Los biloko
Los biloko, son unos seres extraños a los que también se conoce como eloko, y que deambulan por todo este amplio territorio del bosque profundo, del límite con Gabón hasta el de Kenia. Se dice que son ancestros diabólicos de aquellos seres de baja estatura que poblaron originalmente la zona.
La leyenda dice que aún cazan en el bosque y que guardan rencor a los vivos por que les espantan las presas. Los vivos dicen que son malvados considerándoles responsables de la escasez de caza. Viven en lo más profundo y tupido del bosque, celosos de que les roben sus tesoros.
. Hasta ahí solo se adentran aquellos cazadores más avezados e intrépidos que tienen una magia suficientemente poderosa para soslayar el poder de los biloko. Hay noticias que hablan de mujeres que insisten en desposarse en el bosque con tal de ver a un biloko, desmayarse, y percivir así algún secreto oculto.
Entre mitos y leyendas
Viven en arboles huecos que comunican con madrigueras profundas; se visten exclusivamente con hojas; no tienen vello de ningún tipo, pero si les crece hierba allí donde debiera estar el pelo. Tienen ojos penetrantes y bocas como hocicos que dilatan hasta el punto de poder tragarse a un hombre esté vivo o muerto. Poseen manos como garras de dedos largos y afiladas uñas. Llevan un pequeñas campanas o cascabeles que se dice atraen y hechizan a los humanos, por lo que es conocida la necesidad de no adentrase sin llevar un amuleto o fetiche que protega contra su poder.
Entre sus leyendas se cuenta una en que una mujer insistió tanto que su marido, experimentado cazador, la llevó a una zona limítrofe del bosque donde tenía una choza que incluso había protegido con una empalizada; como tenía que revisar sus trampas y sabedor de cómo actuaban los biloko, advirtió a su mujer de que si oía un tañido de campana o cascabel que no se moviera y menos saliera,
“pues moriría de manera atroz”. Advertido lo cual se marchó.
Desenlace
Al poco, ella oyó un suave tintineo que parecía moverse a lo lejos tal vez acercándose. De repente escucho una voz atiplada, casi infantil, que con dulzura le pedía poder entrar. Ella, confiada por la amabilidad y la dulzura del trato abrió la puerta y vio al personaje. Era pequeño parecía inofensivo y olía a bosque. Gentil, ella le ofreció puré de plátano y pescado hervido que había prepardo.
Él le dijo que: “Gracias pero no, solo comemos carne humana, hace mucho que no como, por favor, dame un trozo de tu brazo aunque solo sea”.
Ella, hechizada por el eloko accedió. A la noche, cuando el marido volvió y nada más entrar a la choza, solo encontró los huesos bien mondos de la mujer.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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