Prefacio
Soy juanjo andreu. Puede que algunos ya me conozcáis, los demás no os perdéis nada, porque hemos venido a hablar de cosas realmente más interesantes.
África abarca miles de pueblos. Pueblos que lo son porque cada uno mantiene sus peculiaridades. Si nosotros en nuestro pequeño país, comparativamente, en cada pueblo tenemos una patrón o patrona, su blasón y el vestido tradicional, ellos lo tienen de igual manera, a su mejor entender y conveniencia.
Con esto quiero dar a entender que acometer un trabajo sobre cualquier tema con apelativo África es en principio una temeridad, lo mejor es centrarse en un tema y un pueblo y hacerlo eso sí lo mejor posible, recopilando todos los datos que se puedan. Para no saltarme esa norma veamos solo algunos ejemplos.
El antropólogo, profesor y catedrático G. Peter Murdock y el glotocronólogo David L. Olmsted en su pormenorizado estudio sobre cómo el africano de cazador recolector pasó a sedentario agricultor, cuentan que gentes llegadas de Malasia introdujeron el ñame, banano o taro, que se adaptaron perfectamente al encontrar un entorno casi idéntico al del sureste asiático. Ellos mismos dicen que en el momento de su implantación lo habitaban los pigmeos, BaAka y BaBongo.
cultivos de origen malayo indonesio
Y sobre la implantación de estos cultivos de origen malayo indonesio en territorio africano nos lo explican así:
“Hemos examinado las pruebas que indican que las plantas alimenticias de Malasia se establecieron en la costa de Azania en el este de África hacia el año 60 d. C., fecha aproximada de la visita del autor del ‘Periplus del mar de Erythraean’. Podrían haber sido introducidos varios siglos antes, pero no mucho más que eso si aceptamos la evidencia arqueológica que data de la expansión al sur de los Cusitas legalíticos. La datación por radiocarbono coloca a los bantúes en Zimbabwe, en Rhodesia del Sur, en el siglo VII.
Por lo tanto, tenemos un período de tiempo de entre 600 a 900 años durante el cual las cosechas de Malasia se expandieron por todo el continente hasta la frontera entre Camerún y Nigeria, y el bantú atravesó posteriormente el bosque ecuatorial hacia África Oriental.
Como el cinturón de ñame estaba ocupado por pueblos agrícolas de pleno derecho, capaces de tomar prestados nuevos cultivos con facilidad, la difusión hacia el oeste requería presumiblemente mucho menos tiempo que la migración hacia el este”.
Paño funerario de Banton
Una vez que los antiguos pueblos bantúes conocieron de estos cultivos, su expansión hacia el sur y el este se hizo inevitable. Bien, parece ser que esos malayo indonesios ya se cubrían con unos tejidos llamados Ikat, el más antiguo que se conserva es el ‘Paño funerario de Banton’ en Filipinas de hace cerca de 450 años. Pues a la par que los cultivos introdujeron el entretejido o urdimbre, la cestería, y con ello el tejido.
En nuestro habitual recorrido de oeste a este y de norte a sur, ya en Senegal encontramos pueblos que aunque de origen bereber con ancestros nigríticos, su estancia y difusión por otros pueblos más al sur han reafirmado su negritud, son entre otros los Fulah, conocidos también dependiendo de la potencia colonial como fulani, tukolor, peul, bororo o mbororo.
Pastores de vacas cabras burros y camellos por ese orden, ellos son los que proveen a otros, y utilizan ellos, el pelo sobre todo de las cabras y alguna crin de caballo para sus tejidos.
Y no hay que olvidar que el africano canta, canta siempre aunque no utilice su garganta, y cada uno tiene su peculiar melodía, no es solo el susurro de su tejido al entrechocar sino los sutiles tañidos de las cuentas que lleva y las cantarinas y agudas notas de sus aretes brazaletes y tobilleras. Para muchos pueblos, como los Ga de Ghana, el rito de paso es descubrir de pronto que estas desnudo y que de repente cierto pudor ha llegado a tu vida y tienes que cubrirte.
el tejido de Ikat
En el principio el hombre y la mujer iban desnudos, cubriéndose primeramente los genitales, no por pudor, pues no sentían vergüenza sino fundamentalmente para preservarse de insectos y parásitos.
Si el tejido de Ikat entró por el sureste, por el norte los árabes entraron con unas largas sayas que al final unieron y ajustaron en el borde de abajo dejando libres los pies impidiendo que entrara la arena y dando paso al Jouba, un peculiar pantalón.
Por debajo del Sahara, ubicándose más allá del Sahel en zonas donde tener el agua cerca, las gentes empezaron a utilizar paños que les taparan los genitales principalmente por lo dicho antes, pasando a ser utilizadas las sayas y pantalones Jouba para las ocasiones de importancia.
Herramientas y Técnica
Los primeros instrumentos encontrados, básicos, de hilatura y tejido se retrotraen al 6.000 a.C. encontrados en las recientes excavaciones arqueológicas de Catal Huyud en Anatolia, son restos de tejidos confeccionados mediante un telar de pesas u horizontal.
Mucha información hay de cuándo y dónde se produjo la primera hilatura o cuándo el primer teñido. Hoy es en Huaca Prieta, Perú, con algodón cultivado y tintado con índigo, indigofera tinctoria, de seis mil años de antigüedad, desbancando del pódium a uno egipcio, en Badari, también en Índigo de hace 4.400 años, mientras que otros en territorio chino hoy sólo tienen tres mil. Aunque se conoce uno en Paquistán de algo más de seis mil años, pero no tienen claro y casi descartan que sea de algodón cultivado.
El del teñido con más tonalidades lo sitúan en Arava, ahora Israel entre el s. XIII al X a.C. Explicando que el sistema usado fue hervir las plantas en agua, fijando los colores con alumbre como sulfato, produciendo un enlace químico que permitía lavar la prenda sin que perdiera su color. La cromatografía de gases dio que como en toda la cuenca del Mediterráneo y hasta casi el siglo XVII, para el rojo utilizaban Rubia Tinctorum y para el azul Isatis Tinctoria.
El telar
El telar aparece casi a la vez en Asia y en las orillas del Nilo. Sin él no habría tejedor ni posibilidades de que este mostrara su habilidad. Imaginemos un bastidor de cuatro listones de madera formando un cuadrado: de norte a sur colocamos sujetos una serie de hilos, la ‘urdimbre’ que se extienden en paralelo, mientras de este a oeste se sitúan otros que se intercalan entrecruzados, formando la ‘trama’. La urdimbre es el elemento pasivo, la trama el dinámico, ya ahí, pensando antes qué se quiere hacer, es la imaginación y habilidad del tejedor el que dará a luz su obra.
Materias primas
Se ha utilizado pelo de animales, fibras de papiro, lino, y sobre todo algodón, pero todos antes deben convertirse en hilo, cuyo proceso consiste en: despepitado, despeluche, hilado y torcido. Limpiar dejando solo el material útil, quitar las hebras que sobresalen, unir los tramos y enrollarlos.
El africano no es especial, pero de él hablamos, tejer no es tan solo crear, encierra conceptos que creen aportados por el universo, por eso es el sol y su luz quien dice por donde empezar, el orto, y por donde terminar, el ocaso. Al africano no le importaban ni el norte ni el sur, pero sí ver salir el sol y ponerse, rigiendo la colocación de la puerta de sus casas, su cabeza en la tumba o la casa de su hijo cuando este se casaba. Como para el herrero la fragua, para el tejedor el telar era el medio de dar vida, y después de la de los suyos la más hermosa creación que podía hacerse.
Iván Bargna 1999 en ‘Arte africano’ nos dice:
“… el sonido que produce el telar es como escuchar la voz del mundo y de cada persona. Las distintas partes del telar, semejan al ser humano: el carrete de hilo es como el tejido embrionario; los hilos, en su alterno movimiento, nos llevan al pensamiento y la reflexión; la polea, en su chirriar recuerda la palabra; la franja tejida rememora la piel humana, cada poro. Finalmente, el encuadramiento de las partes del telar en el bastidor es análogo a la inserción de la persona en su grupo familiar…”
Oficio de hombres
Este es oficio de hombres en las sociedades africanas como lo es la alfarería de la mujer y casi exclusiva de las de los herreros. Como en todo, es el maestro quien enseña al discípulo cómo llevar a cabo las etapas de este oficio, que al igual que cualquier otro recurso prioritario queda guardado en el acervo colectivo. Pero si el hombre teje, es la mujer quien devana, hila o borda.
Reconociendo la importancia del don que ejerce, el tejedor debe encomendarse a lo sagrado para que su trabajo sea así reconocido, por lo que antes de nada en una liturgia ritualizada ora mientras prepara su instrumental.
Las hábiles manos del tejedor parecen jugar con las lizas y el batán dando como resultado que urdimbre y trama armonicen tal como él ha ideado. En muchos pueblos, como los Ewe, Asanthi o Yoruba esos patrones representan el rango social de sus portadores y nadie osaría ponerse una prenda elaborada con un tejido cuyo dibujo no correspondiera a su rango
El Hilo en el África occidental
Tejedores senegaleses en Arras, Pas de Calais, Francia, en una exposición demostrativa de las colonias francesas en África, en 1904. Fotopostal Delcampe. | b:, Burkina Faso. |
El hilo, sobre todo en África Occidental, solía sujetarse a pequeñas poleas similares a tirachinas o ‘Y’ invertida, entre cuyos extremos abiertos se unía un eje al que se enrollaba el hilo a modo de carrete, desde el que se deslizaba el hilo.
La parte superior o extremo de la Y invertida por donde se cogía la polea para no tocar y así no manchar el hilo, suele presentar motivos alusivos al tejedor o su pueblo, lo que en principio nada tiene que ver con el trabajo del tejedor, imaginemos un pintor, nada le importaría qué tuviera encima el pincel sino que este le permita hacer con facilidad y precisión lo que pretende.
Esto nos servirá para evaluar el arte africano en su lado antropológico y en el artístico, pues el que reza puede hacerlo a una estrella a lo mejor con más devoción que al Cristo de Velázquez.
Sea como fuere lo cierto es que los tallistas aprovecharon ya a mediados del siglo XX para hacer poleas bellamente talladas, con la intención de que la posición del tejedor les sirviera de escaparate y aumentar su clientela, consiguiendo que algunos de estos objetos de casi finales del siglo XX resulten algunos en autenticas obras de arte.
Las necesidades básicas de los pueblos
El trabajo nunca empezaba si no había salido el sol y terminaba siempre antes de su puesta, pues aunque creían en la maldición de que tal incumplimiento llevaría a perder la vista, la realidad es obvia pues sin luz, nunca a la de la lumbre que ahumaría el trabajo, a oscuras la vista iría mermando a pasos agigantados.
Las necesidades básicas de los pueblos marcan sus costumbres y en este caso en función del ambiente en que se mueven solucionan sus problemas. El africano es dado a multiplicar las utilidades de sus productos y si los medios les conducen a hilaturas largas pero no anchas, la solución es hacer tramos del ancho que sus telares le permiten, de entre 15 a 20 cm y ajustar el largo a la medida de lo pedido por el cliente.
Met | Catawiqui | Telar Namji, Nigeria Camerún. aTa collc. |
Ahora bien, de esta ‘solución’ de 15 o 20 cm por banda, esta podía unirse cosiéndola a otra serie de ellas creando el encargo final, pero se entretejía ya con un orden y distinción concreta, a veces pintada o impregnada encima, que aludía a los hijos nacidos, o por nacer, sirviendo de testamento que a la muerte del titular definía la herencia. Cada banda o faja era por tanto el ‘documento de la herencia’ de cada hijo o heredero.
Hemos visto cómo al principio de los tiempos un hoja servía para solucionar el problema de alejar insectos de las partes del cuerpo más apetitosas para ellos. De ahí a las sayas y los bou bou.
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