hecho de que entrañaba la secularización de una ciencia sagrada. De todos modos no se pretende hacer una apología de la alquimia, tan solo ubicarla en la historia.
No vamos a insistir sobre la sacralidad del hierro. Ya pase por caído de la bóveda celeste, ya sea extraído de las entrañas de la tierra, está cargado de potencia sagrada. La actitud de reverencia hacia el metal se observa incluso en poblaciones de alto nivel cultural. Precisemos que no se trata aquí de ‘fetichismo’, de adoración de un objeto en sí mismo y por sí mismo, de ‘superstición’, en una palabra, sino del respeto sagrado hacia un objeto ‘extraño’ que no pertenece al universo familiar, que viene de ‘otra parte’ y, por tanto, es un signo del más allá, una imagen aproximativa de la trascendencia. Esto es evidente en las culturas que conocen desde hace mucho tiempo el uso del hierro terrestre: persiste en ellas aún el recuerdo fabuloso del ‘metal celeste’, la creencia en sus valores ocultos.
Los beduinos de Sinaí están convencidos de que aquel que consigue fabricarse una espada de hierro meteórico se hace invulnerable en las batallas y puede estar seguro de abatir a todos sus enemigos. El ‘metal celeste’ es ajeno a la tierra y, por tanto, ‘trascendente’; procede de ‘arriba’; por eso es por lo que para un árabe de nuestros días es maravilloso, puede obrar milagros. Tal vez se trate aquí, una vez más, del recuerdo fuertemente mitologizado de la época en que los hombres únicamente empleaban el hierro meteórico. También en este caso nos hallaríamos ante una imagen de la trascendencia, pues los mitos conservan el recuerdo de aquella época fabulosa en que vivían hombres dotados de facultades y poderes extraordinarios, casi semidioses. Plinio, el Viejo, murió con 56 años, en su ‘Naturalis Historia’. XXXIV, 44, escribía en el siglo Iº, que el hierro es eficaz contra las ‘noxia medicamenta’ o medicinas dañinas y las secreciones nocturnas adversas, ‘adversus nocturnas limphationes’. Pero no solo el hierro, también las herramientas del herrero tienen ese carácter sagrado. El martillo, el yunque, de hierro y para el hierro pero también el fuelle, símbolo fálico por excelencia, ya participan, per se, sin ayuda humana, de esa sacralidad y por tanto parte fundamental de la magia transformadora que conecta con la permisividad de los dioses y por ello, adquiriendo carácter religioso.
Para el herrero de Togo: “Mi mujer, mi martillo, mis hijos, son mi familia”. Para los tshokwe, entre otros de Angola, el martillo es fundamento de agricultura al crear con qué ‘acariciar’ la Tierra y es tenido y agasajado como príncipe y tratado como tal. Muchos ribereños del Ogowe, que no trabajan el hierro y desconocen por tanto todo lo que le atañe, consideran digno de veneración el fuelle de los forjadores de las tribus vecinas. Otros pueblos de la curva del Niger creen que en el fuelle se encierra la dignidad del herrero. En cuanto a los hornos, estén donde estén, tienen las características de un cuerpo de mujer y su construcción se realiza de acuerdo a unos rituales precisos que se guardan en secreto. El metal es sagrado; el herrero al ser su ‘sacerdote’, también; el horno y las herramientas al ser fundamentales para el logro de su utilidad final, lo son, pero además, están dotados del poder mágico de activar su funcionalidad.
El herrero es alguien a quien tener respeto, pues su carácter sobrenatural abarca no solo el mundo de la luz y lo divino, sino también el de las sombras y lo oculto pues no sólo crea los emblemas y útiles que le unen a lo primero sino también aquellos que conducen al mundo del otro lado. Hablamos de tiempos antiguos en el que el ser humano daba minúsculos pasos tecnológicos que le llevaban siglos tan solo para cada prueba y descarte, pero que sin ellos no estaríamos aquí, en mi caso delante de un p.c. Eran tiempos en que el orígen de cada solución a una necesidad, pasaba por ser un don que lo sobrenatural proporcionaba y que acababa en mito, y desde luego los mitos primigenios son la portada del libro de los mitos que se fueron sucediendo como se puede ‘leer’ en la influencia de los de la Edad de Piedra sobre la de los Metales.
Con la piedra en la mano, en la punta de un palo o atada a otro sobresaliendo por los lados, el hombre produjo fuego, cazaba, cortaba y rompía huesos, quien lo poseía, estaba dotado del poder de un dios del poder del rayo. Tan mortíferos como benéficos, esos útiles, aún no herramientas, eran tan ambivalentes como el rayo y la dualidad del carácter de los dioses; a veces dadivosos y otras acreedores. Y si la piedra, aquello que se pisaba al caminar tenía con tan solo utilizarla ese componente sobrenatural, cómo no iba a pasar e incluso intensificar estos conceptos aquello salido de ‘lo caído del cielo’. El martillo, heredero del hacha de los tiempos líticos, se convierte en la enseña de los dioses fuertes, los dioses de la tempestad. Y en cuanto herrero, el dios defenderá a cosechas y hombres.
5ª Martillo de fragua africano, golpeando sobre yunque de piedra. Foto Sergey Dolya
Son dioses humanizados los que aportan el conocimiento a los hombres que para que les presten atención mandan ‘piedras de rayo’ entre fragor de tormentas, es por eso que se les manifiesta con martillos y hachas de doble faz.
Entre los Dogón su mito de la creación presenta a Dyongo Serou el Herrero Celestial que baja de regalo la agricultura y con ella el conocimiento del hierro y cómo trabajarlo. En su golpeo contra el yunque los herreros imitan el gesto del dios del que son miméticos acólitos. La metalurgia, posterior a la alfarería y la agricultura, se enmarca en un universo espiritual en el que el dios celeste, proveedor de los materiales y modos, de las cosechas y de la fortuna en la caza, se convierte en un poderoso dios, que además es fecundador, esposo de la Madre Tierra y padre del hierro.
Los expertos aquí cambian el criterio y apuntan a que es a partir de este momento en que la incruenta ‘creación’ donada, cede su paso a la sangrienta ‘procreación’, exigiendo desde entonces un pago o sacrificio que agradezca o repare el esfuerzo por lo nasciturus, sea este un útil, cosecha, ganado o vástago. Explica esto porqué en los mitos de la metalurgia el rito necesita de comunión con la deidad y estar acompañado de sacrifico sangriento. Y en la unción de los conceptos donde se crean los mitos, lo divino y humano, en ese cosmos, mítico a su vez, aunque creado a fin de cuentas por un hombre, no deja de sentar bases en las que creación y procreación o fabricación, necesitaran previamente del consiguiente sacrificio. Y si es un edificio, recordemos el mito de Vida la serpiente que exigía a los mandé sacrificar 7 vírgenes para permitir asentar un pueblo, transfiriendo la vida de la víctima al propio edificio, pasando este a ser el nuevo cuerpo o receptáculo del espíritu de la víctima sacrificada.
Y en la mente del hombre, a fin de cuentas creador del mito, en realidad el sacrificio, que aparentemente es realizado sobre otra creación del mismo dios, esconde en realidad que el sacrificado es el Dios, un Dios representado como un hombre. Este simbolismo procede tanto de las tradiciones mitológicas, en relación con la creación del hombre, como de los mitos sobre el origen de las plantas alimenticias.
Para crear al hombre, Marduk el dios babilónico, se inmola a sí mismo: “Solidificaré mi sangre y de ella haré hueso. Pondré al hombre de pie, en verdad el hombre será… Construiré al hombre, habitante de la tierra…”. King, que fue el primero en traducir este texto, lo relacionaba con la tradición mesopotámica de la creación transmitida por Berosio, siglo IV aC, en que el autor recrea en griego una hermosa historia caldea, que aún perdida, dice: “Y Bel, viendo que la tierra estaba desierta, pero que era fértil, ordenó a uno de los dioses que le cortara la cabeza, y que mezclase con la tierra la sangre que de ella iba a manar y que formase hombres y animales capaces de soportar el aire”. Análogas ideas cosmogónicas se encuentran en Egipto. El sentido profundo de todos estos mitos está claro: la creación es un sacrificio. Sólo se puede animar lo que se ha creado mediante la transmisión de la propia vida, sangre, lágrimas, esperma, ‘alma… De igual manera, otra serie de mitos nos hablan del origen de las plantas alimenticias, surgidas del autosacrificio de un dios o una diosa. Un ser divino, de uno u otro sexo y edad, se inmola voluntariamente para garantizar la existencia del ser humano, en que se sacrifica a la víctima, se la despedazada, y esparcen los trozos por la tierra para proporcionarle fecundidad, surgiendo y creciendo de cada uno las diversas especies de plantas alimenticias. El mito en cuestión da orígen a las celebraciones periódicas previas a la siembra y tras la recolección y el porqué de los sacrificios humanos en beneficio de las cosechas.
De igual modo, según algunas tradiciones, los metales pasan también por haber surgido de la sangre o la carne de un ser primordial semidivino que fue inmolado. De todo esto, surge la ‘sexualización’ del reino vegetal y mineral, y a su vez, de los útiles y objetos del mundo que lo rodea; y en relación directa con esta simbología sexual, habremos de imaginar el Vientre de la Tierra; la mina asemejada a un útero; y a los minerales con embriones; imágenes todas ligadas a la idea de parto y alumbramiento, de lumbre y luz, fuego, y a los rituales que acompañan los trabajos en las minas y la metalurgia.
Los xitara de Mozambique, dividen los minerales en ‘machos’ y ‘hembras’; los primeros, duros y negros, se hallan en la superficie de la tierra, mientras que los minerales ‘hembras’, blandos y rojizos, son extraídos del interior de la mina; la mezcla de ambos ‘sexos’ es indispensable para conseguir una fusión fructífera. Se trata, claro está, de una clasificación subjetiva derivada de una apreciación con la que justificar el rito, más que la de atribuir porque sí, sexualidad a un mineral, puesto que ni por el color ni la dureza de un mineral se le pueda dar capacidad sexual. Ahora bien, conviene volver al tiempo en que esto comenzaba, donde la realidad era otra y se necesitaba de milagros y del taumaturgo que los llevara a cabo para hacer fuego cuando hacia frio, entonces sí era de suma importancia explicarlo con algo simple, como lo era el que para llevar a buen término el trabajo de fusión, esa ‘fusión’ pasaba por unir los dos sexos que hicieran posible el ‘nacimiento’; el ‘matrimonio de los minerales’ se volvía así, imprescindible. Pueden encontrarse similares conceptos en la antigua China. Se dice que Yu el Grande, el Fundador primordial, sabía distinguir los metales macho de los hembra. Por tal razón atribuía a sus calderas los dos principios cosmológicos, el yang y el yin. Y si eso tuvo arraigo en China, también los parámetros alquímicos encerrados en el antiguo tratado ‘Mysterium Conjunctionis’ o ‘Unión Mística’. De igual modo la herramienta estaba a su vez sexuada, lo que hace exclamar al poeta Ibn Errümi: “¿Cuál es la mejor arma? Aquel sable, cuál si no, de afilado y masculino filo, y femenina hoja”.
Por su parte, los árabes llaman al hierro duro ‘hombre’ o ‘dzakar’ y al hierro blando ‘mujer’ o ‘ ánit’. Los herreros de Tanganika realizan unas hoquedades como ventanucos en su hogar, unos, la mayoría, son: “Nyina, madre, será por ellos por donde tras el fundido saldrá la escoria y el mineral de forja; por la de enfrente isi, o padre, se introduce el fuelle; las intermedias son los aana, hijos, que despejan el humo”.
Todos sabemos qué es una matriz, aquel órgano interno femenino que permite a las hembras ser madres. En un taller, imprenta o laboratorio, es aquella pieza con la que se da forma, se crea, o se emulsiona; en la metalurgia medieval europea era aquel recipiente que recibía el hierro fundido para solidificarse en una forma concreta, lo que llegó a África, donde antes se escuchaba tal cual, ‘matrix’, matriz en latín. Para qué inventar un nombre para algo donde se crea o da forma si ya tenemos uno como matrix. Tan lógico como lógico es pensar en que cualquier otro objeto, útil, medio o material que se utilice en el proceso de ‘creación’ se usen los mismos términos que en la reproducción humana. Si eso se dio en Europa y ahí sigue, porqué no admitir esa correlación en cualquier otra parte del mundo. Embrionario no es solo eso que se gesta en el útero o matriz femenina, sino todo aquello en fase de creación, desde una empresa, a un boceto artístico o la idea de una novela. Feto, viene de facto, hecho. Al igual que fetiche. Todo esto nos sirve para que no nos extrañe la correlación de la metalurgia y su proceso, con las connotaciones sexuales que requiere la maternidad. Cuando la lluvia cae con fuerza, los dayak de Borneo tienen la certidumbre de que es ‘masculina’. En cuanto a las aguas cósmicas, vemos que Lili, 9 y 10, en el libro de Enoch las divide así: “El agua superior representará el papel del hombre; la inferior, el de la mujer”. Zohar, fol. 14 b, 11-152, dice a su vez: “Un pozo alimentado por un arroyo simboliza la unión del hombre y la mujer”.
ALQUÍMIA
El fuego, fue fundamental, el primer gran ingrediente utilizado por el ser humano. El calor que generaba, era como el recibido por el feto en el seno materno.
Calor de la madre que llegaba y alimentaba a través del cordón umbilical. Partiendo de ahí y a la luz del sol, de ese eje, el ombligo, del que salía el vital y nutricio cordón, se genera la creación. Desde entonces todo parte de un punto o eje generador. Los Zuni, subgrupo de los indios Pueblo americanos, por ejemplo, dicen que la humanidad emergió tras la hierogamia, o unión de Cielo y Tierra, de las cuatro cavernas matriz ctónicas, o del inframundo subterráneo. Y que guiados por los Gemelos míticos, los humanos pasaron de una profunda matriz a otra situada más arriba hasta que llegaron a la superficie de la Tierra. Este mito, es en sí un ejemplo explícito de la Tierra idealizada como madre, y la antropogonía o relato mítico de la creación del hombre, está presente en términos de ontogenia, formación del embrión y gestación, repitiendo el acto del nacimiento de la Humanidad, concebido como una emersión desde la más profunda caverna matriz ctónic.
Los ríos sagrados de Mesopotamia tenían su fuente, según se decía, en el órgano generador de la Gran Diosa. Cada manantial o fuente, por tanto, era tenido como vagina de la tierra. En babilonio el término ‘pü’ significa a la vez vagina y fuente de un río. El sumerio ‘buru’ significa vagina y río. El término babilonio ‘nagbu’, fuente, está emparentado con el hebreo ‘neqebá’, hembra. En este mismo idioma la palabra ‘pozo’ se utilÍ2a también con el significado de mujer, esposa. El vocablo egipcio ‘bi’ significa útero al mismo tiempo que ‘galería de mina’.
Recordemos que las grutas y cavernas eran asimiladas también a la matriz de la Madre Tierra. El papel ritual de las cavernas, probado en la prehistoria, podría interpretarse igualmente como un retorno místico al seno de la Madre, lo que explicaría tanto las sepulturas en las cavernas como los ritos de iniciación verificados en estos mismos lugares. Quedémonos por el momento con esto: si las fuentes, las galerías de las minas y las cavernas son asimiladas a la vagina de la Madre Tierra, todo cuanto yace en su vientre está aún vivo, bien que en estado de gestación. O dicho de otro modo: los minerales extraídos de las minas son, en cierto modo, embriones: crecen lentamente, con un ritmo temporal distinto al de los animales y vegetales, pero crecen, ‘maduran’ en las tinieblas telúricas. Su extracción del seno de la tierra es, por tanto, una operación practicada antes de término. Si se les dejase tiempo para desarrollarse, los minerales se harían perfectos, serían metales ‘maduros’. Lo que da una medida del compromiso de los mineros y metalúrgicos en el oscuro proceso del crecimiento mineral. Tenían que justificar a todo trance su intervención, y, para hacerlo, pretenderían sustituir con procedimientos metalúrgicos la obra de la Naturaleza. Al acelerar el proceso de crecimiento de los metales, el metalúrgico precipitaba el ritmo temporal: el ‘tempo geológico’ era cambiado por él por ‘tempo vital’. Esta audaz concepción, según la cual el hombre asegura su plena responsabilidad ante la Naturaleza, deja entrever ya un presentimiento de la obra alquímica. Por una razón análoga se dejaba reposar a los minerales después de un período de explotación activa. La mina, matriz de la tierra, necesitaba tiempo para volver a engendrar.
Plinio, Nat. Hist., XXXIV, 49, escribía que: “Las minas de galena de España, renacían al cabo de cierto tiempo”. Estrabón, en ‘Geografía’, V, 2, habla de cosas similares y Barba, autor español del siglo XVII, dice a su vez: “Una mina agotada es capaz de rehacer sus yacimientos si se la tapona convenientemente y deja reposar por un período de diez a quince años. Porque, los que creen que los metales han sido creados desde el principio del tiempo se engañan groseramente: los metales ‘crecen’ en las minas”.
Me es difícil pensar, al contrario que otros, que el africano compartiera esta idea, y no creo tenga relación con el hecho de que ‘la obstrucción de las antiguas minas del Transvaal’ u otras, tenga que ver con eso.
Creer que la metalurgia y la agricultura, dependían por igual de la fecundidad de la Madre Tierra, dio al hombre confianza reforzando su orgullo, pues era el más indicado para colaborar en este propósito de la Naturaleza, sintiéndose directo contribuyente de los procesos de crecimiento que se gestaban en el seno de la tierra. El hombre llega al punto de creerse capaz de modificar y acelerar el ritmo de estas ‘lentas maduraciones’; de alguna manera él marca el tiempo. Lo que incita a un autor del siglo XVIII a escribir: “Lo que la Naturaleza ha hecho hasta ahora podemos igualmente hacerlo nosotros, remontándonos al procedimiento que ella ha seguido. Lo que ella acaso siga haciendo con ayuda de siglos en sus soledades subterráneas, nosotros podemos hacer que lo concluya en un instante, ayudándola y poniéndola en mejores circunstancias. Del mismo modo que hacemos el pan, podemos hacer los metales. Sin nosotros la espiga no maduraría en los campos; el trigo sin nuestros molinos no se convertiría en harina, ni la harina en pan sin amasamiento y cocción. Acordemos, pues, con la Naturaleza la labor mineral, lo mismo que hemos hecho con la agrícola, y sus tesoros se abrirán para nosotros”.
Bajo esta idea, la alquimia buscaba acelerar ese proceso de ‘maduración’ trasmutando cualquier mineral en oro. Ese era el favor que con fervor los alquimistas pedían encontrar no tanto para hacerse ricos, sino por congraciarse con la naturaleza y tal vez con ellos mismos más que con sus semejantes, pues como eremitas, en realidad poco les importaban. El alquimista de la Edad Media, adopta y perfecciona la obra de la Naturaleza, al mismo tiempo que trabaja para hacerse a sí mismo. Si nada entorpece el proceso de gestación, todos los minerales se convierten con el paso del tiempo en oro. Todos los minerales, dejados en reposo en sus matrices ctónicas o telúricas, las del inframundo, habrían acabado por convertirse en oro, siglos o milenios más tarde. Así como el metalúrgico transforma un ‘embrión’ o mineral en metal, adelantando el proceso de crecimiento comenzado en la Madre Tierra, el alquimista sueña con acelerarlo coronándolo con la transmutación de todos los metales comunes en el más noble, el oro. En la ‘Summa Perfectionis’, tratado alquímico del siglo XIV, puede leerse que: “Lo que la Naturaleza no puede perfeccionar más que en un largo espacio de tiempo, nosotros, con nuestro saber hacer, lo acabamos en breve lapso”.
La nobleza del oro es, por tanto, fruto de su madurez; los otros metales son comunes por estar ‘crudos’, no ‘maduros’. Podría decirse que la finalidad última de la Naturaleza es el perfecto acabado del reino mineral, su ‘maduración’. La transmutación natural de los metales, en oro, está inscrita en su propio destino, la perfección.
El Oro, per se, es portador de un simbolismo altamente espiritual; los textos indios dicen: “El oro, representa la inmortalidad”.
Los obreros musulmanes deben guardarse muy bien de dejar entrever su religión por signos externos u oraciones. “Se supone que el oro está bajo la jurisdicción y en posesión de un ‘dewa’ o dios, y su búsqueda es, por consiguiente, impía, y así los mineros deben conciliarse con el dewa mediante plegarias y ofrendas, poniendo gran cuidado de no pronunciar el nombre de Alá ni practicar actos del culto islámico. Toda proclamación de la soberanía de Alá ofende al dewa, quien inmediatamente ‘oculta el oro o lo hace invisible’ ”.
Es por esto que los mineros deben efectuar rituales de ayuno, meditación, oración y culto, previo período estipulado de castidad, en función de la actividad que vayan a desarrollar. El objetivo es acceder a la inviolable antesala de lo sagrado, sin perturbar la vida allí existente ni alterar los espíritus que la rigen, pues el contacto es con una sacralidad diferente a la de su universo religioso familiar, una sacralidad más profunda y aún más peligrosa. Es por ello que expresan la sensación de adentrarse en un mundo ajeno, al que no pertenecen; donde se elaboran los misterios de maduración de los minerales, que aún pareciendo estáticos, saben que son en las entrañas de la Madre Tierra donde están y se llevan a cabo. Es entonces cuando el herrero se encamina al proceso más aventurado y arduo. Reemplazar a la Madre Tierra para acelerar y perfeccionar la ‘maduración’, el crecimiento. Los hornos son, sin duda, la matriz ideal, una matriz creada en exclusiva para el mineral donde la gestación concluya en el mejor parto. No son de extrañar las precauciones previas y los tabúes y rituales que se realizan durante la fusión. Si el horno nunca está lejos de las minas, del mismo modo es mejor instalarse cerca. Se crean campamentos consistentes pues saben de lo dilatado del proceso, meses en África, que suelen ir de mayo a noviembre, período en el que además deben mantenerse puros. Walter Cline, op. cit., 119, apunta que los fundidores Chewa de Zambia y Malawi observan la continencia más rigurosa durante todo este tiempo. Los sudafricanos BaYeka no aceptan mujeres cerca de los hornos -ibíd., 120. Tampoco sus vecinos, los Bail que más rigurosos, viven aislados durante toda la temporada metalúrgica: “El obrero que haya tenido sexo nocturno ha de ser purificado” –ibíd., 121. Los mismos tabúes sexuales se encuentran entre los BaKitara Nyoro de la actual Uganda; si el fabricante de fuelles ha tenido relaciones sexuales durante su trabajo, los fuelles se llenarán constantemente de agua y rehusarán cumplir con su cometido. Los Fang de Gabón se abstienen de toda relación sexual desde dos meses antes, y durante todo el tiempo que duran los trabajos de fusión. -ibíd., 125. La creencia de que el acto sexual puede comprometer el buen éxito de los trabajos es común a todo el África negra. Incluso algunos de los cánticos que se entonan en el trabajo aluden a los tabús sexuales. Según W. Cline, 121, los Bail cantan previamente: “Kon gwe, clítoris, y Malaba la negra, labios vaginales, me horrorizan. He visto a Kon gwe soplando el fuego.
Kon gwe me horroriza. ¡Pasa lejos de mí, pasa lejos, tú, con quien he tenido relaciones repetidas, pasa lejos de mí!”. Estas canciones pueden ser oscuros vestigios de elementos simbólicos nupciales. El herrero de los Bakitara trata al yunque como si fuera una desposada. Cuando los hombres lo transportan a casa cantan como en una procesión nupcial. Al recibirlo, el herrero le asperge agua ‘para que tenga muchos hijos’ y dice a su mujer que ha traído a casa una segunda esposa. -Cline, p. 118. Entre los Bail, mientras se construye un horno, un muchacho y una muchacha penetran en su interior y pisotean habas, el crepitar que producen simboliza el ruido del fuego. Los niños que han representado este papel deberán casarse más tarde. -ib’id., p. 120. Cuando se dispone de observaciones más precisas y elaboradas, se aprecia mejor el carácter ritual del trabajo metalúrgico en África. R. P. Wyckaert, que ha estudiado de cerca los herreros de Tanganika, nos cuenta detalles significativos. Antes de ir al campamento el maestro herrero invoca la protección de las divinidades: “Vosotros, abuelos que nos habéis enseñado estos trabajos, precedednos para saber cómo debemos actuar. Tú, el misericordioso que habita no sabemos dónde, perdónanos. Tú, mi sol, mi luz, cuida de mí. Yo os doy a todos las gracias”.
6ª Excavación de dos hornos florales dentro de un cráter en Fiko, Malí. Foto Dra. Anne Mayor
La víspera de la partida hacia los hornos todo el mundo debe guardar continencia. Por la mañana, el maestro herrero saca su caja fetiche de ‘medicinas’ la reverencia y todos desfilan ante ella, se arrodillan, y con el dedo, el maestro les impregna en la frente con ceniza o tierra blanca. Encabezados por el maestro, el grupo se encamina hacia los hornos, un niño lleva la caja de ‘medicinas’ y otro un par de pollos. Una vez en el lugar, se inicia el ritual depositando las medicinas en el horno y se da paso al sacrificio. Cada niño lleva un pollo que inmolan a la vez ante el maestro herrero, vertiendo la sangre sobre el fuego, el mineral y el carbón. Luego, uno de ellos entra en el hogar, mientras que el otro se queda en el exterior; ambos continúan las aspersiones dirigiéndose a la divinidad, diciendo varias veces: “¡Enciende tú mismo el fuego y que arda bien!”. -op. cit., p. 375. Según las indicaciones del jefe, el niño que se encuentra en el interior del horno coloca las medicinas en la zanja que se ha excavado en el fondo del hogar, deposita allí también las cabezas de los dos pollos y lo recubre todo con tierra. A la forja también se la honra sacrificando un gallo. El herrero entra en el interior, inmola el gallo y esparce su sangre sobre la piedra yunque, diciendo: “Que esta fragua no estropee mi hierro. ¡Que me dé riqueza y fortuna!”. -ibíd., p. 378.
La explicación del ceremonial, el papel de los dos niños y el sacrificio a los hornos, con las cabezas de los pollos enterradas a los pies del hogar, parecen testimoniar un sacrificio de ‘sustitución’, último vestigio de aquellos sacrificios humanos que requería la divinidad para el buen fin del proceso metalúrgico, también en África. Entre los Chewa de la antigua Nyasalandia, ahora Malawi, el que quiere construir un horno se dirige a un mago, nganga. Este prepara ‘medicinas’, las mete en una mazorca de maíz e induce a un niño para que la arroje sobre una mujer encinta, lo que provocará el aborto a la mujer. El mago busca y recoge el feto y lo quema, junto con otras ‘medicinas’, en un lugar preciso donde se ha excavado un agujero. Es encima de este agujero que se construye el horno. Los Tonga de Zambia tienen la costumbre de arrojar en los hornos una parte de la placenta para garantizar la fusión del metal. Dejando momentáneamente aparte el simbolismo del aborto, estos ejemplos africanos representan una forma intermedia entre el sacrificio humano concreto o simbólico, con uñas y cabellos, y el sacrificio de sustitución, como el sacrificio de los pollos entre los herreros de Tanganika, citado antes. Cline, op. cit., página 12, nos dice: “La idea de relaciones míticas entre el cuerpo humano y los minerales aflora igualmente en otras costumbres. Los Mandingo de Senegambia, tras un accidental derrabe con algún muerto, abandonan la mina de oro durante varios años: calculan que el cuerpo, al descomponerse, dará paso a un nuevo y rico yacimiento aurífero”.
Estos mitos, ritos y costumbres suponen un tema mítico original que los precede y justifica: los metales proceden del cuerpo de un dios o de un ser sobrenatural inmolado. Basta con pensar en los herreros africanos para advertir hasta qué punto está la obra metalúrgica inmersa en una atmósfera sagrada. Incluso se observa cierto paralelismo africano con el texto mesopotámico que antes vimos. Los herreros Ushi, subgrupo Bemba de Zambia, sacrifican pollos en los hornos; los BaKitara inmolan un carnero y una gallina sobre el yunque. -Cline, op. cit., p. 118. La costumbre de colocar ‘medicinas’ en los hornos está muy extendida. -ibíd., p. 125. Las libaciones de cerveza son asimismo practicadas: entre los Bail, el primer ritual que se verifica en la fusión consiste en verter cerveza mezclada con ‘medicinas’ en los cuatro hoyos excavados bajo el horno. -ibíd., p. 120.
7ª Ascuas de un horno en Malí
SEÑORES DEL FUEGO
Hemos visto que el fuego aportó lo fundamental para avanzar en lo vital, tecnológico y esotérico. La gente se calentó y cocinó, lo que propició una evolución prioritaria, incluso se duplicó la vida del humano. El poder controlarlo, trasladarlo, incrementarlo o menguarlo a voluntad, produjo nuevos recursos abriendo infinidad de posibilidades. Surgieron casi a la par, mentes más avispadas que se aprovecharon del temor a lo aún desconocido, y los componentes físicos: humo, chisporroteo, fulgor del candente metal y ambiente en general del entorno, dieron pie a empezar a hablar de lo esotérico, místico, e incluso impulsar creencias. Pero siempre predominaba sobre todos, el que dominaba el fuego. El alquimista, como el herrero y antes que ellos el alfarero, eran ‘señores del fuego’, pues con él dominaban y cambiaban a su gusto la Materia.
El primero que consiguió, gracias a las brasas, endurecer y dar consistencia a las ‘formas’ que había dado a la arcilla, debió sentir la embriaguez del demiurgo: acababa de descubrir un ‘elemento’ con capacidad para transmutar. Percibió que mientras el calor ‘natural’, el del Sol o el vientre de la Tierra, hacía madurar lentamente, lo hacía él con el fuego en un tempo insospechado. Seguramente, y no olvidemos que hablamos del humano arcaico, quien accedió a ese descubrimiento experimentaría un entusiasmo similar a quien por primera vez pisó la luna o los que desvelaron la estructura molecular del ADN, al pensar el campo que se le abría al haber conseguido hacer en breve tiempo lo que la Naturaleza nunca le había mostrado. Con el fuego se habían desvelado dos secretos fundamentales, acelerar los tiempos de la Naturaleza, y realizar cosas diferentes a lo que en ella se encontraba. Tal vez él no, pero de seguro alguien pensó que ese ‘milagro’ se debía a fuerzas mágico religiosas capaces de modificar el mundo y, por tanto, no pertenecientes a éste.
8ª Diorama del Museo de Historia Natural de Mongolia
No tengo claro, porqué los etnógrafos relatan procesos de autocombustión o ignición espontánea surgidos en tiempos remotos. Aunque es cierto que en los siglos XVIII y XIX se determinaron casos que se atribuyeron a procesos ‘naturales’. El controvertido investigador Jonh E. Heymer en su ‘The Entrancing Flame’ de 1996, afirma que eran personas con desequilibrios psicosomáticos, que caían en trance antes de su combustión. Demos pábulo o no a estas elucubraciones, ‘producir fuego’ en el propio cuerpo era tan antinatural que si sucedía, tenía que ser debido a haber trascendido la condición humana. Según los mitos de algunos pueblos arcaicos, se atribuía como natural a las Hechiceras la posesión de fuego en sus órganos genitales, pudiendo incluso cocinar sus alimentos, aunque si un hombre pretendía verlo, desaparecía. Sea como fuere, lo cierto es que el ser humano, emulando la capacidad de estas mujeres accedió al fuego mediante la variante de una cópula sexual, al frotar un puntiagudo palo contra otro hendido. Aunque físicamente comprobado, el mito tiene un indudable componente matriarcal, pues el fuego surge por el frotamiento de dos trozos de madera o sea de una unión sexual, y se consideraba que habitaba o estaba ‘contenido’ en el trozo de madera ‘hembra’. Debido a este simbolismo, la mujer, en este nivel cultural, es normal que fuera tenida por hechicera. Tal vez la fuerza del hombre se impone y se apropia y domina el fuego, desbancando en número los hechiceros varones, a las hembras. En Dobu, Papúa, los nativos cuentan que los brujos y las hechiceras vuelan por la noche y que se puede seguir el rastro de su vuelo por las huellas de fuego que dejan tras ellos.
También los herreros, como los chamanes, son considerados ‘señores del fuego’. En algunos ambientes culturales el herrero es considerado con más estatus o al menos al mismo nivel que el chamán. Los Sakha o Yakuta situados junto al Baikal entre Rusia y Turquía dicen: “Herreros y chamanes vienen del mismo nido”. Considerados dueños de poderes sobrenaturales, dicen también: “La mujer de un chamán es respetable; la de un herrero es venerable”. Y un tercero afirma: “El primer herrero, el primer chamán y el primer alfarero eran hermanos de sangre. El herrero era el mayor, y el chamán estaba entre los dos. Esto explica que el chamán no pueda provocar la muerte de un herrero”. Sus primos Dolgan dicen que: “Los chamanes no pueden adueñarse de las almas de los herreros, pues éstos las conservan en el fuego; por el contrario, es posible para el herrero apoderarse del alma de un chamán y quemarla en el fuego”. Según los mitos Yakuta, el herrero recibe su oficio de una divinidad malévola.
Según otra tradición, el antepasado de los Yakuta, Elliei, fue el primer forjador. Otro herrero mítico, Chy ky, fue el predecesor de los guerreros: él forjaba sus armas al tiempo que les enardecía o daba sabios consejos. Los Yakuta atribuyen a los herreros el poder de curar por medios naturales y no con la ayuda de espíritus, como hacen los chamanes. Un herrero de novena generación accede a medios sobrenaturales, sobreponiéndose a los espíritus, y por ello puede forjar los tintineantes objetos de hierro que adornan el traje del chamán, cuyo ruido ahuyenta a los espíritus. Como el hierro es cosa exclusiva del herrero, con cada obra, aumenta sobremanera su poder mágico religioso. El control y dominio del fuego marca el grado de sacralidad de forjadores y chamanes situando su nivel; el ‘superior dominio’ otorga una posición de ‘estado superior’ al de la condición humana. Y, sobrepasado lo humano, capacita al herrero para crea las armas de los héroes. No se trata solamente de su fabricación material, sino de la magia de que las inviste; es el misterioso arte del forjador el que las transforma en armas mágicas.
Hemos visto cómo se desarrolló la transición del mineral de hierro meteórico al terrestre, y al margen de su procedencia, de ser tenidos como simples piedras, a adquirir con el fuego gran valor económico o de trueque y consideración mística.
LOS AFRICANOS NO SON ALQUIMISTAS la ‘alquimia’, del árabe ‘al khīmiyā’, proviene de la idea de antiguos humanos que pensaron que si el fuego permitía hacer cambios en la naturaleza, porqué no la conjunción de los elementos con los que este convivía, el aire, agua y tierra, y los que a su vez estos encierran, producirían en conjunto un quinto elemento. Individuos, de los más ilustrados para sus épocas, a lo largo de 2500 años, desarrollaron una serie de ideas fisicoquímicas que finalmente derivaron en conceptos filosóficos empíricos que acabaron por adquirir carácter místico.
La alquimia se practicó en el continente Asiático, de Mongolia a la India y de Corea a los Urales; en toda La Península Arábiga, de Arabia a Yemen y de Persia a Egipto y por supuesto en Europa, hasta bien entrado el siglo XVIII.
Al quinto elemento se le llamó ‘piedra filosofal’, curiosa manera de aunar lo material con lo espiritual. Se trataba al principio de imitar a Midas y la posibilidad de trasmutar metales básicos en oro; tras siglos de fracasos se pensó que con lo conseguido se podía acceder a un elixir de la vida, curando enfermedades y alcanzando una juvenil inmortalidad. Otros fracasos más dotaron a ciertos ‘iluminados’ de la perfección como humanos en su máxima expresión, morirían, sí, pero envueltos en la sabiduría que suponía la ‘felicidad celestial’. No pudieron acceder a la ‘Chrysopoeía’, trasmutar piedra o metal en oro, pero sí a la ‘Opus Magnum’, la Gran Obra, que hacia innecesario lo material pues habían conseguido la felicidad. Sí es cierto que la química y la física se nutrieron avanzando con ellos.
Y es en África donde el ser humano se muestra más pragmático, y aún venerando lo llegado del cielo como un don, se vuelca, casi de inmediato en términos de evolución, en lo práctico, pasando a transformarlo en el recurso de utilidad que es El africano, contrariamente al resto del mundo, no consideró el fuego más que el medio para un fin. Y lo mejor para conocer qué significo el fuego para África, nada para empezar como los trabajos de Walter Cline y de la Misión Griaule. En 1936 Cline extraía las siguientes conclusiones de sus investigaciones: “1ª.- En las llanuras herbosas del norte del África Oriental, los forjadores constituyen una casta menospreciada y su trabajo no ofrece un carácter ritual acentuado. 2ª.- Por el contrario, en el África Occidental los herreros se hallan en relación con las sociedades secretas de hombres, gozan de un gran prestigio como magos y disponen de ‘clubs’ cerrados. 3ª.- En el Congo y regiones circundantes, los herreros se agrupan en hermandades, están asociados con los sacerdotes y los jefes, y a veces incluso forman un todo con estos últimos, y el trabajo de la forja constituye un ritual con gran número de espíritus y remedios”. Continuando con Cline, añadir, que: “Todo africano conoce los aspectos mágico religiosos del herrero, sus secretos de iniciación, sus tabúes sexuales, la ‘personalidad’ del martillo y del yunque y lo hereditario de la profesión”.
Forbes, p. 64, dice: “Aparte de las hermandades de herreros estables, encuéntranse asimismo forjadores ambulantes que gozan de la reputación de poderosos magos”. Y si los Baris antes del Nilo Blanco ahora Sudan del Sur, consideran a los herreros ambulantes como parias, los BaLolo o Logoa del Congo les muestran gran respeto e incluso les suponen descendientes de reyes o aristócratas. Esta dualidad de la profesión del herrero negro se explica en parte por la historia cultural de África. Y aunque Hermán Baumann, op. cit., p. 498, da prevalencia a la civilización paleonigrítica, que: “Abarca el norte del Congo, el alto Nilo hasta Abisinia, el centro y sur del África Oriental, lo que plasma la auténtica civilización del hierro africano, y es en ese ámbito donde es más apreciado, desempeñando un papel religioso de relevancia, sumado a que es el sucesor, en todo sentido, del Herrero mítico, pues como él, aporta las herramientas necesarias para el cultivo, emulando al Herrero mítico como Héroe civilizador, cooperador de la obra divina de la Creación”.
El herrero está vinculado a la tierra sagrada como lo están los alfareros y las mujeres que excavan la tierra en busca de oro. En más de un lugar, por ejemplo, en el círculo cultural del Alto Níger, las mujeres de los herreros son las alfareras de la tribu. En cambio, en la civilización de los cazadores de las estepas y en las civilizaciones camíticas pastorales, los herreros son menospreciados y forman castas aparte. Baumann, pp. 283, 431, dice: “El herrero y las herramientas que forjan no han adquirido el papel civilizador asumido en las culturas paleonigríticas. Este es, entre otros, el caso de los abisinios y somalíes, entre los cuales los herreros Toumala, constituyen una casta de intocables; de los Tedas, al norte del Tchad, principalmente en el Sahara central, donde los forjadores son desdeñados y forman una clase de parias endógamos”. Cline, p. 114, añde: “Los Wa Ndorobos, nilotas camiticos, cazadores, desprecian igualmente a los forjadores: éstos no gozan de ningún derecho legal en la comunidad e incluso pueden ser condenados a muerte por sus superiores”.
Baumann, p. 259, agrega: “Sus vecinos, los Massai, nilotas camiticos, nómadas, ganaderos, dejan la fusión del hierro y el trabajo de la forja a los Il Konnonos, una casta muy despreciada”.
Cline, p. 114, nos dice que según la creencia de los Massai: “La vecindad de un compuesto o vivienda, kraal, de forjador entraña el riesgo de atraer la muerte, la enfermedad u otras diversas desgracias a un kraal normal. El hombre que cohabite con una mujer perteneciente a la casta de los herreros perderá la razón, engendrará hijos inválidos o morirá en la próxima incursión. Ol kononi, herrero, es un término injurioso cuando se aplica a un individuo que no lo es; pronunciar esta palabra después de la puesta del sol significa atraerse los ataques nocturnos de los leones o de los enemigos. El mismo oficio del herrero es impuro”.
Pero volvamos a las poblaciones africanas donde el herrero es enaltecido:
Entre los Chagga o Wa Tchaggas, bantúes camitizados, actualmente en Tanzania, y básicamente agricultores, los herreros son tan temidos como honrados. Aunque en lo concerniente al matrimonio tienen sus prevenciones “No es conveniente dar una hija aun herrero, porque se expone a un gran peligro al divorciarse. Si el divorcio resulta inevitable, el herrero puede inmunizar a su mujer frotándole el cuerpo con manteca en presencia de su madre o de otra mujer testigo, lo que recuerda el método utilizado por los Massai para descontaminar al herrero tras cada nuevo objeto de hierro, y ofreciéndole un bastón antes de pronunciar el divorcio”.
El martillo está dotado de un poder especial. Al encargar un martillo, el cliente, previamente, debe entregar al herrero un macho cabrío y una cantidad estipulada de cerveza. Con esta herramienta se podrá defender mágicamente, contra ladrones o enemigos. Los herreros, no contribuyen a actividades de magia negra, más bien están considerados como chamanes benefactores. Con el hierro se consiguen eficaces y poderosos amuletos, siendo un excelente medicamento.
Cline, p. 116, nos va diciendo: “Las mujeres de los Chagga occidentales llevan torques de hierro en torno al cuello, a los brazos, pues se supone que estos objetos dan fertilidad y sirven para curar a los niños enfermos”.
Cline, p. 119: “Entre las gentes de Katanga, círculo cultural congolés del Sur, los que trabajan los metales constituyen una sociedad religiosa secreta, Bwanga, que implica una iniciación y un culto específico”.
Cline, p. 120: “El maestro fundidor de los BaYeke, tribu Nyamwezi, círculo congolés del Sur, colabora con un chamán; entre los Bail, agricultores, círculo zambeziano, el ‘iron doctor’ supervisa la operación de la fusión”.
Cline, p. 122: “En el Congo meridional los herreros forman una hermandad hereditaria, cuyos miembros gozan de un estatuto social casi igual al de los chamanes y se hallan bajo la dirección de maestros llamados tanto ocim banda, hechicero (witeb-doctor), como ocivinda, herrero”.
Cline, p. 124: “Entre los Mosengeres y los BaSakatas, círculo congolés del Sur, el maestro herrero es generalmente el fundador del pueblo y su oficio es hereditario”.
Cline, p. 125: “La identidad de funciones de herrero y jefe aparece atestiguada en otros muchos grupos de la región del Congo, en primer lugar en el Ogowe Superior, donde los forjadores son siempre hechiceros y frecuentemente jefes; en el Loango, donde el fuego sagrado nacional se halla a cargo de un sacerdote herrero; entre los BaSongies, donde los herreros figuran inmediatamente después de los jefes; entre los BaHoloholo, donde figuran asimismo después de los jefes y los cazadores y antes de los subjefes y los chamanes, etc.”.
Cline, p. 126: “Los Tivs de la Nigeria del Norte atribuyen al hierro la virtud de asegurar la comunión entre los muertos y los vivos; creen además que las herramientas de hierro participan de la fuerza mágica que impregna la forja y que se manifiesta sobre todo en el rayo”.
Estas citas anteriores, escritas a primeros del siglo XX, son básicas, pues remiten a recuerdos y actuaciones ancladas en tiempos antiguos, conservadas en el acervo cultural de quienes las fueron trasmitiendo. Sobre el hierro específicamente se han hecho buen numero de estudios y practicado excavaciones desde entonces aquí, 2020, y aún se mantienen activos con expertos, mujeres y hombres, de reconocido nombre; pero creo que antes de entrar en estos nuevos datos que se van aportando, merece la pena retornar los datos recopilados a principios del XX, en las expediciones encabezadas por Marcel Griaule y los especialistas que le acompañaron. Pues son ellos los que recogieron los mitos cosmogónicos y de origen, y el privilegiado lugar que ocupaba, y ocupa, el herrero africano y su dualidad en cuanto a su función religiosa. Gracias a Marcel Griaule y sus colaboradores disponemos hoy de una amplia documentación sobre la mitología del Primer Herrero entre los Dogón, círculo cultural del Volta, y los Bamana, círculo del Alto Níger. Entre los primeros la profesión de herrero es muy estimada y sus herramientas ocupan un lugar importante en el culto, ya que el Primer Herrero es figura esencial de la mitología por haber recibido del Dios supremo, Amma, las muestras de los principales granos cultivables, que colocó en el interior de su maza, suspendiéndose luego del extremo de una cadena de hierro mediante la cual Dios le hizo descender sobre la tierra. Este mito llegó por varias vías y según otra variante, los herreros vivían primitivamente en el cielo y trabajaban para Amma. Pero como uno de ellos hubiese robado el mijo del dios, ocultándolo en su maza, Amma le hizo descender a la tierra; al tocar el suelo se hizo impuro y, por consiguiente, incapaz de volver a subir al cielo. Según una tercera variante, la más completa, el Herrero Antepasado construyó en el cielo un granero dividido en ocho departamentos que representaban los órganos principales del hombre: en cada departamento depositó uno de los ocho granos cultivables. Este granero, construido de tierra celeste, fue llevado después a la Tierra por el Primer Herrero y allí, al dispersarse, se convirtió en el campo primordial puro, en torno al cual se organizó más tarde la Humanidad. Fue igualmente el Primer Herrero celeste quien inventó el fuego, enseñó a los hombres la agricultura, así como a domesticar los animales. Harry Tegnaeus, página 35, comenta: “Según otros mitos, el Héroe Civilizador de los Dogón, el Genio Monitor Nommo, se metamorfoseó en Herrero y descendió a la tierra para revelar a los humanos la civilización. Siendo visible la acción de Nommo en el cielo durante las tormentas”.
Al otro extremo del mundo se reproduce un mito similar, que nos relata la University of Chicago Press en ‘The Forge and the Crucible’: “Al dios Dantsien San de los T’ou jen, de Kuang Si, en Laos, le sacrificaban cabras, pues se sirve de las cabezas como de yunques. Durante las tormentas Dantsien San bate su hierro entre los cuernos del animal sacrificado; los relámpagos y zigzagueantes rayos caen sobre la tierra derribando a los demonios. El dios defiende, en cuanto herrero, las cosechas y los hombres. Dantsien San es un dios de la tormenta, correspondiente al tibetano Dam Can y, por tanto, a rDorjelegs pa, que cabalga una cabra y parece ser una vieja divinidad bondadosa. Ahora bien, rDorje legs pa es un dios herrero; su culto está en relación con la tormenta, la agricultura y la cabra”.
En los Dogón encontraremos una situación análoga: “Es el Herrero celeste el que desempeña el papel de héroe civilizador; trae del cielo los granos cultivables y revela la agricultura a los humanos. Hace estallar el rayo y golpea la tierra con piedras de trueno. La secuencia ‘Herrero celeste-Héroe Civilizador-agricultura-papel religioso’ del herrero no es monopolio exclusivo de los Dogón. Se encuentra también, en una forma más o menos completa, entre los Yacouba Sawadogo de Burkina Faso”. Tegnaeus, p. 40: “Entre los Gourounsi , donde el Primer Herrero es también Héroe Civilizador, el herrero ejerce funciones de sacerdote del fuego y del rayo”. Tegnaeus, pp. 42 y ss: “Entre los Bolon, una de las poblaciones más arcaicas del Volta, según los mitos, el Primer Herrero, hijo del Dios supremo, descendió a la Tierra y reveló a los humanos el fuego, la domesticación y la agricultura; el herrero desempeña un papel importante en la vida religiosa y social, es maestro instructor en las ceremonias de iniciación, es adivino y profeta, etc.”.
Tegnaeus, p. 47: “Entre los Somono, pescadores Bamana, un mito cosmogónico atribuye al Herrero Primordial el papel de colaborador de la Creación; el sacrificador en el culto del Genio del agua debe pertenecer a una familia cuyos antepasados fuesen herreros descendidos del Cielo”.
Entre los Bamana, el gran sacerdote es casi siempre un herrero, y herreros son los que controlan las sociedades secretas. Tauxier había demostrado ya que la misma situación aparece entre los demás Mandes, Malinkes, Guasulonkes, etc.
Tegnaeus, p. 55: “Según un mito Akan, el Herrero descendió a la Tierra encargado por Dios de modelar dos docenas de hombres y de animales”.
Entre los Ewe, el herrero y las herramientas de la fragua ocupan un importante lugar en la vida religiosa. Se supone que el martillo v el yunque han caído del Cielo y es ante ellos donde se presta juramento; el herrero es el hacedor de lluvia y puede conducir una guerra a feliz término. Según los mitos, el Primer Herrero, considerado a veces como el mismo Hijo del Dios supremo, fue enviado por Dios para concluir la creación y comunicar a los hombres el secreto de las profesiones. Tegnaeus, pp. 82 y ss: “Para los Yoruba fue Ogun, el Primer Herrero, quien forjó las primeras armas, enseñó a cazar a los hombres y fundó la sociedad secreta Ogboni”. Tegnaeus, p. 102: “Nzeanzo, el Héroe Civilizador de los Mboula, era a la vez herrero, médico y monitor: enseñó a los hombres todas las técnicas útiles e instituyó las cofradías de herreros”.
Tegnaeus, p.104: “Entre los Tchamba, Daka, Durru y otras tribus vecinas, la mitología del Forjador Héroe Civilizador es extremadamente rica: el Primer Herrero les reveló no sólo el fuego y el medio de cocer sus alimentos, sino también el arte de edificar las casas, el comportamiento sexual requerido para tener niños, la técnica de la gestación, la circuncisión, las formas del enterramiento, etc.”.
Tegnaeus, p. 105: “Dicho de otro modo, el herrero entre los Durru y en otras tribus tiene un papel social religioso más importante que el rey”.
Tegnaeus, pp. 142 y ss: “La mitología de los Kikuyu pone en acción a tres hermanos, Héroes Civilizadores: el primero les enseñó la domesticación del ganado; el segundo, la agricultura, y el tercero, el arte de forjar los metales”.
Tegnaeus, p. 172: “Para concluir esta rápida revisión de ejemplos africanos recordemos finalmente que el primer rey de Angola fue, según las tradiciones, un Rey Herrero”. Tchibinda Ilunga, apuntamos nosotros.
La cultura Paleonegrítica, como vemos, se ‘forja’ entorno al concepto religioso atribuible al mito ‘Herrero Celeste Héroe Civilizador’, pero no solo por ser el hacedor de las herramientas agrícolas, pues si leemos los mitos completos de los que estos pueblos hablan, lo aconsejamos, veremos la versatilidad de sus hechos y generosidad.
En otras culturas básicamente agricolas, como la eslava, el herrero y el hierro no tienen reconocimiento alguno, utilizan el hierro a lo sumo con fines apotropaicos, a pesar de estar situada su cultura cerca de Táurico y Yeniseico dos de los más antiguos centros metalúrgicos de la Tierra. Debemos remitirnos a mitologías e ideologías religiosas para comprender la función de herrero.
9ª Trasmisión oral africana. Foto: Arsgravis. Universitat de Barcelona
Hemos visto dos visiones humanas en torno al hierro: los de la Alquimia, deseosos de ir más allá de lo natural pero con fines particulares; otra, Natural, que saca partido a lo que hay para aprovechar lo que la Naturaleza ofrece a todos.
Ambas visiones incorporan a sus deseos conceptos religiosos, que adjetivamos ahora como mitos. Es el soporte al que agarrase cuando adentrarse en lo desconocido nos produce miedo. A lo inmaterial de lo desconocido, mejor crear un contrapunto, igualmente inmaterial pero semejante a nosotros, capaz de acercarnos o facilitarnos lo que necesitamos, y en función de las crecientes demandas, se va ampliando el mito para que nos recuerde dónde estuvimos.
Algo donde reflejar lo conseguido y las soluciones desarrolladas.
El Dios Supremo Creador, nunca se muestra ni acerca; es su mejor creación, su hijo, mensajero o ayudante imprescindible, el Herrero Celeste, quien se encarga de concluir sus obras y perfeccionarlas en su nombre. El Herrero Celeste, aporta la ‘civilización’ al ser humano organizando el mundo. Esta ‘civilización’ tutelada, capacita al hombre para desvelar los misterios que Dios encerró en sus creaciones y que tanto habilitan al humano para asimilarlas e ir prosperando en la Tierra.
Agradecerlo requiere de aunarse y hacerse ver y oír de manera especial. Nadie mejor que el dominador del fuego, capaz con él de ‘crear’ consistentes formas útiles, para dirigir estos rituales. De ahí que el herrero sea el celebrante idóneo en cualquier ceremonia. Es el sacerdote perfecto en las culturas o ‘civilizaciones’ de carácter agrícola. Incluso sus relaciones con los jefes o soberanos, con los cuales se confunde en ciertas regiones, son de orden religioso.
En cuanto al menosprecio que se da al herrero entre los Massai y otros pueblos camíticos, hay que recordar, primero, que no practican la agricultura, y además, la ambivalencia mágico religiosa que dan al hierro; siendo objeto sagrado, el metal es tan peligroso como benéfico. El capaz de ‘hacer’, herrero o artesano, adquiere entre los suyos carácter divino o semidivino, son arquitectos, danzantes, músicos, médicos hechiceros. Hacer es conocer, saber la fórmula mágica que permita ‘inventarlo’ o ‘aparecer’ espontáneamente. El artesano es por lo mismo un mago, conocedor de secretos, por eso todos los oficios implican una iniciación, en la que los transmiten mediante una tradición oculta. El que hace cosas eficaces es el que conoce los secretos de hacerlas. Así se explica en gran parte la función del herrero mítico africano en su calidad de Héroe Civilizador: ha sido encargado por Dios de perfeccionar la creación, de organizar el mundo y, además, de educar a los hombres; es decir, de revelarles la cultura. Importante es subrayar el papel del herrero africano en las iniciaciones de la pubertad y las sociedades secretas: en un caso como en otro se trata de una revelación de misterios o, en otros términos, del conocimiento de realidades últimas. En este papel religioso del herrero, se advierte una réplica de la misión de Héroe Civilizador de su homónimo, el Herrero Celeste: es figura fundamental para la formación, no solo espiritual, de los jóvenes, es una especie de monitor, prolongación terrestre del Primer Instructor descendido del cielo in illo tempore.
Para los Dogón, los primeros habitantes de la región, mitificados, eran los Tellem, hoy desaparecidos dice el mito que bajo tierra, y que forjadores infatigables aún se escucha el resonar de sus martillos. No solo en África hubo, y hay, individuos prácticos que buscaban la utilidad; las sociedades guerreras, tanto en Europa o en Asia central y extremo oriente, como Japón, implicaban ritos de iniciación en las que el herrero ocupaba un lugar destacado. Es sabido que, tras la cristianización de la Europa nórdica, Odhin y la ‘caza furiosa’ fueron asimilados al Diablo y las hordas de condenados. Se daba así un gran paso hacia la adscripción del herrero con el Diablo. El dominio del fuego, común al mago, al chamán y al herrero, fue considerado en el folklore cristiano como obra diabólica; una de las imágenes populares más frecuentes presenta al Diablo arrojando llamas por la boca. Quizá tengamos aquí la última transformación arquetípica del ‘Señor del Fuego’.
Lo que nos remite de nuevo a que en el continente europeo y el asiático, la alquimia mantuvo durante largo tiempo su ‘ebullición’.
10ª Volutas y chispas de brasas en una fragua Dogón. Fotógrafo desconocido
Para terminar con el tema de la alquimia, permitidme incorporar unos textos de referencia sobre esta materia, de quien le dedicó profundos estudios y diversos libros, Mircea Eliade que en 1956, publicó ‘Forgerons et Alchimistes’ tal vez el vademécum y referencia clave para profundizar en su conocimiento:
« “Resultará sobre todo instructivo arrojar luz sobre el desarrollo ulterior de algunas ideas fundamentales relativas al crecimiento de los minerales, la transformación natural de los metales en oro y el valor místico de dicho metal. En cuanto al complejo ritual ‘herreros-cofradías de iniciación-secretos de oficio’, no cabe duda de que algo de su estructura particular se transmitió a la alquimia china y no solamente a ésta: la iniciación por un maestro y la comunicación ceremonial de los secretos siguieron constituyendo durante mucho tiempo una norma de la enseñanza alquímica. La búsqueda del oro implicaba igualmente la de una esencia espiritual. El oro tenía un carácter imperial, se hallaba en el ‘centro de la tierra’ y estaba en relaciones místicas con el ‘chü’, rejalgar o sulfuro; el mercurio amarillo y la vida futura, las ‘fuentes amarillas’.
En cuanto al estado ‘caótico’ alcanzado por la meditación e indispensable a la operación alquímica, interesa por varias razones a nuestra investigación. En primer lugar, la semejanza entre este estado ‘inconsciente’, comparable al del embrión o del huevo, y la materia prima, la ‘massa’ confusa de la alquimia occidental, sobre la que más adelante insistiremos. La materia prima no debe ser entendida únicamente como una situación primordial de la sustancia, sino también como una experiencia interior del alquimista. La reducción de la materia a su condición primera de absoluta indiferenciación corresponde, en el terreno de la experiencia interior, a la regresión al estado prenatal, embrionario.
Para el pensamiento simbólico, el mundo no sólo está ‘vivo’, sino también ‘abierto’; un objeto no es nunca tal objeto y nada más, como sucede con el conocimiento moderno, sino que es también signo o receptáculo de algo más, de una realidad que trasciende el plano del ser de aquel objeto. Para limitarnos a un ejemplo: el campo labrado es algo más que un trozo de tierra; es también el cuerpo de la Tierra Madre; la azada es un ‘phallus’, sin que por ello deje de ser una herramienta; el laboreo es al mismo tiempo un trabajo ‘mecánico’, en cuanto efectuado con herramientas fabricadas por el hombre, y una unión sexual orientada hacia la fecundación hierogámica de la Madre Tierra. Observemos que la descripción de Zosimo no sólo recuerda el desmembramiento de Dionisos y otros ‘Dioses moribundos’ de los Misterios, cuya ‘pasión’ es en cierto modo homologable a los diversos momentos del ciclo vegetal, sobre todo la tortura, la muerte y la resurrección del ‘Espíritu del trigo’ sino que también presenta sorprendentes analogías con las visiones de iniciación de los chamanes y, en general, con el esquema fundamental de todas las iniciaciones arcaicas. Es sabido que toda iniciación incluye una serie de pruebas rituales que simbolizan la muerte y resurrección del neófito. En las iniciaciones chamánicas, estas pruebas, aun cuando sean experimentadas en un ‘segundo plano’, son a veces de una extremada crueldad: el futuro chamán asiste en sueños a su propio descuartizamiento, su decapitación y su muerte. Gracias a las operaciones alquímicas, asimiladas a las ‘torturas’, a la ‘muerte’ y a la ‘resurrección’ del místico, la sustancia es transmutada, es decir, obtiene un modo de ser trascendental: se hace ‘oro’, que, repetimos, es el símbolo de la inmortalidad. De Medio Oriente, hasta Egipto se consideraba que la carne de los Dioses era de oro: al convertirse en un Dios, los Reyes, y el Faraón, alcanzaba también la conversión de su carne en oro. La transmutación alquímica equivale por ello a la perfección de la materia; en términos cristianos, a su redención. Hemos visto que los minerales y los metales eran considerados como organismos vivos; se hablaba de su gestación, su crecimiento y su nacimiento e incluso de su matrimonio. Los alquimistas adoptaron y revalorizaron todas estas creencias arcaicas. La combinación alquímica del azufre y el mercurio casi siempre se expresa en términos de ‘matrimonio’, mediante el cual se simboliza una unión mística entre dos principios cosmológicos. Aquí reside la novedad de la perspectiva alquímica: la Vida de la Materia no está ya definida en términos de hierofanías ‘vitales’ como en la perspectiva del hombre arcaico, sino que adquiere una dimensión espiritual.
La muerte, corresponde generalmente, en el nivel operatorio, al color negro que tomaban los ingredientes, a la ‘nigredo’. Es la reducción de las sustancias a materia prima, a la masa confusa, la masa fluida, informe, que corresponde, en el nivel cosmológico, a la situación primordial, al caos. La muerte representa la regresión a lo amorfo, la reintegración del Caos. De aquí que el simbolismo acuático tenga un papel tan importante. Una de las máximas de los alquimistas era: “No efectúes ninguna operación antes de que todo haya sido reducido al Agua”. En el terreno operacional, este proceso corresponde a la disolución del oro en el agua regia.
Kirchweger, presunto autor de ‘Áurea Caleña Homeri’ en 1723, obra que, dicho sea de paso, ejerció una notable influencia sobre el joven Goethe, escribe: “Es seguro y cierto que la Naturaleza entera era Agua en el comienzo; que todas las cosas han nacido por el Agua y por el Agua deben ser destruidas”.
La regresión alquímica al estado fluido de la materia corresponde en las cosmologías al estado caótico, primordial, y en los rituales de iniciación, a la ‘muerte’ del místico. Situándose en diferentes perspectivas, C. G. Jung y J. Evola comentan con acertada pertinencia el simbolismo de la Muerte de iniciación según se desprende de la ‘nigredo, putrefactio, disolutio’. Conviene añadir que la disolución y la reintegración del caos es una operación que, sea cual fuere su contexto, presenta por lo menos dos dignificaciones solidarias: cosmológica y de iniciación. Toda ‘muerte’ es al propio tiempo una reintegración de la Noche cósmica, del Caos precosmológico; en múltiples niveles, las tinieblas expresan siempre la disolución de las Formas, el retorno al estado seminal de la existencia. Toda ‘creación’, toda aparición de las Formas o, en otro contexto, todo acceso a un nivel trascendente se expresa con un símbolo cosmológico. Ya lo hemos repetido en muchas ocasiones: un nacimiento, una construcción, una creación de orden espiritual, tienen siempre el mismo modelo ejemplar: la cosmogonía. Así se explica la aparición en culturas tan diferentes del mito cosmogónico, no sólo el día de Año Nuevo, cuando el mundo vuelve a ser creado simbólicamente, o con motivo de la entronización de un rey, de un matrimonio, de una guerra, etc., sino también cuando hay que salvar una cosecha amenazada o curar una enfermedad. El sentido profundo de todos estos rituales nos parece claro; para hacer bien una cosa o rehacer una integridad vital amenazada por la enfermedad hay que volver primero ‘ad originem’ y luego repetir la cosmogonía. La muerte de iniciación y las tinieblas místicas tienen así una valencia cosmológica: se reintegra el estado primario, el estado germinal de la materia, v la ‘resurrección’ corresponde a la creación cósmica. Para utilizar la terminología moderna, la muerte de iniciación disuelve la Creación y la Historia, libera de todos los fracasos v pecados; en fin de cuentas, del desgaste inseparable de la condición humana. Su participación en las fases de la ‘opus’ es tal que, por ejemplo, la ‘nigredo’ le procura experiencias análogas a las del neófito en las ceremonias de iniciación cuando se siente ‘engullido’ en el vientre del monstruo, o ‘enterrado’, o simbólicamente ‘muerto’ por las Máscaras y los Maestres iniciadores. Corresponde verosímilmente, en el terreno espiritual, a una ‘resurrección’ que se traduce por la apropiación de ciertos estados de conciencia inaccesibles a la condición profana, en el nivel operativo, éste es el fenómeno de la ‘coagulación’, consecutivo a la ‘putrefactio’ inicial.
Probablemente se trata de un ‘lenguaje secreto’, como el que encontramos tanto en los chamanes de las sociedades arcaicas como en los místicos de las religiones históricas, ‘lenguaje secreto’, que es a la vez expresión de los sentimientos intransmisibles de otra forma a través del lenguaje cotidiano y comunicación críptica del sentido oculto de los símbolos. Por el mismo hecho de que manifiestan lo sagrado, cambian el régimen ontológico de los objetos: una piedra, un árbol o una fuente, desde el momento en que adquieren un carácter sagrado, se hacen inestimables a los ojos de los que participan en esta experiencia religiosa. En cuanto a las crisis del mundo moderno, hay que tener en cuenta que este mundo inaugura un tipo absolutamente nuevo de civilización. Es imposible prever su futuro desarrollo. Pero resulta útil recordar que la única revolución que puede comparársele en el pasado de la humanidad, el descubrimiento de la agricultura, provocó trastornos y síncopes espirituales cuya gravedad apenas nos es dado imaginar. Un mundo venerable, el de los cazadores nómadas, se perdía con sus religiones, sus mitologías, sus concepciones morales. Fueron precisos milenios para extinguir definitivamente las lamentaciones de los representantes del ‘viejo mundo’, condenado a muerte por la agricultura. Debe igualmente suponerse que la profunda crisis espiritual provocada por la decisión adoptada por el hombre de detenerse y vincularse a la gleba, necesitó siglos para integrarse por completo. No somos capaces de darnos cuenta de la ‘transvaloración de todos los valores’, ocasionada por el paso del nomadismo a la existencia sedentaria, ni siquiera imaginar sus repercusiones psicológicas y espirituales. Ahora bien: los descubrimientos técnicos del mundo moderno, su dominio del Tiempo y del Espacio, representan una revolución de proporciones análogas, y cuyas consecuencias estamos aún lejos de haber integrado. La desacralización del trabajo, sobre todo, constituye una llaga abierta en el cuerpo de las sociedades modernas. No podemos estar seguros, sin embargo, de que no se produzca una resacraíización. Nuestro propósito era solamente mostrar que la crisis espiritual del mundo moderno tiene también entre sus premisas lejanas los sueños demiúrgicos de los herreros, los metalúrgicos y los alquimistas. Es bueno que la consciencia historiográfica del hombre occidental se descubra solidaria de los actos e ideales de sus antecesores lejanos, incluso si el hombre moderno, heredero de todos estos mitos y todos estos sueños, sólo ha conseguido realizarlos desolidarizándose de sus significados originales”. »
ÁFRICA
Hemos visto hasta aquí, la diferencia entre el hierro místico y el hierro práctico, en ambos casos siempre útil. Nuestra ‘falcata’, la ‘glaudius’ romana, el ‘nihontó’ japonés, el ‘kopke’ egipcio, el ‘alfanje’ otomano o la ‘flissa’ africana, son básicamente espadas, de hierro, adaptadas a las características, me imagino y dicen que morfológicas, del guerrero donde se fabricaban; todas las más útiles allá donde se usaran, sin pensar en otra cosa durante su uso que ‘mejor tú, que yo’. Seguro que los circunloquios previos a su fabricación recibirían bendiciones para que el portador fuera protegido y el enemigo eliminado. En unos sitios rodeadas de misticismo y religiosidad y en otros ensartando o cortando trozos de madera para simplemente comprobar su efectividad. Los africanos, a medio camino de esto en cuanto al agradecimiento, pero convencidos que antes útil que estorbo. Sí quedó clara la calidad del producto final. Veamos algunos ejemplos:
El País Dogón tiene una herencia notable por la cantidad y variedad de sus restos de hierro, proporcionando un contexto favorable para analizar la formación de las castas de herreros y la organización de la industria del hierro. El uso generalizado del hierro ha tenido un gran impacto en la organización de las empresas y en la gestión del territorio. Para reconstruir la historia de la industria siderúrgica en el país Dogón, se desarrolló un enfoque extenso y diacrónico, basado en el análisis de las tradiciones orales y los restos arqueológicos recogidos durante la prospección y excavación.
Minas y minerales
El lecho de roca geológico de la meseta Dogón consiste en areniscas de cuarzo paleozoico. Durante el Eoceno, estas rocas sufrieron una fuerte alteración que resultó en la formación de una coraza laterítica. Esta corteza ha sido desguazada en gran medida por la erosión, pero quedan fragmentos dispersos.
Algunos niveles de esta laterita son ricos en óxidos e hidróxidos de hierro y han sido extraídos como mineral. Generalmente, se trata de capas profundas y los mineros han excavado pozos de 5 a 10 metros para alcanzarlos. En la base del acantilado de Bandiagara se encuentran sedimentos de arcilla del Paleozoico que también contienen niveles ricos en hierro. En varios puntos, fueron explotados mediante minas de pozo. El hierro está en forma de óxidos, amalgamados con otros materiales como arena, arcilla, y otros.
Lo primero es saber que en África se pasó directamente de la edad de piedra a la del hierro sin transición previa por la del bronce, sino que este material se utilizó allí a posteriori. Conocer también que el hierro requería de técnicas y condiciones donde se aunaban el conocimiento de su proceso de búsqueda, al igual que el de la extracción y fundido.
Este último proceso el del fundido, hace que sea visto en África como material sagrado pues a un medio como el fuego se le atribuye el carácter, sobre todo en tiempos remotos, de mágico y esotérico, pero que le permite al varón la posibilidad de crear, dar vida, en definitiva lo más parecido a parir.
Esa pieza realizada en hierro es material sagrado, como lo es un exvoto para nosotros, como por ejemplo la petición de un buen tránsito y resultado en el viaje previsto a través de los enormes ríos que les circundan.
En un acto multitudinario realizado en 1995 once grandes maestros herreros dogón, conocedores y guardianes de esta actividad ancestral, se reunieron invocando a los espíritus, acordando realizar un último fundir. Este evento se convirtió a la postre en una película documental titulada ‘Inagina, la última casa de hierro’ ‘Inagina, the last house of iron’, que se puede ver sin costo en Internet.
En vista de la movilidad de estos, en el tiempo y el espacio, uno puede preguntarse si en efecto fue verdadero su impacto en la evolución de la cultura dogón. El lugar de trabajo del herrero puede tener un aspecto modesto y sobrio, pero las creaciones artísticas que se han producido allí son algunas de las manifestaciones más deslumbrantes del sistema de culto dogón.
Fragua de Dalenkada, detalle
La fragua
La fragua o herrería es un habitáculo austero consistente en una pared de piedras apiladas, orientada de este a oeste, una manera de protegerse del ardiente sol, y una serie de pilares enfrente, al sur, sobre los que instalan un entramado de maderas y ramas que a su vez sustentan, apoyado, un techo de paja. La instalación de este recinto se ubica fuera del poblado, pero en las cercanías.
El horno en sí, se instala en el interior de la herrería. Como en toda África se construye haciendo previamente un vaciado, a modo de lecho, un poco por debajo del nivel del terreno. Sobre él se construye un poyete apilando piedras y sobre este se fabrica con barro el horno en sí. Este sistema de los dogón no varía en lo básico de las del resto del continente. Es un recinto sagrado.
Es un lugar de gestación, siendo el herrero el esposo de la fragua.
12 Horno del pueblo Nyanga. Al igual que caso todos los pueblos del sur de la R. D. del Congo y Angola, como los Tshokwe, sus hornos y fraguas semejan por fuera el torso de una mujer, reproduciendo por dentro su útero y órganos genitales de ambos sexos.
El arqueólogo Andah B. en ‘Estudio de las actividades africanas en su contexto cultural’, de 1995, nos dice: “La figura de arcilla cocida más grande de África es un horno de fundición de hierro. Las mamas de arcilla; las aberturas vaginales; los fuelles, similares a testículos; y los tubos de soplado, similares a penes, son parte de un sistema reproductivo, construido culturalmente, que utiliza el cuerpo femenino y partes de la anatomía masculina. Las formas de ejecución rituales que utilizan potentes tropos, gestos corporales y sonidos, transforman los hornos en cuerpos humanos. Las representaciones antropológicas han examinado por mucho tiempo sólo la fecundidad femenina y los procesos reproductivos tergiversados, como la menstruación. Sin embargo, la descripción detallada de las expresiones rituales arroja nueva luz sobre las categorías previamente dicotómicas de hombres y mujeres en la fundición de hierro y crea una comprensión más completa de la materialidad del cuerpo femenino en los hornos de arcilla cocida”.
Los herreros
Los herreros componen una casta esencial, se dividen en clanes endogámicos y viven al margen de la sociedad dogón. Ellos no se casarían con personas que no fueran de su hermandad. Hay dos agrupaciones distintas, el Jèmè na y el Irine.
El de Jèmè Na es tan antiguo que se hunden sus raíces en un pasado tan lejano que alcanza el mito. En el que se cuenta que Amma doto a Dyongu Serou el primer hombre, a través de koro Na el arca de los dones divinos, entre otras de la facultad de fundir y ‘parir’ el hierro. Vivían principalmente en las llanuras de SenoGondo. Ellos fueron muy expertos en técnicas de extracción y fundiciones de metales.
La época colonial trajo consigo acceso a otras fuentes de suministro y de ahí al comercio de hierro procesado y otros metales, posteriormente ellos tal vez por esto, lo dejaron a finales de los años 40 del pasado siglo. Aún hoy en día se pueden ver restos de antiguos hornos de barro en muchas partes del país.
Pero ¿quiénes eran estos herreros y de dónde habían venido? Es difícil responder a esta pregunta. Sin embargo, el hecho es que los herreros dogón han sido reconocidos desde la antigüedad por su dominio del medio. Entre los siglos X al XV, la provincia de Yatenga ya fue testigo de una intensa actividad metalúrgica que siempre se ha atribuido a los Kibse Dogón. En los tiempos de las conquistas Songhay y Mossi, era habitual obligar a los herreros y otros artesanos a abandonar sus pueblos de origen y ubicarlos en otros territorios conquistados. Su conocimiento técnico sobre la fabricación de armas y herramientas agrícolas era vital para cualquier poder que buscara el control sobre la tierra y las gentes.
Como sociedad agrícola, los dogón de la meseta y la falla de Bandiagara carecían de artesanos. Con toda lógica, se dirigieron a los herreros establecidos en las llanuras bajo la meseta, para aprender el oficio.
Los Irine eran originalmente agricultores dogón que aprendieron el oficio de herrería de los Jèmè Na, a los que en principio compraban e hierro fundido que utilizaban. Básicamente fabricaban herramientas agrícolas. Los Irine también aprendieron y trabajaron la madera. Era uno de entre los grandes grupos de escultores dogón. Aparte de su artesanía en hierro y madera, los herreros estaban acreditados como poseedores de poderes curativos por lo que realizaban las operaciones de circuncisión y ablación. También intervenían como mediadores en los conflictos que surgían entre los aldeanos. Esta es una responsabilidad que tenían, y aún tienen, en común con el Hogón. Ellos apenas vivían habitualmente en su pueblo natal. Se instalaban en un pueblo donde fuera necesaria y valorada su habilidad. Por eso los Irine solían llevar el apellido patronímico de su pueblo de adopción. Se dice que un Jèmè Na era libre de hacerse cargo de un trabajo realizado por un Irine cada vez que esto le satisficiera. Una decisión que a un Irine no le quedaba más remedio que aceptar.
Comprobada la movilidad de los herreros en el tiempo y el espacio, uno puede preguntarse cuál fue su impacto real en la evolución de la cultura dogón. Sea como fuere el lugar de trabajo del herrero puede tener un aspecto modesto y sobrio, pero las creaciones artísticas que se han producido allí están entre las manifestaciones más deslumbrantes del sistema de culto dogón.
Marcel Griaule y sus colaboradores han publicado lo recibido de sus informantes, sobre el mito de Dyongo Serou, el Primer Herrero. Se recoja cualquiera de los distintos relatos, lo cierto es que La profesión de herrero es muy valorada y sus herramientas ocupan un lugar importante en el culto, ya que unos u otros relatan que recibió de Amma, las simientes de los principales granos cultivables, y que suspendiéndole luego del extremo de una cadena de metal, un mito mandé, Dios le hizo descender sobre la tierra.
Según otra variante, los herreros vivían primitivamente en el cielo y trabajaban para Amma, pero como uno de ellos hubiese robado el mijo al dios, Amma le hizo descender a la tierra; al tocar el suelo se hizo impuro y, por consiguiente, incapaz de volver a subir al cielo. Según una tercera variante, la más completa, el Herrero Antepasado construyó en el cielo un granero dividido en ocho departamentos que representaban los órganos principales del hombre: en cada departamento depositó uno de los ocho granos cultivables. Este granero, construido de tierra celeste, fue llevado después a la Tierra por el Primer Herrero y allí, al dispersarse, se convirtió en el campo primordial puro, en torno al cual se organizó más tarde la Humanidad. Fue igualmente el Primer Herrero celeste quien inventó el fuego, enseñó a los hombres la agricultura, así como a domesticar los animales. Según otros mitos, el Héroe Civilizador Dogón, se metamorfoseó en Herrero y descendió a la tierra para revelar a los humanos la civilización, acción que se manifiesta haciéndose notaren el cielo durante las tormentas, truenos, rayos y relámpagos.
Los herreros en cuanto Maestros Iniciados, son los grandes depositarios de la palabra, principal agente activo de la vida humana y de las mentes. Son los herederos de las palabras sagradas y mágicas transmitidas por la cadena de los antepasados y cuyo origen se sitúa en las primeras vibraciones sagradas emitidas por Dyongo Serou, el primer hombre enterrado, mortal por tanto. El primer herrero fue uno de los ocho ancestros humanos que del cielo bajaron a la tierra. Llegó en, Koro Na, el arca donada por Amma que contenía todo lo necesario para que la gente pudiera sobrevivir. Él enseñó a la gente cómo hacer las herramientas y plantar las semillas para el cultivo de alimentos.
12ª Hierro candente saliendo del horno
Es conocido que los ‘primitivos’ trabajaron el hierro meteórico mucho tiempo antes de aprender a utilizar los minerales férricos terrestres.
No insistiré sobre la sacralidad que otorgan al hierro, sus creaciones, ámbito y su oficiante. Provenga de la bóveda celeste, o extraído de las entrañas de la tierra, está cargado de potencia sagrada.
El herrero, y antes que él el alfarero, es un ‘señor del fuego’, pues mediante el fuego es como se produce el milagro de intervenir sobre una materia para sustanciar otra. El primer herrero que consiguió gracias a brasas transformar y endurecer considerablemente una ‘piedra del trueno’ debió sentirse embriagado. El fuego se tornaba en el medio de conseguir hacer algo distinto de lo que existía en la Naturaleza, y adecuado a lo imaginado o pretendido, era, por tanto, la consecución del permiso para regular una fuerza misticoreligiosa, por tanto, sobrenatural. Otorgaba así al herrero el carácter de ser privilegiado. Las herramientas del herrero participan asimismo de ese carácter sagrado. En tiempos remotos cuentan que el duro mineral negro, se encontraba casi paseando, sobresaliendo en la superficie de la tierra, era el hierro macho, mientras que el mineral hembra, blando y rojizo, se encontraba escarbando, en oquedades; la mezcla de ambos era indispensable para conseguir una fusión fructífera. Eso cuentan pero lo que sí parece importaba era la visión global de la realidad, pues era lo que justificaba el rito, es decir, el alquímico matrimonio de los minerales, y que éste hiciese factible un nacimiento.
Es comentado el caso de un ‘Maestro del Cuchillo’ dogón, del la región de Pignari, el entorno del Bandiagara, que un día mintió para salvar la vida de una mujer perseguida a la que compadecido había escondido en su casa. Tras quedar la mujer a salvo y consciente de la mentira, dimitió espontáneamente de su cargo, considerando que no reunía las condiciones rituales para ejercerlo de una manera válida. Si a quien promulga la tradición, conocedor de ella, se le respeta tanto en África es porque él, primero, se respeta a sí mismo. Si interiormente la persona mantiene el criterio, que le impide mentir, él es un hombre cabal, dueño de las fuerzas que en él habitan. En torno suyo reina el orden y la tranquilidad.
Esto muestra la idea de la importancia que se le da en la educación tradicional africana al dominio de uno mismo. Hablar poco es señal de buena educación y de nobleza. El muchacho aprenderá muy pronto a dominar la expresión de sus emociones, incluso su sufrimiento, y contener las fuerzas que le afloran, siguiendo el ejemplo del ancestro primordial que contenía en sí mismo, las fuerzas del universo.
No hay que confundir a los relatores de los orígenes, que saben enseñar en función de quien les escucha, con los trovadores, narradores y animadores públicos, que en general son de la casta de los Dieli o griots y sólo entretienen.
La metalurgia de estos pueblos me ha llamado siempre la atención y he procurado buscar la de cada una de los pueblos sobre los que he trabajado y algunos conocéis. Pero hay innumerables trabajos técnicos, ilustrativos, didácticos o simplemente relacionados, sobre la metalurgia entre los dogón, tan impresionante como el número en cuanto a otros pueblos de África. Aquí he preferido relatar lo que de atractivo entiendo pueda resultarle a un neófito. Me limitaré a exponer en articulo a parte el que creo puede interesar a los entendidos o expertos. También la referencia de alguno que me ha parecido especialmente interesante. Entre otras cuestiones interpretar el término o concepto Inagina.
El hierro forjado 13 . Instrumental agrícola extraído de excavación
En el norte del Camerún, las mujeres Murgur separaban el mineral pulverulento mezclado a las aguas arenosas de los arroyos. En Gabón, la gravilla de hierro y manganeso se recogía en los lechos secos de los ríos. Los mineros africanos también utilizaban las rocas ferruginosas, ya se encontraran en lo alto de las colinas o se llegara hasta ellas a través de pozos y galerías que seguían las vetas. En toda África, la gravilla laterítica recogida en el suelo sirvió como materia prima. En varias regiones, como ya hemos visto, la actividad minera no podía tener lugar si no accedían a ello las potencias sagradas responsables de los yacimientos. La precedían rituales propiciatorios y la acompañaban comportamientos integrados a esos rituales. El amo de la tierra debía hacer ofrendas.
Cuando los mineros eran hombres, debían practicar la abstinencia sexual durante varios días. También se podía encomendar la “cosecha” a mujeres y niños, que, según se creía, estaban más cerca de los espíritus poseedores de la tierra y sus recursos.
14.- Canoa de hierro, conmemorativa de los viajes de los jefes por el cauce del Niger. Pueblo Dogón, Malí. Datada sobre el siglo XVIII.
Parece cada vez más clara la idea de que el hierro se empieza a producir en varias zonas muy distantes entre sí en el continente africano, mucho antes de lo que hasta hace 4 o 5 años se creía, las investigaciones y las nuevas tecnologías han propiciado estas nuevas dataciones. Entre otras, y como ejemplo, las realizadas en la zona de entre los valles del Niger y el Benue en Nigeria, por el Prof. Peter Breunig y la arqueobotánica Prof. Katharina Neumann de la Universidad alemana de Goethe cuando se descubrieron, aún siguen apareciendo hoy en 2019, piezas de terracota de la Cultura Nok, donde a la par y confluyendo, se encontraron restos de escorias que demuestran que con el hierro, se mantenía una ‘industria’ de relativa importancia. Las primeras noticias de culturas en las que el hierro tenían una importancia fundamental son del primer milenio a. C., que fueron producidos probablemente por pueblos protobantúes agrícolas. Los Nok, ya eran capaces de fundir y forjar el hierro hace 2.500 años, es de suponer, aunque no se conozcan, que hubo otras culturas anteriores conocedores de la metalurgia del hierro, pero, por el momento, los Nok están entre una de las primeras grandes culturas de la edad del Hierro africana. Por otro lado, se relaciona a los Nok con el origen de los bantúes, aunque no hay pruebas. Los hallazgos son de tal envergadura que la Fundación Alemana de Investigación ha aceptado la solicitud de financiación del proyecto dirigido por el renombrado profesor y arqueólogo africano Dr. Peter Breunig con 1,5 millones de euros, para completar el proyecto en 2020, y avanzar sobre el conocimiento de las cultura de hace 2500 años en esta zona de Nigeria del África Occidental.
La cultura Nok de aproximadamente 1500 años de antigüedad, que lleva el nombre del pequeño pueblo de Nok al noreste de la capital, Abuja, comienza alrededor de 1500 aC., según lo ya verificado y refrendado en este proyecto. En ese momento, la gente vivía en comunidades agrícolas simples, cuyo cultivo más importante era el mijo perla. Las elaboradas figuras de terracota, por las cuales la cultura Nok también es conocida fuera del mundo arqueológico, ocurren 600 años después, alrededor del 900 aC., según nos confirman ambos profesores, que por cierto fueron secuestrados en 2017.
Afortunadamente liberados, estos investigadores del Instituto de Ciencias Arqueológicas de la Universidad de Goethe están mostrando los resultados de sus muchos años de investigación arqueológica, dedicados a la cultura de la Edad del Hierro Nok. Como punto y seguido de su esfuerzo, se realizo la exposición de Liebieghaus, en Frankfurt, que se centró en las figuras de terracota encontradas en las excavaciones así como diversos audiovisuales sobre los restos de fraguas y las escorias encontradas.
Ellos apuntan, que gracias a Bernard Fagg estos hallazgos fueran fundamentales para adentrarse con rigor científico en este arte figurativo, el más antiguo del África subsahariana, siendo Fagg quien también descubrió que los fabricantes de las terracotas Nok producían el hierro más temprano en el África subsahariana.
Entre 1969 y 1974 se hicieron las primeras dataciones sobre el hierro de la zona de Taruga Nok , como ya se ha dicho en Nigeria, que se dio entre los siglos IX-X aC., y el de Termit en Níger oriental, entre los siglos VII y X aC., mientras que en Túnez el hierro sólo había aparecido en el siglo VI. No obstante, subsistían dudas en cuanto a la fiabilidad de esa datación. En Nubia, en Napata, se atestiguó la presencia del hierro a fines del siglo VIII a.C., pero se planteaban interrogantes sobre la edad de las escorias de Meroe. Nuevas investigaciones revelaron que: por una parte, el hierro de Meroe es solamente del siglo VI aC.; y, por la otra, en la región de Termit la siderurgia data indiscutiblemente de por lo menos 1.500 aC. Se obtuvieron fechas próximas de 1.200 aC., cerca del lago Victoria Nyanza y en el Camerún. Al oeste de Termit, en Egaro, las fechas se remontaron a 2.500 aC., o antes; de confirmarse estos datos la antigüedad de la siderurgia subsahariana sería similar a la del Oriente Medio.
14 15 16 14.- Pin pä cuchillo ceremonial tellen con punta de hierro. Propiedad de la galería Bruno Mignot
15.- Carnero de hierro. Cultura Dogón. 13,o2 x 23,81 x 3,97 cm. Instituto de Arte de Minneapolis.
16.- Casco janus de los Dogón. Hierro negro, en principio meteórico, aunque la galería Bruno Mignot donde está depositado lo data sobre 1950.
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17.- Moneda de hierro Kirdi o Mumuye, Nigera.
18.- Figura de hierro Mumuye, Nigeria.
19.- Cuchillo de ejecución Nagbaka. R. D. del Congo.
El bronce 22 y 23.- Cabezas para remate de báculos Bamana de Malí en bronce. Siglo XIX.
Es en la zona ribereña del Mediterráneo, parece que producto de contacto con los habitantes de la Península Ibérica, que se encuentran y documentan objetos de cobre en el período comprendido entre el tercer y segundo milenio de nuestra era, que se observan en grabados al occidente del Magreb y en enclaves de la cordillera del Atlas.
La metalurgia local se manifiesta por la fundición y uso del cobre en Tigidit en el Níger, donde la presencia de hornos indican su fabricación local, así como en Guelb Moghrein en Mauritania, aunque ya en el primer milenio, y a partir de mineral de cobre autóctono.
El bronce no es conocido en África hasta época histórica, incluido el Egipto faraónico, a pesar de usarse el cobre desde la época predinástica. Otro hecho interesante es que en determinadas zonas la aparición de la metalurgia del hierro es anterior a la del cobre y por tanto del bronce.
La aparición de la metalurgia en África se remonta a los albores del 1.300 a.C., y a diferencia de otros continentes, se empezó a trabajar antes el hierro que el bronce. Parece claro que el origen de las fundiciones proviene del llamado Creciente Fértil y que a África llega a través de la península del Sinaí.
Cuando siglos más tarde, en el 375 aC., Alejandro Magno llega a Egipto y funda la Alejandría que nos lega, revestido de brillante casco y peto tachonados con medallones de bronce, no impresiona por ello, algo ya conocido, sino por su concepto táctico y social, que sí asombra por donde va. Permitidme recordar que romanos más tarde y durante siglos; o los europeos en 1096 cuando se promulga la primera cruzada por la que los guerreros cristianos penetran en África armados y protegidos con refulgentes armaduras; o españoles, valencianos y levantinos en el XII que llegan hasta las hoy Burkina o Nigeria huyendo de los almorávides, fulanis y hausas.
Pero como dato definitorio exponer que alrededor del primer milenio antes de nuestra era se conoce de la existencia de aleaciones de cobre arsenical primero y siglos más tarde con estaño, bronces de uno u otro tipo y dureza, en la zona de Tigidit, en el Níger. No es complicado entender, sabiendo de estos y otros numerosos datos existentes, que en África se trabaje el metal, que del hierro ya sabían de mucho antes, con el mismo método que en las otras culturas para su modelado, el de la cera perdida, que retocaban con afilados útiles metálicos a modo de cinceles y pulían con piedras de arenisca y o arena suelta. El metal más preciado era el oro, pero era algo potestativo de las monarquías y por ejemplo los dogón para nada lo utilizan en figuras. O yo no las conozco.
Es el latón o bronce de adjetivo africano, pues son aleaciones distintas a las europeas, con las que este pueblo realiza magnificas obras, propias, en figuras de todo tipo como representaciones de ancestros o altares y brazaletes, pulseras o colgantes. Pero sea cual sea su función o utilidad, sin dejar de mostrar su simbología mística y o religiosa. Es mucho lo que se sabe sobre la metalurgia en África y la de los dogón en particular, como de las de muchos otros pueblos africanos. Pero eso ya lo hemos ido viendo antes.
La aparición del bronce en Edo Benín que los caballeros usaban de diversas maneras en sus corazas, cubriendose de pies a cabeza, parece probar que la metalurgia estaba al servicio de todo tipo de uso, una vez que esas armaduras, sin duda alguna, eran de fabricación local. Desde temprano se ha hecho todo el esfuerzo para fabricar esos accesorios con otro material que no sea el hierro, debido al clima, manteniendo la misma forma, y preocupándose en hacerlos seguros y protectores. Es por eso que esas armaduras han demostrado, al final del período histórico de Benín, ser elementos puramente decorativos. Recordemos que muchos de los caballeros medievales, que sucumbieron bajo sus armaduras en el camino de la Tierra Santa, durante las cruzadas, no soportaron el calor y los rigores del clima. La técnica de moldear el bronce por el proceso de cera perdida, responsable de las bellas obras de arte de Ifè, Benín, o Ijebu, fue compartida entre la región atlántica del Golfo de Guinea y la antigua Meroë en el actual Sudán. La orfebrería, la fabricación de filigrana de oro, y la manipulación del cobre, estaño y de las aleaciones metálicas, habían sido bastante difundidas durante el África precolonial.
Como curiosidad veamos la composición media de las aleaciones para el bronce en el continente europeo y en el africano. Proporciones: África, Ifé: 85% cobre; 10% estaño; 5% oro. Europa: entre 75 a 80% cobre; 5% estaño; 3 a 5% plomo; 12 a 15% cinz.
Recordemos que Samory Touré poseía copias de rifles europeos, durante su lucha de resistencia contra los franceses, hechos por los herreros locales. Hay que admitir que su eficiencia no era la misma, debido a la calidad inferior del metal. El oficio de ‘hacedor de llaves’ también era conocido en ese tiempo en África.
Las repetidas victorias de los guerreros de Nubia contra las legiones romanas de Cornelius Gallus en agosto del año 29 aC., puede darnos una idea de lo que era el nivel tecnológico de ese país en ese período.
Egipto conoce ya plenamente el Eneolítico, es decir, la utilización metalúrgica del cobre, que muy posiblemente llegó al valle del Nilo, y en consecuencia al continente africano, a través de la península de Sinaí desde el Creciente Fértil, Mesopotamia y Persia, como se ha dicho. Parece, poco probable la invención independiente de la metalurgia en Egipto, por falta de recursos o incentivos, aun cuando sabemos de técnicas afines como las utilizadas ya por los badarienses para la obtención de un subproducto de la calcinación de fragmentos de azurita, carbonato de cobre azul; y de malaquita, carbonato de cobre verde; cuya utilidad aprendieron tempranamente para preservar sus ojos de la reverberación solar. Esta se obtenía fundiendo uno u otro carbonato sobre las piedras del hogar mediante carbón de madera. El esmalte logrado fue utilizado asimismo para decorar perlas de esteatita, con magníficas obras y paso previo al llamado cristal africano. No es de extrañar que en este ambiente se difundiera muy pronto el uso del cobre autóctono, aunque limitado a pequeños objetos obtenidos mediante la técnica de martillado, que precede a otras, posiblemente importado desde Anatolia. Estas hicieron realidad el conocimiento del bronce en todo el Creciente Fértil a la vez que de un extremo a otro del Mediterráneo, y la transmisión al África de unas operaciones de fabricación que en un principio requerían concretos comportamientos rituales. Es posible que junto a tales conocimientos se presente el Megalitismo en sus primeras manifestaciones, que pronto se difunde por numerosas regiones africanas, cuando ya desde el Asia occidental empiezan a llegar los primeros barruntos del hierro, que los asirios exportarán a Egipto, de donde llega remontando el Nilo a Meroë antigua capital del reino sudanés de Kush. Desde aquí se expande al resto del continente africano, a la vez que el conocimiento de su metalurgia.
No se descarta que el hierro pudiera llegar al Sahara llevado por nómadas, o incluso que fuese reinventado localmente. Los primeros africanos que al parecer utilizaron la metalurgia al sur del Sahara fueron melanodermos artífices de la cultura nigeriana de Nok, que se manifestó entre el 500 al 200 d.C. La Cultura Nok fue desvelada en 1943, a raíz de reanudarse la explotación de una vieja mina de estaño y dio ocasión, al arqueólogo inglés Bernard Fagg, de identificar un particular complejo cultural que se manifestaba a lo largo de unos 500 kilómetros de este a oeste y 300 kilómetros de norte a sur durante el último período pluvial, y que se caracterizó por un extraordinario arte en terracota, a la vez naturalista y dinámico, del que se encontrarán notables muestras en Jemaa, Wamba y Nok, que se desarrolló en el seno del ámbito nigeriano sin aparente influencia exterior, en un entorno en el que conviven agricultores y cazadores que practican el culto a los antepasados, que hacen gala de un realismo figurativo que no volverá a manifestarse hasta la emergencia, milenio y medio después, del arte de Ife, Benin. Por otra parte, la metalurgia del hierro aparece en los primeros siglos de nuestra Era asociada a cerámicas de base ahuecada utilizada en Kenya, Ruanda, Uganda y Tanzania, así como vasos de decoración en estrías que se presentan en Zambia y en la actual República de Zimbawe. En África del sur, los primeros usuarios del hierro datan del siglo IX o X. Aquí agricultura y metalurgia parece que llegaron coetáneamente y, muy posiblemente, su conocimiento permitió la fabricación de aperos agrícolas que impusieron la agricultura como género de vida sobre la caza y la recolección. No obstante, los cazadores recolectores seguirían viviendo junto a los agricultores hasta épocas ya históricas, caracterizándose por su dominio del llamado arte rupestre.
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25 24.- Cofre Dogón para medicina. Bronce. Siglo XIX. 25.- Canoa recordatoria de viaje de jefes por el Niger. Bamako, su ciudad, significa ‘Casa de los cocodrilos’. Bronce. Siglo XIX.
26 27 28 26.- Caminantes Dogón, referencia a su mito de emigración y figuras en las que se basó Giacometti para sus ‘Caminantes’. Bronce. Siglo XIX.
27.- Recipiente Mossi de Burkina Faso, posiblemente para guardar medicamentos contra la picadura de la mosca Tse Tse que mataba sus caballos. Bronce. XVIII-XIX.
28.- Maternidad en la que el niño mira qué ha preparado su madre. Recogido en territorio Gurma. Bronce. Siglo XX.
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30.- Pareja de Obas, o jefes regionales del Reino Edo o Bini en Benin City, Nigeria. Bronce. El de la izda. Presenta tocado y atuendos precoloniales, datado en el siglo XVIII. El de la derecha lleva el gorro alado de estilo frigio y presenta influencias europeas, francesas. Siglo XVIII AL XIX.
31.- Cabeza de bronce del estilo, data siglo XVIII a XIX, Ile Ifè., de los Yoruba. Nigeria.
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31 y 32.- Pareja de muñecas Namji Tiv de Nigeria. Bronce, cuentas de vidrio y caurís. 33.- Tobillera Bamoun, Camerún. Bronce.
34.- Tewahedo, es el nombre Amárico de la Iglesia Ortodoxa Etíope. Copto es el nombre que tiene la Iglesia Ortodoxa Egipcia.
Ciertamente y con los disturbios, guerras y secesión de Eritrea, cada cual atribuyó nombres propios a cada iglesia o circunstancia.
La cruz que os mostramos del siglo XVII, y de la zona etíope de Gondar, en la provincia de Amhara; está como veis esmaltada al fuego y como era corriente montada sobre el soporte del báculo en metal bañado en plata. Detalle a observar, es la concurrente manera que a modo de plegaria ofrendan casi todos los pueblos africanos, sea cual sea su origen, región o creencia; esta plegaria se refleja dentro de esta cruz, como en casi todas las de esta zona, en las dos especie de asas que salen por debajo de la cruz y que en su extremo vemos a su vez rematadas también por cruces.
Realmente son brazos implorantes, como entre tantas otras regiones de África, donde los remates son manos trasformadas, incidiendo en las plegarias.
En los esmaltes podemos observar por una cara, motivos del nacimiento, vida y prendimiento de Cristo y por la otra su crucifixión, resurrección y trasmisión de su legado a sus discípulos. Son notables y característicos los desmesurados ojos con los que el Arte Bizantino preservado y presente en esta zona, mira y nos mira a través de los retratos de esos personajes bíblicos
Las cruces etíopes tienen su origen en la Iglesia Copta, la Iglesia Cristiana de Egipto. Creada por san Marcos en el siglo I. Con el tiempo, las enseñanzas Coptas se propagan a Etiopía, donde la representación de la cruz se desarrolla y expande. Tales cruces pueden ser tan sofisticadas que a veces es difícil percibir la susodicha cruz. Estilísticamente suele quedar patente la región donde se han creado, por lo que dicho estilo recibe por lo general el nombre de la ciudad o región de origen, como Axum, Lalibela o Gondar
Las cruces realizadas al rededor de hace 100 años o más, se elaboraron fundiendo táleros de plata llamados de María Teresa. Estas monedas de plata eran la moneda del Imperio Austro-Hungaro, cuya emperatriz de 1740 a 1780 fue la antedicha María Teresa. Inicialmente acuñada en 1782, tuvieron una utilidad real durante más de 100 años, aunque todavía se utiliza en algunos lugares, fue moneda corriente desde Marruecos a Yemen pasando por todo el norte africano e incluso utilizada en esos años en varios de los nuevos países americanos.
Curiosamente, esta cruz, como se ha dicho, tiene el embudo para insertar el báculo de metal bañado en plata, lo que aún se puede apreciar aunque el uso y la limpieza lo han degastado. La cruz en sí, sí es de plata maciza.
La Metalurgia en la Prehistoria Africana
Todas las técnicas desarrolladas por la humanidad a lo largo de la historia y de lo que se conoce como prehistoria han sufrido una evolución diferente según la zona en la que se desarrollaban, pudiendo diferenciar diversas fases que no se pueden trasladar durante el mismo período a otra región. Este es el caso de la metalurgia africana en la que, al contrario que sucedía en Europa, se pasó directamente de la Edad del Cobre a la Edad del Hierro, que empezó a extraerse y a tratarse entre el 600 a.C y el 600 d.C con unas técnicas muy diferentes a las utilizadas en Europa durante la misma época. Actualmente y desde una perspectiva eurocentrista parece difícil de concebir el paso del Cobre al Hierro sin pasar antes por el Bronce pero hay que tener en cuenta que en otros lugares del mundo, como es en este caso África, no existían los mismos recursos que en Europa, las mismas técnicas o incluso las mismas materias primas y en cada región la metalurgia se desarrolló de manera propia. De esta manera, las técnicas metalúrgicas fueron evolucionando de manera más notable en Europa con el paso del tiempo mientras que, poco a poco, en África se fueron abandonando los antiguos hornos de fundición por parte de determinados pueblos, aunque esto no ocurrió hasta el siglo XX, pues terminó resultando poco rentable el trabajo de los herreros cuando podían obtener los mismos objetos gracias al contacto con occidente y con un menor esfuerzo ya que la cadena operativa para realizar este proceso, como podemos ver en el ejemplo de los Inagina, herreros dogón, es larga, dura y costosa además de que actualmente no son muchos los que todavía recuerdan los pasos que hay que seguir y como hay que hacerlo, solo los más mayores y cuyos padres o, más bien abuelos, pudieron llegar a trabajar en estos hornos. La primera fase tendría como escenario la mina y su objetivo sería la extracción del mineral. La cadena operativa para la fabricación de cualquier objeto metálico es muy diferente en África y puede llegar a durar algo más de un mes aproximadamente. Normalmente no se construyen nuevos hornos sino que se reconstruyen los hornos antiguos ya existentes pertenecientes a la comunidad. La creación de un nuevo horno es un acontecimiento realmente extraño que solo ocurre con el nombramiento de un nuevo maestro. Así, tomando como ejemplo a los Inagina podemos diferenciar diversas fases de la cadena operativa: La extracción del mineral se realizaba entre los meses de enero y marzo y terminaba el día en que el sol alcanzaba a penetrar hasta el fondo de la mina y, tras este trabajo de extracción, se fabricaba el hierro. El primer paso es la apertura de la mina, que tiene que ser realizada por el propietario de esta con el sacrificio de un animal, inaugurando así la mina. Este sacrificio, sin embargo, debe realizarse en un lugar alejado de la mina porque el mineral es considerado ‘rojo’ y en la mina está prohibido todo objeto de color rojo pues, según la tradición dogón, el rojo provocará la ira del mineral que, según cuentan los nativos, se adentrará en el suelo y desaparecerá. Ya sabemos cómo ellos conceptúan el color rojo y por qué, no nos tiene que extrañar por tanto el que tengan una serie de supersticiones al respecto. El color rojo está prohibido alrededor de la mina, por ejemplo objetos de cobre o nuez de cola porque el color de uno y el jugo de la otra son rojos. No se admite a ninguna mujer, ni en las cercanías de la mina, porque puede tener la regla, tampoco al varón que haya tenido relaciones o tan sólo corteje a una mujer porque se le supone manchado, impuro; si alguno de ellos entrase en la mina, esta corre el riesgo de hundirse. Otra peculiar regla es que si alguien que viste una prenda roja quiere entrar, no puede bajar por ella más de tres veces su tamaño ya que ese es el límite de lo sagrado. Otra tradición o superstición que mantienen los dogón es que los miércoles no se extrae mineral durante todo el día ya que es el día en que los espíritus de la ‘casa del metal’, visitan las minas y los hombres temen toparse con ellos. Si no se encuentra mineral tras diversas jornadas de búsqueda se realizan una serie de sacrificios para invocar a la suerte y, una vez encontrado el mineral, se extraen algunos bloques a la superficie sólo para examinar su calidad ya que antes de extraer el mineral es necesario purificar la mina con hierba sagrada y un trozo de corteza del árbol sagrado, Sa, bajándolos hasta el fondo de la mina; una vez purificada la mina, se extrae el mineral y se sube a la superficie donde se selecciona y se lava de impurezas. Finalmente es transportado a los hornos donde se deposita en una plataforma de roca y se cubre con escorias, plantando una vara de mijo sobre el montón para que nadie se apodere del mineral.
La segunda fase se basa en la reconstrucción y puesta a punto del viejo horno que va a ser utilizado para esta tarea, esta fase se lleva a cabo a la vez que la anterior. En primer lugar se elige el horno, entre los viejos hornos si no hay ninguno en uso y, entonces, se realizan tareas de restauración y puesta a punto del horno.
Por respeto a los antepasados nunca se desmonta la base de un horno ya que, según la tradición, allí descansa el alma de su constructor por lo que solo se reconstruye la parte superior del mismo, cuando un maestro moría, su sucesor era el encargado de poner a punto el horno.
Antes de comenzar con los trabajos de reconstrucción, lo primero es realizar una serie de fórmulas rituales, probablemente, para espantar a los malos espíritus y dar gracias el primer constructor del horno, a continuación se desmonta el horno, se limpia el lugar, se despejan los vanos de las toberas y se recuperan los bloques de escoria para la construcción de un nuevo horno. En primer lugar se recoge la arcilla que se utilizará como revestimiento del horno y se mezcla con arcilla recuperada del antiguo horno, agua y paja. Esta mezcla se amasa y se deja reposar durante una noche, a la mañana siguiente se vuelve a amasar y se empieza a revestir el horno. Se incrustan grandes bloques de escoria en la arcilla que poco a poco va dando forma a las paredes del horno para reforzar el caparazón de este y también se rehace la trampa que les permitía acceder a la boca del horno y, utilizando siempre la misma arcilla, sellan los bloques de gres que se habían derrumbado. La base del horno es reconstruida con seis grandes aberturas en la pared en las que se encajarán las toberas y para que la chimenea quede perfecta, el diámetro de la boca no puede superar los 35 cm. Después de numerosas horas recubriendo las paredes del horno con arcilla una y otra vez, finalmente, se termina el acabado exterior, alisando capas mucho más finas de arcilla con las manos. El revestimiento y acabado interior del horno se realiza con arcilla de termitero, se trata de una arcilla especial rica en silicio, muy pura y refractaria. Esta arcilla se mezcla con agua y paja y se colocan dos pequeñas termitas muertas en la masa. La utilización de esta arcilla para el interior del horno es clave ya que esta arcilla no fisura y aguanta bien el calor en elevadas temperaturas. Así, con esta mezcla se revoca el vientre del horno aunque solo puede hacerlo una persona especial, al que llaman decano, con dos capas muy finas de esta arcilla, la primera de no más de 2 cm de grosor y la segunda de unos 15 mm. Esta arcilla, además, es utilizada para el revocado del brocal de la chimenea, el relleno de las fisuras exteriores y el labrado de las toberas.
Se pone fin a este apartado, tras más de dos semanas de reconstrucción, dando el horno por terminado y dejándole secar durante unos cuatro días.
Por último, la tercera fase es la relacionada con los procesos de fundición y forja. Para esto es necesario que el horno esté bien seco y tener una gran cantidad de mineral aunque aún se necesita el carbón que van a utilizar para la fundición por lo que el primer paso es la búsqueda de este combustible, ellos utilizan leña de un árbol muerto, considerado sagrado en cierto modo ya que no puede ser utilizado en la cocción de los alimentos y las mujeres no tienen derecho a cortarlo. El carbón producido por este árbol no deja cenizas y tiene un gran poder calorífico. La leña que cortan se transporta a un campo donde es calcinada y transformada en carbón. El combustible necesario para esta operación son unos 300 kg de carbón, que se carga y se lleva cerca del horno, donde se descarga. Mientras tanto se hace fuego en el horno y se quema paja en el interior que después se carga la hoguera con cepas de acacia blanca; los hombres trituran el mineral para eliminar cuerpos extraños; se confeccionan las toberas que serán selladas en las desembocaduras del horno y que son indispensables para asegurar su aireación; y se prepara el terreno en todo el perímetro del horno: raspan el suelo y lo limpian dejándolo libre de todo material indeseable y desmenuzan la tierra y la tamizan con una capa de polvo que mezclada con agua servirá para el sellado de las toberas.
Antes de hacer nada más, se sacrifican dos gallos a los antepasados en la zona, el gallo no debe batir las alas y su sangre no debe empapar la tierra pues es roja y no debe penetrar en ella, siendo borrada inmediatamente para que no perjudique a los procesos de fundición. Después de esto, el vientre del horno se llena con varas de mijo y se enciende el fuego mientras se pronuncian las formulas rituales para crear las brasas, una vez hechas estas se tapan las embocaduras para colocar las toberas. Todas las toberas tienen que estar al mismo nivel y se colocan dos toberas en cada una de las cinco embocaduras y tres en la central. Tras arrojar hierbas secas para reavivar las llamas, se dispersan cuatro briznas de paja y cuatro trozos de carbón en honor al ‘espíritu Bola’, Kru el que rige las encrucijadas y a los cuatro genios cardinales y entonces se vierte la primera carga de carbón en el horno. Tras el vertido del último cesto se taponan los orificios de las toberas para que ningún polvo se introduzca en el horno y tapan las lumbreras con el mortero y recubren todo con la tierra polvorienta aunque poco más tarde sacan los tapones de tierra que obstruyen estos orificios.
Antes de descargar el mineral, se lanzan cuatro trozos de mineral en honor a los cuatro genios cardinales y entonces el mineral se vierte en el horno. Además de los ritos a los cuatro dioses cardinales, se levanta una pequeña pila en equilibrio con trozos de carbón y mineral y si esta se viene abajo el proceso será firme, de nuevo esta es otra prueba más de la gran ritualización que sufre un proceso que en Europa parecería impensable tratar de esta manera. En otras curiosas prescripciones, por ejemplo, se establece que una persona cuya mujer esté embarazada no puede cargar el horno, ya que sería padre dos veces, pudiendo pasarle alguna desgracia al niño y salir mal la fundición; tampoco se puede silbar durante el trabajo pues solo el hierro tiene derecho a ello y un hombre que silba tiene un mayor riesgo de accidente y provocará que el hierro no sea de buena calidad, además, una persona con una yaga curada con algún bálsamo contra la inflamación tampoco puede acercarse, ni verter carbón y mineral en el horno porque se piensa que dicho bálsamo actuaria a su vez en el horno de manera perjudicial.
Durante toda la noche se verifica el estado de la combustión y cargan el horno con carbón y con mineral, también se riegan constantemente los tabiques de las toberas y a la mañana siguiente se continua aún con este proceso y además se introduce en el horno una carga de mineral recuperado que se cree que le proporcionará al hierro mayor dureza. Esto se realiza durante toda la jornada en la que la temperatura del horno se mantiene constante.
A media tarde se vierte la última carga de mineral en el horno y casi a media noche se vierte la última de carbón y así, a plena noche, el fuego emite varios crujidos que según lo ancianos significan que el mineral estalla y se funde. Por la mañana el hierro se ha aglomerado en bloques y por fin se abre el horno y se mide la altura de las brasas, ya que no debe exceder la altura de la de la embocadura de las toberas. De esta manera, el vientre del horno es regado y exhortado, las paredes son derribadas, se ataca la arcilla endurecida y se rompe y se despejan las toberas.
Sin embargo los primeros bloques extraídos son escoria y tras esta aparecen grandes bloques de metal similares a negras esponjas, pues normalmente la materia orgánica deja un vacío que toma el aire dejando esas curiosas burbujas. Una vez obtenido el metal, se apaga finalmente el fuego y a la mañana siguiente se acude a la forja y, sobre una losa de piedra, fragmentan cada esponja de hierro para eliminar las impurezas, todo el hierro obtenido se calienta al rojo vivo y el gran bloque de hierro calentado al rojo blanco se extrae de la forja y se martillea sobre la losa de piedra, posteriormente se pone otra vez al fuego y se martillea de nuevo y así sucesivamente hasta que el hierro tome la forma de un sable mientras el resto del pueblo canta y danza alrededor mientras todo el proceso es llevado a cabo. Tras horas de trabajo, se va perfilando la hoja del sable y comienza a golpearse sobre el yunque y así hasta que, por fin, se obtiene la pieza deseada.
Como hemos podido comprobar con este ejemplo, la fabricación de un objeto metálico no solo conlleva un gran trabajo para la comunidad sino que además implica una gran inversión de tiempo y energía que en estas sociedades bien puede ser necesaria para la agricultura y la ganadería, en caso de que posean, o en su defecto para la caza o incluso la recolección, por ello no es demasiado descabellado pensar que en África, actualmente, este trabajo haya quedado desfasado y sean solo los mayores los que recuerden cómo se llevaba a cabo o como se realizaba pues los más jóvenes prefieren dedicar su tiempo y esfuerzo en otras cosas que pueden considerar más importantes ya que, después de todo, objetos metálicos van a conseguir igualmente gracias a su contacto con los comerciantes. Sin embargo esto no ocurría en la Edad de los Metales en África y, quizá con ciertas modificaciones, este proceso era el utilizado por las sociedades para obtener todos y cada uno de sus artilugios y toda la comunidad se veía involucrada en el proceso.
Además cabe destacar el notable papel simbólico que hemos visto que se desarrolla a lo largo del proceso. En todas las sociedades tradicionales la figura de un dios, o más de uno, depende de la sociedad, es la que mueve los hilos del mundo y es indiscutible el hecho de que todo poder viene de Dios y este poder es sagrado, intocable, indiscutible. De este modo si algo sale bien es porque Dios así lo ha querido mientras que si algo sale mal es porque los hombres han hecho algo que ha enfadado al Dios y por eso no ha querido que esto saliera como debería. Esto se ve claramente en el ejemplo de los Inagina donde siempre se busca no ofender a dios ni a los ancestros implicados, hacerles ofrendas y sacrificios y buscar siempre, de alguna manera, su bendición para que el proceso metalúrgico salga bien y no haya mayores problemas cosa que, probablemente se haya estando llevando a cabo desde el principio de esta técnica, quizá con distintos dioses, distintos ritos o distintos sacrificios pero con la misma finalidad.
Otra de las cosas que me parece destacable es el papel prácticamente nulo de la mujer en estos trabajos, ya sea el de recoger el mineral, el de reconstruir el horno o el de la fundición y forja con todos los procesos que ellos conllevan y, además, incluso tienen prohibido por ciertas creencias acercarse al lugar en el cual se desarrollan estas actividades. Esto puede haber sido así desde un principio o puede haber ido creciendo a lo largo del tiempo junto con la evolución de las creencias de estas sociedades pues, en un principio, todas estas sociedades adoraban a las diosas madres por lo que, en cierta manera, tenían a la mujer en alta estima aunque fuera solo por su papel reproductor y dador de vida mientras que con los Inagina se ve que la mujer queda relegada a ciertas actividades, más características de las mujeres como pueden ser la cocina o el cuidado de los niños.
Todo esto, para una sociedad más moderna e industrializada como la nuestra, parece algo oscuro y sin sentido pues en nuestra sociedad se busca principalmente racionalizar todos y cada uno de los motivos por los que suceden unas cosas u otras. Si algo sale mal se busca el motivo para intentar hacerlo bien la próxima vez, no hacer un sacrificio a un dios para que nos ayude a que salga bien y, si algo sale bien, se intenta repetir esto para que los aciertos sean mayores que los errores. No cabe duda, tras ver estos ejemplos, que la evolución cultural a lo largo del tiempo no sigue el mismo patrón por todo el planeta y hay áreas más y menos desarrolladas aunque no hay que olvidar que estas últimas pueden ayudarnos de manera etnológica y etnográfica a entender sociedades pasadas de las cuales apenas si tenemos más datos que los que nos ofrece el registro arqueológico.
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Como he comentado anteriormente, los primeros bronces africanos llegados a Europa a principios del siglo XX, descubiertos en el transcurso de las obras del primer ferrocarril, y puestos en valor por Bernard Fagg, hicieron pensar durante muchos años que se había descubierto la ubicación de la ciudad perdida de la Atlantida y durante decenios se exhibieron como tales. No se daba crédito a que los africanos fueran capaces de hacer fundiciones a la cera perdida del nivel que se exhibía. Indiscutiblemente fueron y son unos maestros en este medio.
Sea cual sea la zona y desde tiempo inmemorial, sus obras reflejan una maestría técnica que deslumbra.
De igual manera que fabrican objetos de prestigio o regalías de reyes o jefes, se ponen a fabricar útiles de uso cotidiano que perduren en el tiempo, como por ejemplo lo que se tomó durante largo tiempo como ampulosos adornos o temibles armas.
El africano no puede, como el resto del mundo tribal, acarrear nada en las manos dado lo abrupto de los terrenos donde se desenvuelven. Necesita llevar las manos lo más libres posibles, por lo que acarrea colgado o sujeto al cuerpo todo aquello que cree necesitar. Por ejemplo el dinero o sus monedas de cambio, por eso todo lo que a nosotros nos parecen adornos, abalorios o cuchillos, no dejan de ser sus monedas. Los pendientes, collares, brazaletes, manillas o tobilleras y cuchillos de formas aterradoras, por ejemplo.
Todo ello y sobre todo en la zona de influencia de los grandes ríos, son monedas.
Es tal la influencia económica que se mueve alrededor de este sistema de cambio, que los portugueses, esos primeros europeos que llegan al continente africano en el transcurso del siglo XIV, adaptándose a las costumbres y normas de cada región africana, distribuyen estos artículos y sobre todo las manillas, que ya en el siglo XVII se fabrican en Inglaterra, gran aliado de Portugal; eso sí copiando miméticamente el estilo y con el metal proveniente de la zona. Con ella inundan África y sus mercados, llegando a tal punto que ya durante la 1ª gran guerra contribuye fundamentalmente a que Inglaterra, asentada sobre enormes recursos de materias primas en la zona de la actual Nigeria, mientras que Alemania sobre abruptos terrenos de la zona norte de Camerún, influya definitivamente en el desenlace del conflicto, según los expertos.
Ya en la 2º Guerra Mundial, desde los tremendos y épicos combates de Erwin Rommel por Alemania y de Bernard Montgomery por Inglaterra, desarrollados en la zona norte y por la zona desértica del actual Sudán, intentado cortar las líneas de suministro, mientras que en los países negroafricanos de centro y sur África se atenían a una ‘entente cordiale’ porque ambos necesitaban no estorbarse, para poder abastecerse de las materias primas, metales y minerales necesarios para suministrar a las fabricas, dado que la guerra en Europa imposibilitaba la extracción de ni tan siquiera, una piedra de carbón.
Citan historiadores, que el bombardeo que sufre Londres en la 2ª guerra mundial con las famosas V1 y V2 sobre Londres, tenían como intención el destruir y parece que lo consiguen, la fábrica de estas manillas-monedas, situada en Birmingan, para cortar el suministro de esas materias primas procedente de África, más que destruir en sí la ciudad. Tras la independencia de Nigeria y ya en la década de los 90, se hace un intercambio de esas manillas provenientes de Inglaterra, de las que esta recopila 36.000.000 de uds., para retirarlas sustituyéndolas por la libra esterlina.
Desde el siglo XV hasta el siglo XX y a lo largo de toda la costa de Guinea con sus países adyacentes, estas pulseras como formato, se utilizaron como moneda o dinero. Estaban realizadas en el llamado bronce africano y su clara intención era la de comprar exclusivamente seres vivos, fueran esclavos, ganado o una novia
La palabra manilla deriva de la contracción de las palabras portuguesas mao anilho, o anillo para la mano.
Se puede decir, sin incurrir en exageración, que en África existe una verdadera cultura del hierro. En muchas comunidades, la fuerza simbólica de este metal lo elevó al rango de divinidad. En Nigeria, a finales del siglo IX, la forja llegó a ser el símbolo de la realeza entre los yorubas, al mismo tiempo que la divinidad del hierro, Ogun se convertía en el dios tutelar del reino, al que todavía hoy invocan como patrón todos los que ejercen oficios metalúrgicos. En las tradiciones africanas, los herreros desempeñan un papel fundamental. Al norte de Burkina Faso, en la región de Yatenga, al ancestro de los herreros, Bamogo, se le considera el salvador de la humanidad. Fue él quien fabricó utensilios tan fundamentales para el hombre como la cuchilla, el hacha o la azada que sirven, respectivamente, para seccionar el cordón umbilical, cortar la madera y cultivar la tierra o cavar la tumba…
Pierre Maret, profesor de la Universidad Libre de Bruselas, dice que los bantúes se extendieron por África Central “gracias a la superioridad que les confería la metalurgia tanto en las faenas agrícolas, al facilitarles el desbroce de la gran selva, como en el arte de la guerra, al dotarles de armas de hierro”.
A Isaac Adeagbo Akinjogbin de la Universidad Obafemi Awolowo, en Ile-Ife, Nigeria, le parece innegable que la unificación del país de los yorubas, realizada en el siglo X bajo la férula de los partidarios de Oduduwa, se debió en gran parte a la superioridad que les dio el dominio de la metalurgia. En tiempos de la dinastía de Odudawa, cada reino poseía tantas fundiciones y forjas como necesitaba para asegurar su autosuficiencia. Adeagbo dice también que “en los siglos XVII y XVIII, cuando la trata transatlántica de esclavos estaba en su apogeo, los yoruba seguían prefiriendo el hierro que ellos mismos producían y, desde un punto de vista religioso, consideraban que el metal importado era ‘sordo’ e impuro”.
Las técnicas siderúrgicas, que llegaron a ser elementos integrantes de la espiritualidad y del bienestar material de los pueblos africanos, se han perpetuado hasta nuestros días. Al igual que sus antepasados que, como explica Hamady Bocu : “Solían hacer acopio de fragmentos metálicos de procedencia y composición muy diversas para fabricar nuevos objetos”, los artesanos de hoy han sabido adaptar los conocimientos prácticos tradicionales a la elaboración de productos modernos. Las asociaciones de herreros, como la creada en la Medina de Bamako, están proliferando en el continente para dedicarse a producir toda clase de objetos prácticos para la vida cotidiana, utilizando esencialmente metales recuperados. En África, la artesanía del hierro está cobrando un nuevo vigor, pese a que parecía condenada a desaparecer por no ser competitiva en el mercado.
Bien, este trabajo, podría extenderse incluyendo aquí el capítulo completo de la metalurgia de los pueblos cuyos textos hemos ido publicando, como los de los Dogón, los Mossi, Ashanti, Fon, Yoruba, Reino Kongo, Luba o Tshokwe entre otros, o los de ‘La Moneda Africana’ o ‘Armas Africanas’ cada uno con su peculiaridad o característica, lo que se iría a un libro, lo que no es nuestra intención, y que además, fuera de su contexto sería más complicado de entender para el aficionado, por eso casi mejor, al interesado, recurrir a esos textos donde se encontrará con datos más específicos.
Incidir por último, en que los trabajos arqueológicos en el África Subsahariana han ido en aumento, era fácil, desde los años 80 del siglo XX hasta la fecha. En la actualidad, 2019, diversas alianzas de Universidades norteamericanas y europeas, conjuntamente con las africanas, siguen trabajando con interés, bien dirigidas coordinadas, con presupuestos serios, y sobre todo comprometidos especialistas; ya han adelantado datos y conclusiones, pero creo que para alimentar el interés sin sobrecargar con más datos, este trabajo creo que es suficiente; obviamente, en su momento y cuando los distintos trabajos estén concluidos, los comentaremos. Lo que hasta ahora hemos visto, son datos diversos de especialistas o universidades que se pueden consultar en la bibliografía, como por ejemplo el del trabajo titulado: “Aux origines de la métallurgie du fer en Afrique. Une ancienneté méconnue: Afrique de l’Ouest et Afrique Centrale”. “Los orígenes de la metalurgia del hierro en África. Una antigüedad ignorada. África Occidental y Central”, que se ha publicado en el contexto del proyecto “Las Rutas del Hierro en África”. Sus autores son eminentes arqueólogos, ingenieros, historiadores, antropólogos y sociólogos que describen los orígenes de la edad del hierro en África con abundante información técnica y se preguntan por las consecuencias sociales, económicas y culturales de la metalurgia en el continente negro, al que han restituido ese ‘signo importante de la civilización que hasta ahora se le había negado’, como dice en el prólogo el ex Director de la División del Diálogo Intercultural de la UNESCO, Dudu Diene.
Hamady Bocum, Director del Patrimonio en Senegal, por su parte nos dice: “África es el lugar donde el ingenio de los artesanos llegó al extremo de lograr la producción del hierro en hornos hechos con troncos de banano, y no se observan en ningún otro continente tantas variantes en el modo de realizar la cadena de operaciones de la reducción directa del hierro”, o sea la técnica que permite obtener el metal de una sola vez, sin tener que recurrir a la fundición. Este ingenio ya fue encomiado a principios del siglo XIX por el letrado tunecino Mohamed El Tusny, que en el diario de su viaje al Chad y al Sudán describió las lanzas y puñales templados ‘con una maestría inglesa, por decirlo de algún modo’, así como las pipas de hierro provistas de ‘canutos curvos y serpenteados como los de algunas pipas europeas, pero más elegantes y graciosas, y pulimentadas además con tanto brillo y nitidez que parecen de plata’ ”.
HUELLAS HISPANAS
Con datos recopilados por el divulgador Gerardo Muñoz Lorente, dejadme exponeros este curioso trabajo sobre aquellos primeros inmigrantes que al igual que los de las pateras de ahora, realizaron una emigración similar pero a la inversa, desde la Península Ibérica, la antigua España a África.
En el área occidental del Sahel hay muchos lugares con nombre español y familias con apellidos castellanos y valencianos, cuyos orígenes tienen en común la llegada de moriscos expulsados.
Hay quien lleva años reuniendo pruebas para demostrar que hubo moriscos expulsados del antiguo Sharq Al Andalus, luego reino de Valencia, que llegaron a afincarse incluso en el África subsahariana. Es el caso del contestano Roberto Llorens Reig, residente en la actualidad en Barcelona, que ha vivido varios años en Benín, donde llegó a ser vicecónsul honorario de España.
Llorens recuerda que guerreros procedentes del Sahel, área africana que, como un cinturón, abarca desde el sur de Mauritania hasta Sudán, pasando por Senegal, Malí, norte de Guinea y Burkina Fasso, Níger, norte de Nigeria y Camerún, y Chad, llegaron a España a finales del siglo XI formando parte del ejército de Yusuf ibn Tashufin, quedándose muchos de ellos a vivir en Sharq Al Andalus y Al Andalus. Asimismo recuerda que, en los archivos municipales de Alcoy y del Patriarca de Valencia, se han encontrado unos escritos que atestiguan la presencia, entre 1516 y 1521, de esclavos africanos negros en Cocentaina. “Algunos eran Mandingas y Peulhs de Macina, Matina, ambos de Malí. Otros eran de etnia Ibo originarios de Nigeria, de los pueblos de Calabar, Omon u Ornon*1. De Ghana eran los de Cape y Elmina (Ermina). Guineanos los de Terranova, parte oriental de la costa de Guinea, y Brafera. El resto de los conocidos que no he podido ubicar eran de Salminguo, Temin, Tierra Magno y Algarp (É) cambiaban su nombre indígena por uno cristiano y adoptaban el apellido de sus nuevos amos, “el de los Esteve, los Seguí (É)” ”.
*Nota 1: Se refiere a los Orón.
“Los descendientes de estos esclavos negros, así como los de aquellos guerreros del Sahel, debieron abandonar forzosamente Cocentaina, según Llorens, ‘formando parte de los más de 11.000 moriscos que el día 21 de octubre de 1609, salieron de Cocentaina y su condado para embarcarse en el puerto de Denia o de Moraira’, llevándose consigo sus apellidos cristianos, Esteve, Guerra, Seguí, o toponímicos, Ayelo, Alberic, Castella, Sylla, así como sus costumbres y formas de expresarse, hispanoárabe y valenciano, tan propias de sus familias, tras varias generaciones viviendo en estas tierras. Estos mandingas seguramente fueron ‘los que se llevaron a algunos de esos blancos, moriscos, hasta sus tierras de origen en Benín”.
Para los historiadores la hipótesis de Llorens es harto aventurada. Ciertamente el tráfico de esclavos negros en aquella época era algo cotidiano. Aunque su desembarco era obligatorio en el puerto de Valencia para el cobro de impuestos, muchos barcos negreros, sobre todo portugueses, preferían hacerlo ilegalmente en el puerto de Alicante, o en playas cercanas, donde eran entregados a los mercaderes que, a su vez, los vendían en diferentes poblaciones de la costa y del interior. Josep Lluis Santonja, archivero municipal de Alcoy, tiene bien estudiado este asunto, y confirma que, en efecto, fueron bastantes los negros, ‘mandingas y de otras tribus’, que sirvieron como esclavos durante aquella época. Pero en casas de cristianos. Conjeturar que los que vivían en Cocentaina fueron expulsados, todos o en parte, junto con los moriscos, a quienes acompañaron luego hasta la tierra de sus ancestros en el África subsahariana es ‘rizar el rizo’, en expresión de Santonja, quien añade: “Está documentado que todavía había esclavos negros en esta zona en el siglo XVIII”.
Sin embargo, es bien sabido que la dinastía de los Arma que gobernó Tombuctú, Mali, durante el siglo XVII fue fundada por moriscos y los datos que recogió Llorens en Benín no dejan lugar a duda sobre la huella hispana, castellana y valenciana, que todavía hoy pervive en esa parte de África.
Los Arma
Pero no fueron estos moriscos contestanos y posiblemente de otras localidades alicantinas los primeros en llegar a Benín, ya que al parecer otros lo habían hecho una década antes.
Se tiene por cierto que: “En octubre de 1590 un ejército que hablaba castellano y valenciano, compuesto por 4.000 granadinos, 500 europeos, 60 cristianos, 1.500 caballeros árabes y 1.000 auxiliares camelleros, partió de Marrakech y cruzó el desierto del Sáhara portando por primera vez cañones, arcabuces y caballos, en busca de un sueño: fundar un nuevo Al Andalus a orillas del río Níger. Iba al mando el Pachá Yuder, un hombre de ojos azules y nacido en el pueblo almeriense de Cuevas de Alamanzora con el nombre de Diego de Guevara. Expulsado de España, llegó a Marrakech, donde el sultán Al Manssur le nombró primero caíd de dicha ciudad y después pachá de su ejército gracias a su habilidad como militar. Tras un durísimo viaje, durante el que perecieron dos terceras partes de los hombres, Pachá Yuder y su mermado ejército vencieron a las huestes del reino Songhay el 13 de mazo de 1591 en Tondibi, Mali, muy cerca del río Níger”.
Algunos historiadores aseguran que los shongay llamaron a los invasores ‘alarma’ porque, cuando les atacaban, ellos gritaban ‘¡Al arma!’. Otros opinan que el apodo procede del hecho de que fueran los primeros guerreros que usaban armas de fuego en esa parte de África.
Aunque intentaron proseguir su camino hacia el sur, Pachá Yuder y sus soldados se tropezaron con los terrenos pantanosos de lo que ahora es Burkina Faso, por lo que decidieron regresar a Tombuctú, donde se instalaron. En esta ciudad los altos mandos se casaron con las princesas de la dinastía shongay y los soldados con las plebeyas, formando así la dinastía y la casta de los Arma. De 1591 a 1618 los Arma gobernaron aquellos territorios de la curva del Níger por delegación del sultán de Marrakech y con capital en Tombuctú. En 1618 lograron independizarse y gobernaron hasta 1737, en que fueron vencidos por los tuareg en la batalla de Taya. El área de influencia de los arma irradió hacia lugares vecinos: Burkina Faso, Benín, Níger, Senegal, norte de Nigeria, Guinea y Ghana.
Este es, pues, el lugar al que llegaron los moriscos de Cocentaina y quizás de otras poblaciones alicantinas que, según Llorens, acompañaron a los esclavos mandingas en su viaje a las tierras de sus antepasados, tras ser expulsados de España en 1609. Y, desde allí, algunos debieron incluso de continuar hacia el sur, hasta la bahía de Benín.
Ibi en Nigeria
En la zona occidental del Sahel existen muchos lugares con nombre español: las ciudades y pueblos de Manga, Mal, Lago, Sapo, Serena, Toma, en Burkina Faso; Baila, Domingos, Poder, en Senegal; Dominga, en Ghana; Morita, en Togo; Manta, Nata, Tampobre, Tia, Tio, Tuya, Suya, en Benín; Las Hamadas, unas elevaciones rocosas cercanas a Tombuctú. O con nombre catalán o valenciano: las ciudades y pueblos de Ibi, en Nigeria, Ayelo, Gayá, Mahon, Sebba, donde se producen la mayor cantidad y mejores cebollas; los ríos benineses de Oli, Nano, Sarga, Sota.
Los Esteve negros
Donde hay familias que todavía hoy se apellidan Esteve, Seguí, Montcho, Gantcho, Bonagana, Massa, Amat, Ayelo, Castellá, Davo, Massia, Tormo, Mora, Bandera, Guerra, Gómez, Sastre, Abad, Mollá, Moya, Pereghi, Sap, Aguilar, Diaz, León, Mansilla, Médrid, Mena, Perez, Pina, Rodríguez, Toro, y así hasta más de 300 apellidos que encontró Llorens en esa parte de África. El jueves 27 de noviembre de 2003 apareció en el diario beninés Le Matin una noticia sobre una cantante llamada Ayelo Castalla. Y un miembro de la familia Esteve, Philipe, beninés y propietario de un taller de reparación de bombas de inyección de motores diesel, negro como el tizón, como sus hijos y nietos, como sus padres y abuelos, le contó una tarde a Llorens la leyenda que, transmitida oralmente de generación en generación, a él se la contó su padre, que se llamaba Salustiano, asegura que sus antepasados fueron un día blancos, “venidos del norte, de más allá del desierto, del otro lado del mar”.
Las familias Arma tienen sus apellidos unidos al oficio o cargo político que desarrollan en la sociedad. Así, los Touré son jefes, los Mandés son los servidores, los mandados, los Konta son los pescadores del río Níger que nunca han pesado los peces, sino que los cuentan, los Karabenta se dedican a vender el pescado. Además de los Kazaré, Marka, Bobos, otras estirpes armas con eco valenciano son los Barber y los Sembla.
Muchas costumbres de los actuales Arma, unas 10.000 familias, nos hablan de su pasado español y valenciano: su arroz, mucho más importante en su dieta y en su gastronomía que en las de los pueblos vecinos, es redondo y corto, del tipo bomba, típico de Valencia; sus panes tienen forma redonda y les hacen dos cortes en cruz; no usan sables curvados sino espadas rectas de estilo toledano; marcan sus ganados al estilo hispano, al fuego; las puertas de sus casas tienen formas andalusíes y, en las señoriales de Gao y Tombuctú, con soportales de piedra, se pueden encontrar escudos heráldicos semejantes a los españoles, no siendo pocos los que tienen como fondo una cruz.
El castellano y el valenciano se siguió hablando en Tombuctú y en el área de influencia de los arma durante muchos años. La última referencia histórica se encuentra en una carta enviada por el sultán marroquí al pachá de Tombuctú escrita en español. Todavía hoy muchos Armas hacen sus cuentas en castellano y tienen en su vocabulario palabras castellanas y valencianas con el mismo significado con el que las conocemos nosotros: alcalde, alfalfa, alpargata, albornoz, garrafa, ámbar, alfombra, bakora, bonet, dacsa, intelligentsia, net, sabata, sabó, saya, má, Llorens apunta: “Era costumbre valenciana decir a los niños pequeños sedientos: ‘Vols má? ¿Quieres agua?’. En la orilla del lago Faguibin se encuentra el poblado Arma de Ras el-Má, literalmente ‘A ras del agua’, habitado por las familias Abad y Tormoz”. Entre las mujeres arma, informa el ex vicecónsul honorario español en Benín, abunda el apelativo cariñoso español Nena, Nana, y en algunos otros casos el de Enana.
Como dato a añadir a este, es aconsejable a los interesados, echar un vistazo al ‘Fondo Kati Tomboctú’, para averiguar muchas otras concomitancias españolas en África.
BIBLIOGRAFIA
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– Mircea Eliade 1956: ‘Forgerons et alchimistes’. Flammarion, París.
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-Black Hephaistos, 1995: explorando la cultura y la ciencia en el trabajo del hierro africano. (48 minutos.) Calgary: Universidad de Calgary, Departamento de Medios de Comunicación.
El video presenta la tecnología tradicional africana de fundición de hierro. Al unir aspectos rituales, mágicos y técnicos, esta tecnología está metafóricamente vinculada a la procreación. El espectador luego participa en el trabajo de laboratorio metalúrgico, incluida la microscopía óptica y electrónica que revela el funcionamiento de esa tecnología. Las imágenes de video, filmadas en 1989 y 1993 en las tierras altas del Mandara de Camerún y Nigeria, registran el proceso de fundición de hierro por Ajokfa, un maestro de hierro de Plata Kapa, y la multa y forja por Hundu, un herrero de Sukur. La escena cambia de un lado a otro entre África y el Departamento de Ciencia e Ingeniería de Materiales de la Universidad de Arizona, donde el Dr. David Killick demuestra cómo se obtiene la comprensión científica de estos procesos a través de análisis metalúrgicos de su s productos y subproductos.
– Datos extraidos del laboratorio de metalografía, de Philippe Fluzin en Belfort (Francia),
– Datos tomados en conjunto de trabajos de los profesores:
Allen F. Roberts, profesor de Arte y Culturas / Danzas del mundo en la UCLA
Marla C. Berns, Shirley & Ralph Shapiro, Director, Fowler Museum at UCLA
William J. Dewey, profesor adjunto de historia del arte africano en la Universidad Estatal de Pensilvania
Henry John Drewal, profesor Evjue-Bascom de historia del arte y estudios afroamericanos en la Universidad de Wisconsin de Madison
-El arqueólogo suizo Eric Huysecom y el camarógrafo Bernard Augustoni trabajan con 13 fundidores maestros para recrear la construcción de un horno tradicional para fundir hierro en Mali. No ha habido ninguna fundición de hierro tradicional en África desde la década de 1960, en parte debido a la importación de sustitutos más baratos. La construcción de los hornos y el trabajo involucrado en la producción real está profundamente entrelazada con el ritual, el simbolismo y el género. Esta película describe con gran detalle cada aspecto del evento, desde la selección del sitio de la reconstrucción, que es el sitio de horno más antiguo que queda en la región, activo por última vez en 1961, hasta el resultado final. Esta es una película importante para Estudios Africanos, Arqueología, Religión, Ritual, Tecnología y Género.
Inagina se proyectó en el Festival de la Mostra en Brasil, en el Congreso Internacional de la Sociedad de Arqueólogos Africanos y recibió el reconocimiento de la Sociedad de Antropología Visual en la reunión anual de la Asociación Estadounidense de Antropología en 1998.
Los cineastas han creado un sitio web para la película en: http://anthro.unige.ch/galerie/inagina/index.gb.html
-Muñoz Lorente, Gerardo, 2010: Huellas Hispanas en África. Web.
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