Introducción
El Reino de Kongo, uno de los más antiguos reinos bantúes, fue sin embargo de los primeros en ser conocido por los europeos, cuando los portugueses arribaron a sus costas, allá por 1481 o 1482.
Su rey, el manikongo, dominaba algunos pueblos situados al norte del bajo Zaire, como los vili, yombe y woyo, y sus territorios penetraban y se extendían por la actual Angola. Esto ya lo hemos visto con más detalle, como hemos visto cómo pasó pronto a ser bien conocido entre los europeos, pasando incluso a relatos épicos de literaturas como la portuguesa. Nada mejor que para ello mostrar el hermoso pasaje donde Camoens hace relatar a Vasco da Gama su recorrido por las costas de África: “…Dirigiendo siempre la aguda proa hacia el Austro, nos internamos en un vastísimo golfo, dejando a un lado la Sierra Leona, sumamente áspera; el cabo al que dimos el nombre de las Palmas*11; el gran río*12, donde resuena el mar azotando las conocidas playas que allí poseemos, y la isla ilustre que tiene el nombre del Apóstol que tocó el costado de Dios*13.
Zaire
Allí está el extenso Reino del Congo, convertido ya por nosotros a la fe de Jesucristo, por donde pasa la cristalina y prolongada corriente del Zaire, que no llegaron a conocer los antiguos...”
- * 11: Hace referencia al Cabo Palmas que delimita en el Atlántico sur el Golfo de Guinea y en el continente es la referencia fronteriza entre Liberia, a quien pertenece y Costa de Marfil.
- * 12: Con el término gran rio quiere referirse al rio Níger.
- * 13: Con esta frase alude a la isla de Santo Tomé, importante enclave portugués de esa época y situada en el Golfo de Guinea, al oeste de las costas del actual Gabón.
Arte en el Reino Kongo
La aceptación sin mayores prevenciones hacia los europeos, cuyas consecuencias ya hemos visto anteriormente, trajeron también gracias a esa predisposición y abierta actitud, la producción en el Kongo de un arte muy peculiar: la talla de marfil, que como los de los sapi y los de Benin City, fueron recibidos con gran complacencia por quienes los comercializaban, que ya habían sugerido las temáticas y utilidades, y que no supusieron a los artesanos mayor dificultad. Incluso se introdujo, y no a una escala menor, la iconografía cristiana, con sus crucifijos, vírgenes y santos.
Poco quedaría de ello, sin embargo, cuando, a principios del siglo XVIII, la mayor parte del reino, entonces ya dividido y en decadencia, rompió sus relaciones con Portugal, expulsó a los misioneros y repudió su fe.
El marfil se destinaba a obtener objetos de prestigio como pipas, cajas para tabaco, para ungüentos, cetros, espanta moscas, o una boquilla donde se solía insertar un componente sagrado, la raíz de la munkwisa en kikongo o ‘custus lucanusianus’que utilizaban los jefes cuando se sentaban y que otorgaba a su poseedor poderes sobrenaturales.
Loango
A eso podían sumarse objetos religiosos católicos como más arriba se ha dicho. Varias excepcionales manos o talleres, son identificables, según los expertos, entre las obras en marfil realizadas por artesanos provenientes del Loango. Algunos hablan de más de una docena.
A | B | C |
a y c: Observamos estos dos cetros, con una iconografía similar en el personaje del rey. Son un importante emblema, donde se refuerza la autoridad del rey que lo ostenta como atributo y símbolo de su posición.
Se ve en ambos al jefe sentado, sosteniendo el cetro con la mano izquierda, que le reconoce como jefe y que representa su tesón y dedicación a los suyos, un cuerno de ‘syncerus caffer’ o búfalo cafre, que hueco, guarda la espiritualidad del jefe a la que a su vez se protege taponando el cuerno con una argamasa de tierra y la sabia exprimida de la raíz de la misma planta que sujeta con la mano derecha, y de la que masca su raíz, la de la munkwisa en kikongo o ‘custus lucanusianus’; planta que representa la fuerza vital del jefe, reforzando su liderazgo como jefe del clan y proclamando su virilidad y potencia fecundadora, que le vincula por tanto a su gente y a su vez se prolonga a la tierra que pisan en la que trabajan y donde viven.
perlas africanas
El colgante de a y las ‘perlas africanas’ o cuentas de cristal que cuelgan de sus cuellos y rodean sus cinturas, aún enfatizan más si cabe el estatus, mostrando su facilidad de acceso a bienes comerciales valiosos. Tal vez dos cosas nos dicen, sin poder discernir, quien es cada uno, los tocados, que obviamente hablan de clanes y pueblos concretos y el prisionero que figura en a y que debía de ser un enemigo importante cuya sola imagen reforzaría considerablemente su prestigio.
b: Es claro que un maestro de la talla del marfil de la rivera del Loango esculpió esta obra, que fue hecha para un importante personaje occidental posiblemente representándole en la parte de arriba. Se distingue la hábil mano de un escultor kongo, sin identificarlo, por los impecables detalles corporales, y la expresividad de las figuras, fijando la atención sobre la musculatura y los dramáticos gestos ante la agresión y consiguiente angustia.
Los escultores
Las imágenes de esta pieza, una caja destinada tal vez a guardar alguna medicina, y no tabaco o especias, muestran tratos y acuerdos entre comerciantes de distintos países, posiblemente marino inglés el del fusil y pantalón a cuadros; tal vez portugués el que le está ofreciendo lo que parece un ave, y tal vez francés el que lleva las llaves, dicho todo simplemente por los sombreros y sin mayor idea.
Pero la elaboración y percepción del detalle en espacio tan mínimo, sí nos da idea de cómo estos escultores fueron capaces de representar todo esto fidedignamente, como producto de una observación minuciosa. Como en una serie fotográfica, vemos como esos comerciantes se dan la mano cerrando un acuerdo, fuman en pipa o encienden un cigarro.
Pero curiosamente, en la parte de abajo, delimitada en un espacio idéntico a la superior, observamos una escalofriante escena de la captura de un africano, por africanos, sin duda, destinado a la esclavitud o a trabajos forzados. Pieza exhibida en el Museo Du Quai Branly.
siglo XVIII
Retomando el momento en que los portugueses se retiran, aunque nunca del todo, a mediados del siglo XVIII, el reino entra en conflictos continuos. Es a partir de ahí que resurge lo mejor del arte kongo, centrándose, de nuevo, en esculturas de su religión tradicional.
Aunque no son pocos los expertos que afirman que se mantuvo una impronta renacentista, a la que indudablemente contribuyeron las herramientas que habían aportado los artesanos portugueses así como su técnica, si no en las facciones sí en la temática, donde empiezan a ser profusas las maternidades, phemba, que tenían un origen de culto a la fecundidad, pero que parecen remedos de las imágenes de las Vírgenes portuguesas; y los típicos fetiches n’kisi, cuyos toscos cuerpos erizados de clavos y pinchos se suavizan al interpretar las caras, acaso reflejando la profunda impresión que dejaron en los indígenas las imágenes de mártires como San Sebastián.
tipo escultórico
Pero acaso el tipo escultórico más peculiar de los kongo, y el más difícil de encuadrar cronológica e interpretativamente, son las ntadi o tumba, derivación clara del mismo vocablo portugués: se trata de una figura funeraria de piedra, que representa a menudo un hombre sentado, y en la que destaca la imaginación al plasmar la dedicación u oficio del representado; sorprende la curiosa estética de lo asimétrico del conjunto, y las caras, que trasmiten una plácida sensación.
Ntadi, nombra a un tipo especifico de piedra, la esteatita, una especie de piedra jabonosa, el nombre pues no se refiere al tipo de talla o utilidad, sino al material con que están hechas, de ahí que asimilasen como más preciso el término tumba. En mi opinión, por los datos e informaciones que he podido recopilar, creo que estas figuras se comenzaron a hacer en este material, tras el paso de los europeos con los que compartían, aunque no del mismo modo, su creencia en la reencarnación.
Ntadi
Se sabe que entre el fallecimiento y la posterior reencarnación pasaban algo así como seis años, el tiempo que sabemos ahora coincide con la descomposición total de un cadáver en la franja ecuatorial, siendo aceptado por la psicología, que a su vez es el tiempo que dura anímicamente el duelo.
Cada año durante esos seis, los cadáveres, de prácticamente todo África, se desenterraban y se les hacia una lúdica fiesta, agradeciéndoles la protección que habían brindado a sus deudos, y si no fuera así solicitando que lo hiciera el próximo año. Algo similar a nuestra fiesta de los Fieles Difuntos.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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