Nacimiento
Todo alumbramiento es una grata noticia suceda este donde suceda. Entre los vuvi, al recién nacido, entre exclamaciones y gran júbilo, se le miraba y remiraba minuciosa y detenidamente por todos los miembros cercanos de la familia, para saber qué miembro de la familia, fallecido, había comprado su alma y habitaba en él. Pues creían que un miembro fallecido del cónyuge de la mujer, un morimó, ‘compraba’ el alma del bebé y era su ‘protector’ de por vida.
Cuando un miembro de la familia enfermaba o se creía que su fin estaba cercano, se llamaba a un médico brujo, que le colocaba dos piedras en el pecho para ver si respiraba o había muerto, pues los vuvis tenían mucho cuidado en verificar la muerte antes de llevar al fallecido al cementerio, ya que creían que el espíritu, enfadado por no haberlo comprobado, saldría y atormentaría a la familia por haber engañado a su espíritu separándole del cuerpo.
“Tras dar a luz, la mujer vuvi recibe la visita y cuidados que requiera de parientes, amigas y vecinas más próximas. Que se obligan a ir por agua, leña, malangas, ñames, u otros comestibles, quedando otras en la casa para preparar la comida y cuidar al recién nacido y a su madre.
Este solicito cuidado con la madre lo suelen tener hasta tanto la mujer se sienta con fuerzas suficientes para volver a ocuparse en sus quehaceres ordinarios.
Mientras la mujer se encuentre en ese estado y recluida en casa, recibe muchas visitas, todos le dan el parabién, le presentan sus regalitos, colman de mil bendiciones así a la madre como al hijo, y una a una dan al recién nacido un nombre que les parece le cuadrará perfectamente por los hechos portentosos que con el tiempo el niño llevará a cabo.
morimó
Más cuando el parto es doble el entusiasmo y la alegría adquieren gran importancia para la familia favorecida y todo el vecindario. Entonces no se contentan con ofrecer a la madre regalillos, sino a veces hasta cabritos y corderos, por ser persona tan querida y favorecida por los espíritus de los antepasados de su propia familia”.
“Pasados algunos días después del nacimiento se congrega toda la familia del recién nacido, ofrece un sacrificio a los manes de la misma, se consulta al brujo o mohiámmo del lugar, para que averigüe cuál de los antepasados de la familia compró el alma de aquella criatura, y obtenida la respuesta, se impone al recién nacido el nombre que este tenía cuando vivía.
Este antepasado, hoy día morimó, porque ya no existe en este mundo, sino en el otro, al que llaman Borimó, que significa ‘lugar de las almas de los difuntos’, ese morimó será el patrono o protector del niño durante toda su vida. Tras averiguar quién compró el alma del niño, la familia da el convite, en el cual reina la alegría con gran algazara. Esta es la razón porque en familias muy numerosas, varios individuos de las diversas ramas de la misma, tienen idéntico nombre, dado que es el mismo morimó el que los compró a Dios en el instante de crearlos.
el Borimó
En una familia y no muy numerosa conté cinco individuos que tenían el nombre de Lobedde, y en otra aún menos numerosa cuatro llevaban el de Ndobe. Es creencia general entre los vuvis, que Dios, por él mismo, crea las almas de todos los hombres , más cuando Dios quiere crear el alma de alguna criatura concebida en el seno materno, en ese mismo momento se presenta a Dios uno de los antepasados que viven en el Borimó, familia de los futuros padres de dicha criatura y le pide que le venda esa alma; y como Dios es infinitamente dadivoso, nada necesita e inclinado a hacer el bien a los hombres todo lo posible, sólo pide minucias.
Desde ese instante Dios pierde los derechos que tenía sobe aquella alma y pasa a ser propiedad inalienable del morimó que la compró. De ahí que los vuvis nieguen tener obligaciones para con Dios, únicamente sienten y tienen con Él, cierto respeto y temor reverencial. Todos sus deberes y obligaciones son para el morimó que los compró, a quien como dueño y señor absoluto han de servir por vida. A él acudirán en todas sus empresas, cuando prosperidad o adversidad, en salud y enfermedad, en sus ganancias y pérdidas y en todos los actos principales de su vida, a él ofrecerán ofrendas, libaciones y sacrificios y de él esperan recibir recompensa si viven según las leyes recibidas de sus abuelos y castigo si prevarican de las mismas”.
La lactancia
“Los vuvis durante la lactancia suelen dejar a la mujer en absoluta tranquilidad, ni la molestan en nada referente a sus derechos y obligaciones recíprocas, y aún la misma mujer rehúye deseos relativos a ‘eso’, hasta que la criatura comience a andar. Si el marido por estar bebido o algún otro la requiere, acostumbra a responder: N’ ta la paha o bola a tèeba, en el norte, o N`da la paha mon, a t`eema, en el suroeste, ‘No puedo mi hijito todavía no se tiene en pié’.
“Es opinión general entre ellos que si las mujeres después de dar a luz, cometen adulterio, antes de yacer de nuevo con su esposo, el castigo que le espera es quedar estéril de por vida. De ahí que si una mujer todavía joven ha tenido hijos de su matrimonio y luego pasan algunos años sin tenerlos, dicen los vuvis que le han dado kòbô es decir que la mujer ha cometido adulterio y por eso ha quedado estéril”. “Cuantas riñas he visto entre esposos y aún divorcios como poco temporales, por semejantes sospechas. A la mujer que le han dado kòbô la consideran infame”*6.
*6 Nota: Relatos de Fernando García, ‘el Africano’: Recogidos de entre los escritos de ‘Mosamenda’, publicados en la revista ‘La Guinea Española’.
Rituales de fecundidad
La necesidad de conseguir mantenerse, que nadie les amenace ni atosigue o ataque y prosperar, recordemos de donde y porqué vienen y a donde están, motiva a cualquier pueblo a crecer, sobre todo en número de brazos; hemos visto o al menos espero se haya intuido, la importancia de robar mujeres y raptar niños, en ambos casos son brazos y posibilidades de más, no nos debe extrañar que se vuelquen en solicitar a los hados, sean cuales sean estos, lo mismo y con sus recursos, sus propias mujeres.

“En sus rituales de fecundidad, colocándose junto a los helechos que crecen junto al agua, llenarían recipientes y utensilios diversos con agua del manantial, pidiendo que los buenos espíritus fluyan de igual manera que fluye el manantial y protejan al pueblo propiciando su fecundidad y el número de nacimientos.
En las zonas costeras, llenarían los recipientes con agua de mar, y eso simbolizaba que, así como el mar recibe toda la suciedad de la tierra, y la recicla sin ser dañado, de la misma manera, se espera que aumente el pueblo, y que por más que atacados y a merced de los vicios o la enfermedad, nunca pierdan la virtud de la procreación”.
Que semblanza tan lírica y hermosa que nos suena idílica e inimaginable, viendo las islas de plástico que nos hemos regalado o la constante perdida de especies que veremos de qué modo y cuando interesará controlar.

Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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