Ekinu
No hay por qué traer aquí aquello más corriente cuando hablamos de un conjunto de pueblos tan grande, es como querer concitar a los pueblos de Europa, en lo que hacen los fineses de Porvoo. Permitidme por tanto que traiga aquí otro curioso ritual, minoritario en número de participantes, pero practicado por muchos de estos pueblos del Reino Kongo. Ekinu es un baile ritual que se inicia al caer el sol, y a la luz de hogueras se prolonga hasta que el astro avisa su llegada.
El vino de palma fluye generoso. Todos abren un círculo en el que se mueven convulsos mientras el nganga a lembe efectúa sus conjuros. Eje del circulo es un n’kisi concreto al que se pide ayuda, quien solicita, actor coprotagonista, se sitúa ante el tambor que empieza su rítmico tañido, al que responden los participantes con convulsiones acentuadas mientras que los del coro entonan:
“Tiza que me facilitó la vidaen el camino hacia Ngoyo*19” Hwvemba luampene o moyo o njela Ngoyoi
*Nota 19: Tiza es el polvo blanco de la esteatita, con que se untan la piel, que tiene el ‘poder’ de conectar con los espíritus de los fallecidos. Recordemos que Ngoyo era un reino al norte del Río Congo que quedaba relativamente cerca territorialmente de la actual Kabinda.
John H. Weeks
John H. Weeks, misionero inglés que llegó al Reino Kongo en 1882 del que extraigo estos datos, dice en su libro ‘Treinta años en el Congo ‘que esta ceremonia y canción fueron introducidas por un nganga a lembe de Kabinda que se instaló en esta zona, pero aunque se mantuvo la parafernalia el sentido original se quedó allá. Cuando el fetiche era el de Mbambi, el ‘antílope de agua’, dedicado a la fertilidad el coro entonaba:
Ngwa e tembwa ‘yi mbambi yuna. “¡Oh! estas tormentas, que nos envía Mbambi”
Y que parece que lo que aquí se canta, poco tiene que ver con la demanda que se hacia a ese fetiche originalmente, y que no son esas las palabras tradicionales, pero mejor exponer la traducción literal, lo mejor que sé, de su relato original:
“A medida que se golpea el tambor, el ‘doctor’ –nganga a lembe-, impele el poder del fetiche hacia el hombre enfermo, y arrebatado por el tamborileo y el canto, salta como enajenado sobre el cultivo más a mano, arrancando de él puñados de hierbas. El ‘doctor’ después de un tiempo le ofrece los jugos de estas hierbas, hojas y tallos, con el fin de calmarlo. Se supone que el hombre enfermo mejorará, y habiendo puesto el poder fetiche en él, él mismo se convertirá en un ‘doctor’ y podrá practicar la curación en otros. Cuando una mujer, de igual manera, cae bajo el dominio del poder del fetiche, ella se convierte en una ‘doctora’ y toma el nombre de nengudi.
La curación
Posibilitar la curación era fundamental ya desde tiempos antiguos, en que el marfil se comercializaba pero no tanto como se deseaba, pues se pensaba que la persona que vendía marfil, en la parte hueca del colmillo vendía a la vez el espíritu de la gente fallecida del pueblo.
Si un hombre llevaba un colmillo a la costa y mientras estaba ausente alguien moría en su poblado, a su regreso el comerciante era acusado de brujería y debía aceptar la prueba*20, aunque la costumbre habitual era no acusar a un ausente de hechizar a cualquier persona de su aldea. Se dice de un poderoso jefe, que a pesar de dicha superstición vendió marfil, aunque tuvo mucho cuidado de no llevar cada vez grandes cantidades, temiendo la reacción de su pueblo si se enteraba y las consecuencias que esto podía acarrearle”.
Nota
*Nota 20: Dicha prueba no la especifica, aunque se sabe que en muchos casos el riesgo era mortal. En otro relato cuenta que a uno que capturaron con marfil le cortaron de oreja a oreja y desde los ojos hasta la barbilla toda la cara.
“Mientras vivía en San Salvador, ‘el escritor’ recibió la visita de algunos nativos Zombo, y tras persuadirles de su buena intención, indujo a los más audaces a que se atrevieran a entrar en su casa.
Lo primero que hicieron estos valientes fue comprobar todos los rincones de la casa minuciosamente y al preguntarles por qué, contaron, y otros lo confirmaron posteriormente, que estaban buscando el lugar donde podían estar almacenados los cadáveres de algunos nativos dados por muertos, y que estábamos esperando tener suficientes para llevarlos a los barcos donde los venderíamos, al igual que el marfil, para enviarlos a Europa, donde , por algún medio, serían resucitados y trabajarían convertidos en esclavos para sus amos blancos.
De ahí su miedo a entrar en la casa, su escrutinio de cada rincón, y su enorme sorpresa al no encontrar nada, fuera de lo normal. El hecho de ser misioneros y no haber vendido nunca marfil ni ninguna otra cosa no disipaba sus sospechas y temores.
Por el contrario se aumento su prevención, pensando que como blancos éramos comerciantes, solo que tan sutiles como para saber ocultar nuestro verdadero propósito para vivir allí, que no era otro que hacernos con cadáveres para vender, aparentando bondad. Se necesitó de un dilatado tiempo el despejar estas sospechas y ganar su confianza”.
temo
“Tienen un sistema de ayuda mutua o de crédito, al que llaman temo. Por ejemplo, cuarenta hombres se ponen de acuerdo para entregar una cantidad estipulada en determinado día de mercado, y que se entrega a uno de ellos para que lo utilicen como les convenga. O un grupo de jóvenes acuerdan entregar una cantidad concreta para que por turno tengan suficiente todos para llevar a cabo su matrimonio.
Estos acuerdos llevaban implícito que ante incumplimiento, la pena era la esclavitud, lo que se tradujo en una importante fuente de suministro de esclavos jóvenes. He conocido a diez muchachos, trabajadores, que acordaron dar cada sábado una cantidad para cada uno; el resultado fue que los diez vivieron una semana como príncipes, pero las otras nueve suplicaron para no morir de hambre”.
Las vivencias de John H. Weeks
Las vivencias de John H. Weeks son numerosas como lo fue su dilatada estancia en la zona, treinta años, en la que escribió una serie de libros de obligada lectura para quien quiera saber algo de esa y anteriores épocas de estos pueblos. Como dato final sobre sus relatos veamos cómo cuenta su presentación ante el rey Kongo:
“Era febrero de 1882. El día después de nuestra llegada, mis colegas organizaron mi presentación ante Don Pedro V, Ntotela, Ntimu a Kongo, es decir, Emperador, rey del Kongo, cuyo nombre personal era Eklo, y cuyo sobrenombre, según se me informó luego era Weni W’Ezelu, ‘El Más Grande del Cielo’. Nos hicieron pasar por entre las altas cercas vegetales hasta el lugar de los juicios o Mhaji a Tcongo, en el centro de la ciudad, donde crecía un gran árbol de enorme dimensión, bajo cuya sombra se llevaban a cabo todas las ceremonias importantes que tenían que ver con palacio; cruzando esta plaza de la ciudad, se llegaba al primer acceso del recinto real, Lumbu,que nos pareció un laberinto en miniatura, ya que tuvimos que atravesar otros cuatro vallados antes de llegar al espacio central donde se alzaba la casa del Rey…”
“…encontramos al Rey sentado en un banco de mimbre. Tras darle la mano y recibir su bienvenida nos sentamos en tres sillas europeas que habían colocado frente a nosotros. Su Majestad ordenó a un muchacho poner un cojín de tela a nuestros pies, luego siguió una corta conversación sobre nuestro viaje, salud y varios otros asuntos intrascendentes, tras lo que le dimos las gracias por el cerdo que nos había enviado antes de nuestra llegada para tener comida durante el viaje”
Marqués de Katende
“En 1859 al Rey del Kongo se le conocía como Marqués de Katende, y como tal visitó a los portugueses para solicitar sacerdotes para enterrar a su predecesor y coronarse como rey. Era entonces un hombre guapo, robusto, de mediana edad, con un semblante mas agraciado que el habitual entre los kongo.
Cuando lo conocí en 1882, media unos 6 pies 4 pulgadas de altura, 1’85 ms., muy robusto, teniendo como 80 pulgadas de cintura, sobre 2 ms., y gravemente afectado por la viruela. Era benevolente, pero torpe en su caminar y movimientos debido a su obesidad. Se mostraba astuto en lo político y en sus tratos con los demás y siempre lo suficientemente hábil como para mediante una fiesta atraer al otro a su juego.
Y siempre con buen humor, disfrutando de las bromas, aunque estas fueran a su costa, aunque listo siempre a emplear un proverbio que cambiara el sesgo. Antes de la llegada del hombre blanco se utilizaba como moneda y objeto de trueque en los mercados la tela nativa, tika o yamhadi, piezas muy pequeñas de entre 2 a 3 pulgadas de ancho por 6 u 8 de largo, 5 a 7,5 cts., por 15 a 20,5 cts.; cuchillos hechos por ellos, inbele za mfudila; azadas, nsengo; y otros varios artículos artesanales.
Tras la llegada del hombre blanco la moneda cambió a cuentas rojas, mbembe; gruesas cuentas negras, matadi o mankolo; y cuentas de vidrio azul, nzimbu za ndombe, para abreviar simplemente nzimbu. Estas últimas tan abundante y libremente usadas que son realmente equivalentes a dinero”.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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