el uso monetario de las cuentas de vidrio
J. Hiernaux 1972, durante una excavación en Katoto en el valle del Lualaba, dice que se encontró un cementerio datado en el siglo XII, con conchas enteras y otras ya tallada como discos, junto a once, 11, cuentas de vidrio.
De Maret 1985, p. 166, amplia datos diciendo:
“En la misma área, en una tumba en Sanga que data de la era de Kabanbien A, con dataciones de entre 1230 a 1270 y de 1400 a 1450 dC., también se encontró un disco de ‘conus’ ”.
Van Noten 1972, p. 41, cierra esta exposición diciendo:
“En la tumba de Cyrima Rujugira, rey de Ruanda muerto a mediados del siglo XVII, pero enterrado en 1931 o 32, se encontraron ocho, 8, medios discos de ‘conus’ ”.
Estos datos reflejan la antigüedad de los contactos entre la costa Este del continente y el África Central y la importancia de los acuerdos comerciales y en especial los relativos al Mozambique actual donde se encontraba el antiguo Reino de Monomotapa, 1430 1629, por donde llegaban desde antiguo los productos de las indias, como cuentas y tejidos, y posteriormente lo llegado desde Europa a través del Atlántico.
Pero G. Peter Murdoch desde la Universidad de Yale, va más allá y se retrotrae al año 60 dC., demostrando en su inmenso estudio etnolingüístico y glotocronológico, que la implantación y desarrollo de estos pueblos en el interior del continente se debió a la introducción por esa misma vía de las primeras plantas de banano, taro y ñame o yuca, con origen malasio indonesio que convirtieron en agricultores a aquellos primitivos pueblos de cazadores recolectores.
las cuentas de vidrio entre los Luba
Como hemos visto, el uso monetario de las cuentas de vidrio entre los Luba viene de antiguo, al menos desde finales del siglo XVII, encontrándolas en las tumbas del siglo XVIII. Se ha podido observar cómo los modelos y su procedencia han ido evolucionando con el tiempo y de las que se ha ido estudiando el uso han sido introducidas en la región en una fecha indeterminada del siglo XIX. El origen desconocido le da un plus de valor, incrementado por su variedad.
Esto trajo consigo un notable y constante incremento, donde se apreciaban gran variedad de tipos, con formas, tamaños y colores distintos que en función de esto recibían una denominación propia.
Thomas Reefe 1977 con Janette Kawende, Fina Nkindi y Guy Plaen, 1996, p. 92 a 97, son tal vez quienes más han analizado los aspectos utilitarios simbólicos y decorativos de las perlas, o cuentas de vidrio, en el país Luba. Y ellos lamentan el olvido generalizado de otros autores sobre este tema y más aún por la escasa diversidad que utilizaban. En el esquema incluido más arriba hablamos de ellas, como las Malungo, en singular Dilungo, azules y pequeñas pero imprescindibles en el mercado del día a día y por lo mismo en el XIX reconocidas como monedas.
las Mushieto
O las Mushieto, pronunciado myshieto, para pagos específicos puntuales, pues similares a las anteriores pero de mayor tamaño su uso era más representativo.
Pero si algunas rayaban en lo más alto eran las Mutolo wa buluba y las Mpunduji, reservadas para satisfacer la dote de la más hermosa novia, cual no, o aquellos gastos íntimos, como los del duelo, la multa por un homicidio o comprar esclavos. Van Avermaet 1954, p. 761, las cataloga como Kituntwa, tesoros.
Veremos sus fotos un poco más adelante. Bohannan 1955 y Bohannan y Dalton 1962, nos dicen:
“A finales del siglo XIX e inicios del XX, el comercio en Kikondja se dividió en tres zonas teóricamente independientes: El primero incluye los alimentos; el segundo los intercambios con perlas comunes; el tercero para las dotes matrimoniales, utiliza cuentas especiales, específicas para estos pagos o para aquellos en que una persona esté involucrada.
En el primero, el de los alimentos, solo se utilizaba el trueque: yuca, sorgo, maní, pollos, cabras o cualquier otro recurso de este tipo nunca se intercambiaba por perlas, sino entre ellos o por pescado. Hubo y hay, un constante flujo comercial entre los agricultores del interior y los pescadores ribereños de lagos o ríos.
Los pescadores se arreglan con intercambios mínimos pues como bien dicen: ‘
“Tenemos campos donde se ocupan nuestras mujeres’. Por otra parte los agricultores sí necesitan de proteínas. Pero siempre hay un acuerdo porque acaban conociendo el gusto de sus clientes, por lo que se acercan con sus escogidos productos al agua donde los intercambian finalmente por pescado. Son intercambios con gran periodicidad, excepto al final de la estación seca y al comienzo de las lluvias, época de mayor trabajo agrícola y mínimo en cuanto a la pesca”.
los Ba pa ntada
Este intercambio seguía como vemos un ciclo estacional: durante la época de sequía los Ba pa ntada, o gentes del interior, iban por las aldeas ribereñas; pero en temporada de lluvias, los cauces se desbordan y el único medio era la piragua, con las que los Balaba, o gentes de los ríos, se acercaban al interior. Los campesinos recuerdan, que antes de la llegada del blanco, llevaban la yuca a los pescadores o misupi, limpia y cortada en pedazos, cambiando una pequeña canasta por tres o cuatro peces grandes.
el tubérculo
Tras la llegada de los europeos, se comercializaba el tubérculo entero como salía de la tierra, lo que aliviaba el trabajo, cambiando un kialo, diez ejemplares, según el momento y las existencias, por entre cinco a ocho peces, cuatro o cinco, tres a cinco e incluso por tan solo dos peces.
En esto hay por descontado una serie de circunstancias, el tamaño para empezar, tanto de los tubérculos como de los peces. De las discusiones surgió otro tipo de acuerdo en el que la yuca se entregaba a los pescadores en grandes cestos que llegaban a contener entre treinta y cuarenta piezas, sirviendo de despensa y reserva para todo el año y que al cambio el agricultor recibía ocho peces mbalala, citharinus macrolepis. Lo que confirman Poll y Renson 1948, p. 440.
Como en todas partes ‘lo de antes siempre fue mejor’, por lo que los agricultores dicen que para pescadores ‘los de antes’ que los cogían bien grandes y en cantidad por lo que eran generosos y los pescadores arguyen que agricultores buenos ‘los de antes’, que producían yucas bien hermosas y que las llevaban bien limpias y preparadas.
la yuca
Al margen de esto que en definitiva servía también para socializarse, otra circunstancia importante era la ubicación de las aldeas, no era lo mismo llevar la mercancía a Pungwe, que estaba encaramado en una colina cercana al Lualaba, y quedaba inaccesible a pie en temporada de lluvias, que durante la seca, aunque la distancia fuera la misma. Aunque la base alimentaria era la yuca, rica en almidón, también se cultivaba, sorgo, cacahuetes y frijoles, entre otras cosas, que también se trocaban; según dicen por cada canasta entre ocho o diez peces grandes. Como vemos todo producto agrícola quedaba habilitado al intercambio por trueque.
Zeebroek respecto a esto, aporta una anécdota:
“Sobre 1920, Banza Mukenge a Masangu, que dice haber nacido a finales del XIX, recuerda que un año, como resultado de la devastación de un insecto, no hubo cosecha de yuca; por lo que los aldeanos tuvieron que mandar a sus esposas a comprar yuca, con perlas y francos del Congo. A pesar de mi insistencia, afirmaron que este fue el único caso en que hubo pago por un cultivo”.
Y continúa con un análisis:
“Esto puede que no sea cierto con el pescado, dado que en el pasado, se ofrecía de todo por cambiarlo”.
viramba
Y aporta un dato de Bontick 1974, p. 80 a 81, que pone en boca de Tippu Tip:
“El pescado se cambia por viramba, la tela de rafia; se compra pescado con esclavos e incluso con marfil. Para los peces pequeños se pagaba una perla de vidrio; para los más grandes de siete a diez perlas”
Y termina Zeebroek:
“Había dos productos esenciales para cocinar, el aceite de palma y la sal, que también circulaban en la frontera del trueque y el intercambio monetario”.
Aunque el trueque aseguraba una amplia distribución de los productos locales, cantidad de cambios se establecían con las perlas. Los luba en general, tenían numerosas razones para obtener con qué pagar, los matrimonios o los funerales necesitaban de sumas considerables.
El tesoro del Twite
Las cuentas más utilizadas para cualquier pago, incluidas las de útiles artesanos, pero también las de dote matrimonial, son cilíndricas y de unos 5mm de largo por 6 o 7 de diámetro. Los Luba las llaman malungo, en singular dilungo, perla en Thsiluba actual. Las hay de dos colores: blanco o malungo atoka; y azul oscuro o malungo afita.
La unidad monetaria más establecida es el collar, que debe medir un codo, mutundo, que va del pulgar al codo y que fluctúa entre 100 a 120 cuentas. Para pequeñas cantidades, calderilla, tienen el kikwi, paquetes con diez cuentas. En los ‘tesoros’ familiares, es fácil encontrar cuentas malungo sueltas, a granel, como se ve en medio de la foto de más arriba. Ensartadas las cuentas los collares se agrupan en conjuntos de diez.
- a: Vemos en esta foto un conjunto de diez collares con cuentas malungo, donde en el medio se ve una cuenta roja conocida como kibamba, plural bibamba o nonda kibamba. Son cuentas rojas con base central blanca, de similar tamaño a las malungo pero más irregulares de forma, de hecho se conocen muy pocas de estas unidades con forma regular en estos collares.
- b: Las cuentas mushyeto, de carácter comercial, son cilíndricas de entre 8 mm de largo por 10 mm de diámetro. Vemos en el centro del collar una cuenta mupunduji. Se encuentran en azul y blanco también. Los Luba les otorgaban un mayor valor que al malungo aunque la realidad indicaba que la diferencia era insustancial. Utilizadas para comerciar no estaban sin embargo entre los sistemas de pago de los acuerdos matrimoniales, aunque sí eran muy solicitadas por los adivinos. Sí se combinaban con otras cuentas del tipo kabuya o mpundji para los cinturones de jefes y notables.
Van der Sleen
Van der Sleen 1958, p.213 a 214 informa que:
“Según mis observaciones personales, las perlas rojas con centro blanco estaban en uso en Rhodesia a finales del siglo XVIII y eran de 12 por 10 mm”.
Zeebroek discrepa de estas medidas al no coincidir con lo que él vio entre los Luba.
Richard Burton, el explorador, menciona estas cuentas rojas con centro blanco, y las considera las más solicitadas en Unyamwesi en los albores de 1850.
Harding 1962, p. 104 apunta:
“Estas perlas existen en quince tamaños diferentes”.
Parece lógico pensar que estas cuentas llegaran a los Luba desde el este, siguiendo la misma ruta que las bases de conus masumba.
el franco del Congo
Es especialmente complejo intentar establecer modelos de cambio similares a los realizados con los alimentarios, desde finales del siglo XIX en adelante. Pues cada mercado establecía sus parámetros, en función de la cercanía del producto demandado, por lo que un collar de 100 cuentas de malungo podía llegar a cambiarse por un pez mbabala, o por tres u ocho de estos peces. Lo que hacía más palpable la gradual pérdida de valor de las cuentas, masivamente introducidas por los europeos previamente a su reemplazo por el franco del Congo. Lo que da para un perfecto estudio o tratado de cómo esquilmar al máximo a un pueblo dando la sensación de que se le está ayudando con todo denuedo.
A tal punto se llegó con esa situación que se acabó por vender el pescado en trozos, de manera que la inestable economía pudiera hacer frente a conseguir el plato del día por 10 o 20 cuentas, sin tener que comprar el pez entero.
los tejidos de rafia
La situación era igual de compleja fuera el artículo que fuera pues los tejidos de rafia llegados de la Kabinda, también sufrían del mismo tipo de inestabilidad. Si en principio su uso era vestir a los miembros de la familia del comerciante, pasaron a ser revendidos; pero de igual modo, se podía llegar a acuerdos donde se daban a cambio 30 peces o 10 e incluso menos. En principio, Zeebroek establece que en la Kabinda cada tela de rafia se cambiaba por un pez, por lo que indica que era probable que en Kipamba, el intercambio fuera de un tejido por 10 peces, teniendo en cuenta según él, que el tamaño de los peces era bastante más pequeño.
Aquellos alimentos que requerían de una elaboración previa, como la cerveza, el aceite de palma o la sal, se cambiaban por lo general por cuentas. Los que comerciaban con aceite, según la zona exigían un tipo de compensación. Los que llegaban de la jefatura de Ngoy Mani preferían pescado, cambiando un recipiente de más o menos siete litros por 30 o 40 peces de tamaño mediano. Mientras que los que llegaban de la orilla del río preferían cuentas o telas de rafia.
El Numbi Makungo de Kipamba, decía que el aceite que llegaba en recipientes de 70 cms de altura desde Nyonga y Kayumba, tenía al menos un valor de 30 c0llares malungo. La realidad era que el aceite se vendía por tazas y una equivalía a una docena de cuentas malungo.
Las lascas o piedras de sal, se forman en el fondo de las salinas, estanques naturales o artificiales que se inundan medio metro con agua salada, y tras la evaporación del agua por el sol forman bloques sólidos y compactos de unos 35 por 25 por 7 cms cada uno. A veces se trituran buscando una granulometría adecuada dependiendo del uso que finalmente se le vaya a dar, de grano de arena si para salar carne o pescado o mas fina para condimentar.
Kalamata
Kalamata es una conocida salina donde se producen estas lascas que intercambian por entre 40 o 50 peces grandes, la sal en grano o en polvo en pequeños paquetes se intercambiaba por algunas cuentas.
Fabricar cerveza y venderla al granel o para consumir en el acto era otro fácil método de conseguir perlas con rapidez. Cuando la cerveza ya había fermentado y estaba lista, se daba aviso advirtiendo qué tipo de cuenta se buscaba. Aunque era habitual tener dispuesta la fabricación, se aprovechaba cualquier evento para incrementar la producción: si día de mercado, fiestas conmemorativas, festivales de siembra o recolección, término de los ritos de paso, bodas o natalicios y sin olvidar los sepelios, donde se agasajaba durante dias a los visitantes. Los interesados podían consumir en el sitio en cualquier momento o adquirir una tinaja o calabaza para el consumo familiar.
Los distintos artesanos que fabricaban útiles o abalorios como collares pulseras o tobilleras, también cambiaban su trabajo por cuentas.
los herreros
De los herreros, hemos visto algunas de sus obras más arriba, como hachas, lanzas o azuelas, técnica y estéticamente impresionantes. Los herreros de Kinkondja no fundían el hierro; así como con el cobre eran capaces de cualquier manipulación, con el hierro tenían una norma no escrita de dejar que fueran otros quienes lo fundieran. Esto requería de un trabajo oneroso, pues se tenía que disponer de un gran poder de fuego para que el ‘arrabio’, el mineral ferroso de donde se saca, soltara las arcillas, arenas u otros minerales descartando las escorias, y se licuara limpio para que no quebrara al menor golpe.
Ciertamente no se sabe de nadie luba que fundiera hierro, cerca tenían tshokwe, kongo o pende y con ellos intercambiaban lingotes de cobre por lingotes depurados de hierro o cuentas; pero normalmente acudían a los de la jefatura de Kayumba, en la orilla opuesta del Lualaba pero más cercanos, que lo extraían y fundían en su región. Hierro con el que realizaban esas hachas, azuelas o herramientas, que a veces cambiaban por mandioca, pescado o tela de rafia, pero lo normal era que se pagaran con cuentas. Era usual que algún herrero recibiera el carbón vegetal y el lingote de hierro fundido necesario para trabajar, previo acuerdo de compartir el beneficio de la venta de la herramienta o encargo hecho, con el suministrador del material.
Los alfareros también preferían las perlas o cuentas por el pago de su trabajo. Es verdad que lo más fácil era recurrir a recipientes de calabaza, de los que cada familia podía disponer a discreción, pero eso no encajaba en un pueblo tan culto y refinado como este. Si un tallista llegaba a producir lo que hemos visto, el resto de artesanos no se quedaban atras. Un útil no debe dejar de ser eso, pero si además es hermoso, ya tenemos un plus. Como comúnmente sucedía, la afarería era cosa de mujeres y lo normal era que quedara en manos de las mujeres del herrero, acostumbradas al fuego y cómo regularlo; y si hemos visto la habilidad de su hombre estas mujeres no quedaban a la zaga.
e: Luba o Kumu Birminghan Museum f: Luba Kanyok
El precio de sus recipientes dependía de las variables de su utilidad, no es lo mismo el recipiente para acarrear y almacenar agua para la semana, que el de hervir para hacer el condimento del día; por eso podía ir desde una cuantas docenas de cuentas malungo, a una sustancial aportación de collares. Pero el preciosismo, como vemos en estas dos piezas se debe pagar. Como el herrero, el alfarero podía recibir materias primas, como arcilla, madera o trozos cerámicos triturados para misturas y limpieza, de otra persona, habiendo a cordado previamente que recibiría por la aportación un tercio o la mitad de lo fabricado o conseguido.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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