Migonzi en el bwiti
Entre los Vuvis, las máscaras que ellos llaman Migonzi *11 ‘la aparición’, o ‘el fantasma’ se manifiestan durante ciertos rituales Bwiti. Están presentes desde el crepúsculo hasta el amanecer y salen entre diez a veinte máscaras de aspectos diferentes, cada una con una forma, canción o danza propia. El Bwiti sin embargo es más conocido por la fama que produce el ‘descubrimiento’ de la ibogaina como alucinógeno, aunque encierre persé valores humanísticos incostestables, que han aunado a pueblos diversos que hasta su introducción vivían enfrentados.
*Nota 11: Estas máscaras que habitualmente ellos llaman Oso en lengua tsogho, es la misma Moghondzi de los ritos de duelo. Se engloban en el grupo etnolingüistico de las Menè Membè, que agrupa a los vuvis, tsogho, okandè, apindzi, simba o kota, entre otros.
El Bwiti
El Bwiti en su antiguo ritual tendía a que todo se percibiera en un ambiente de penumbra que obliguara a los participantes a concentrase; utilizaba sitios cerrados y la oscuridad de la noche. Una fogata o la luz de una antorcha, apenas permitían vislumbrar aquello que sucedía a un par de metros. Las máscaras y sus fugaces movimientos apenas se entreveían. En el desfile que las máscaras protagonizaban se parodiaba el catálogo completo de las debilidades humanas. Quedaba claro qué es lo que no se debía hacer.
Con un expresionismo marcado, estas máscaras, representan a los antepasados primordiales de la humanidad y a las entidades míticas, a los espíritus de la naturaleza, así como a genios o demonios, caricaturizados como personajes grotescos.Unas reflejan caras humnas, como la Disumba otras zoomorfas como la de Djhigo, el chimpancé.
Paul du Chaillu
La primera descripción de una mascarada la cita el explorador Paul du Chaillu en 1865, que la ubica en la actual región de Ngounié, al sur del país y transcribe:
<<‘Locuya’ es un hombre gigante que lleva un gran trozo de madera tallado y recortado sobre la cara, y va vestido de una manera rara, caminando y bailando sobre zancos. Este maniquí usa una máscara blanca, con los labios gruesos y abiertos, revelando dos filas de dientes donde faltan los incisivos del medio, siguiendo la moda de los Apono, los bapunu… Arrastra sobre los zancos una prenda larga. Lo que me impresionó especialmente en esta farsa, como una coincidencia de lo más cómico, es que el peinado del gigante se asemejaba al sombrero de una dama… Este peinado estaba compuesto por un gorro de piel de mono coronado por un penacho de plumas. Por detrás colgaba la cola del mono…». 27
Esta fidedigna descripción de la danza de una mascarada, de la que el autor es testigo, nos muestra pese a lo novedoso y extraño que le debería suponer tal visión, una gran dosis de ingenuidad y bonhomía.
La realidad y la tradición
Tal vez desde aquel momento o tal vezmás de un siglo más tarde, la realidad, aunque no tanto el folclore, es que estas hermosas tradiciones tienden a desaparecer.
Algunas aún persisten en alguna forma avanzada, como la Bodi de los Nzebi y Povè o Vuvis, a la Okukwè*12 de los Mpongwé.
*Nota 12: Las máscaras son la imagen de la danza que interpretan y de la que llevan el nombre. En este caso el nombre genérico es Okuyi. En Mpongwe, se llama Okukwè. Solo los iniciados pueden pronunciar estos nombres. Todos los demás, mujeres y niños en particular, deben decir: Ezogha, TataMpolo o Ezoma zanomé, que significa ‘el gran jefe’ o ‘el gran macho’. Las máscaras, por tanto, siguen siendo negociado de hombres en una sociedad que sin embargo es matrilineal.
El tiempo, implacable, como la evolución que produce, han erosionado estas ceremonias. La colonización y la cristianización fueron las primeras, al demonizar sistemáticamente las sociedades iniciáticas y los ritos que practicaban. Luego fue la suplantación de la organización social existente, a la que vinculaban con los rituales, por las nuevas administraciones coloniales.
La colonización y la cristianización
Esto trajo paulatinamente un desarrollo al modelo europeo que atropelló, o lo intentó, todo atisbo de algo que no fuera una visión mercantilista de desarrollo al estilo europeo. La tala y la minería, en un período de entreguerras en Europa, en que escaseaban las materias primas, incitó movimientos de mano de obra, una veces por la fuerza y otras con promesas de mejor futuro. Esto fue una eficaz contribución que sirvió para desarticular aún más las sociedades y sus correspondientes ritos que dejaron de ser practicados por esos trabajadores alejados de sus aldeas.
Si en este caso esto fue efectivo, también lo fue para dinamitar la idea de pertenencia étnica. Esos tiempos convulsos, como la situación en que se vivía, propiciaron la integración intercultural, pues hay que pensar que los cien kilometros en el África de hace cien años, no son los que nosotros aquí y ahora conocemos. Eso equivaldría hoy en día en mandarnos a Siberia, en carro de bueyes. Pero el ser humano tendemos a protegernos, y para eso necesitamos reivindicar quienes somos, y a pesar de los inconvenientes, estas gentes se pusieron en marcha sumando lo recordado por unos y otros, dando vida y creando nuevos ritos nacidos del encuentro de pueblos y culturas diversos, pero hermanados. También fue otra época, cercana pero otra.
Evolución
Cambios, adaptación, evolución es el relato de partida para evaluar al hombre y sus creaciones. Estos múltiples factores relacionados con la evolución económica, política y social generalizada, han puesto en crisis creencias y tradiciones.
Los actuales sistemas de educación y los universalizados e inmediatos medios informaticos, también contribuyen a la aparición de cierto escepticismo hacia las creencias y religiones, o, cómo no, a las sociedades iniciáticas y a los líderes de todas ellas. Los valores han cambiado. Prima lo material sobre los espiritual. Todo se pone en cuestión. Y no se acepta ya ni servidumbre ni compromiso.
Gabón
Aunque no todo ni en todas partes lleva el mismo ritmo. En Gabón, aún, el tiempo tiene otra cadencia. Allí, siguen apostando por una cultura donde la espiritualidad siga formando parte importante de la sociedad. Aunque esta espiritualidad no parece estar amenazada, la manera de expresarla no pasa por mantener inalterables los rituales ni los objetos simbólicos.
Las máscaras mantienen su simbología y señas de identidad pero han perdido aquel valor intrinseco que les otorgaba esa aura mística de antaño. El cabalgar entre dos mundos, trasmutarse para acceder a uno u otro lado ya parecen relatos de otros tiempo, aunque aún subyugan porque siguen siendo parte de una herencia que no quieren perder y que aún les lleva apreguntarse sobre qué hay tras todo ello y preguntar es interesarse e interesarse es empezar de nuevo a amarlo.
Creo que las decadas finales del siglo XX fueron nefastos para sus antiguas tradiciones y que primó el desinteres, porque los ojos, que no la pasión, estaban en otras vanalidades; pero esa experiencia parece haber servido de antídoto, retomando conceptos mentales en los que se priorizan de nuevo gustos maneras y conciencias de lo antiguo, sin desinteresarse por lo último; tener mente abierta, posibilita tales encuentros.
Museo de las Artes y Tradiciones de Gabón
Hay quien opina que las mascaras sagradas trasmutadas en piezas de museo retoman su función original, aunque sea en lo cultural, otorgándoles la cualidad de obra de arte reconocida. No puedo estar más en desacuerdo. Es prescindir de un todo para ponerle precio. Siempre primando lo material sobre lo pasional.
Yo creo que los valores que llevaron a crear las piezas deben prevalecer aunque pasen de museos a aulas, o a estrados donde se puedan leer como libros de madera que son. Poderlos leer porque se sabe su idioma, será conocer historias novelas pasiones dolores, mundos, vidas. Recordar a quienes las esculpieron usaron danzaron y cantaron, pero también a tantos como les dieron credibilidad, como aldeanos o notables, padres y madres, o mujeres y niños que a veces se asustaron, pero que incluso así ayudaron a darles vida.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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