Introdución
Quien haya leído los dos textos anteriores, se habrá dado cuenta que entre la primera historia y la segunda hay nexos comunes, podría decirse que hay una cierta relación, como si esta fuera la continuación de la anterior.
Hasta donde sé, pertenecen a la misma mascarada, la de Adamma ‘La hermosa mujer’, como esta que hoy muestro y alguna más que tengo pendiente, donde los dioses semidioses y humanos, creados sus papeles por estos últimos, se enredan entre sí, para dar cabida a casi todas las fantasías que los humanos podamos imaginar.
En esta vemos una alternativa aUhammiri la deidad del agua de la 1ª parte, dando paso a una 2ª, tal vez la más renombrada, Idemmili, que a su vez y en mi parecer, hace que me cuestione de nuevo si el ‘sindrome de Cotard’ no está presente también en esta, además del sorprendente final que si es accidental en este nuestro mundo europeo, a alguno le parecerá impensable en el subsahariano. Qué poco les conocemos. Comprobadlo.
Qué poco les conocemos. Comprobadlo. Siete días, siete días había durado el diluvio.
Idemmili
Siete días, siete días había durado el diluvio. Las devastadoras torrenteras nacían en las nubes y se descolgaban en estruendo infernal ahogando el griterío de los asolados y lavando a todo animal muerto arrastrado de su casa o, a los que buscando su camino, hasta ahora habían vivido en el bosque. Cuando al fin el aguacero dio paso a una tímida llovizna, aparecieron los vivos de entre arrasados rincones, entrecerrando sus ojos deslumbrados por los reflejos que la brillante luz del día producía en las innumerables charcas. Mazi Obileke escupió el pelo, casi deglutido, de su boca: «Idemmili por fin se ha sosegado y puesto fin a su rabieta».
El día se presentaba duro. Unos trataban de convertir en leña lo que antes fueron sus chozas mientras que las mujeres vagaban entre ancianos y otras mujeres solicitando sal, algo que comer o al menos noticias, si es que hasta a estas no se las había llevado el agua de Idemmili por delante.
Algunos hombres habían encontrado algo de vino de palma flotando en viejos recipientes y estaban en ello esperando alejarse del mundo que les rodeaba. Casi agotado estaba el último buche cuando apareció Ofoma, el pregonero de la ciudad.
Ofoma
«Ofoma nwoke m,‘hombre’», dijo Mazi Obileke: «Espero que esta sea una llamada social «Por desgracia, no lo es», tosió, «me he quedado ronco de tanto gritar, pero debo terminar las rondas antes de que el sol se sitúe en medio del cielo». «¿Por qué? ¿Qué noticias son tan urgentes?».
«Ni siquiera yo lo sé, pero Nwaanyi Nweke ha exigido que nos reunamos en el santuario de Idemmili antes de ese momento». Mazi Obileke en un escéptico y sonriente mohín, dijo con sorna: «Debería pedirle a Idemmilli que primero nos deje ver el sol, así ya sabremos cuándo el sol ha alcanzado la cima del cielo e ir».
«Maziiii, incluso un niño en el vientre puede decir la hora en un día nublado. Estoy seguro de que la diosa lo sabe».
«Es cierto. Recogeré a mis hijos e iremos de cabeza seguro al santuario. Es tarde no debemos perder tiempo»
Los aldeanos se reunieron alrededor del santuario. El aire modulaba los murmullos y volvía tenues las conversaciones. «¿Por qué estamos aquí?».
«No lo sé. Tal vez la diosa quiere hacer una demanda. Nos ha encerrado durante siete días. ¿Qué más quiere? ¿Deberíamos ahogarnos todos?».
«¡Shhh! Mechie onu, ‘cállate’. Los dioses tienen orejas».
Nwaanyi Nweke
Nwaanyi Nweke salió del santuario andando de espaldas, hacia atrás, siete pasos. Luego giró para enfrentarse a la multitud, sus collares de cuentas caían resonando entre sus flácidos pechos.
«¡Gentes de Nnobi! Prestadme atención. Puede ser la última vez que os pueda hacer esta observación… »
Los aldeanos, atónitos, callaban. «Ha pasado una luna desde que acordasteis en una reunión prohibir a los jóvenes ir al rio de Idemmili. Y sí, todos sabemos que cada año, en este tiempo, se pierde un joven en las aguas de Idemmili para no volver a salir. Y lloramos y nos condolemos cada año, pues una madre ha perdido a su hijo. Me compadezco.
Pero es necesario. No olvidéis lo que cada año os recuerdo pueblo de Nnobi, esa familia a cuyo hijo Idemmili se traga, es privilegiada, pues su cosecha de ñames será sorprendente y sus hijas florecerán. La diosa ha sido generosa con nosotros, pero a mí, Nwaanyi Nweke me llamáis retorcida y vil por pedir que se le permita a Idemmili reclamar su sacrificio anual.
No os cuestionáis a Ikenga que deja morir a vuestros hijos en cualquier batalla, o a Ala que deja que los padres se rompan la espalda al caerse de una palmera o al arrancar la vida de una madre durante un parto. No cuestionáis a Owummiri que convierte a algunas hermanas en Ogbanjes*29 y se las lleva. No se cuestiona a Amadioha, Ekwensu o Alu. Pero Idemmili reclama lo suyo y los aldeanos boicotean sus ríos».
Nota 29
*29 Nota: Ogbanje es una maldición por la que los niños mueren, para rencer, en un proceso ineterminable
Ella se giró hacia el santuario haciendo una reverencia, y dando siete pasos hacia adelante para girar de nuevo y enfrentarse a la multitud, con un rictus de rabia en su rostro dijo: «A bu m Idemmili, ‘Yo soy Idemmili’, Idemmuo, ‘cabeza de clanes’, pilar de los océanos en el cielo, custodio del cuenco donde moran vivos y muertos, quien sostiene el cuchillo y el ñame y admistra lo que cada uno merece. Madres de Nnobi, no lloréis más. Esta noche vuestros hijos se levantarán y caminarán entre vosotros. Hijos de Nnobi, la pelota está en vuestras manos. Idemmili ha hablado».
Nwaanyi Nweke exhausta, hundió sus hombros, cogió su bastón para apoyarse y entró en su cabaña.
El primer lamento se escuchó al anochecer.
Partía de la casa de Mazi Agusike donde se fueron congregando los vecinos. Su esposa, Ebube, se encontraba sentada en el suelo, con sus rasgadas ropas cubriéndola apenas y embarrada hasta la cintura.
«Lo vi. Vi a mi hijo. Ella atenazó, se apropió de su corazón. Nwa eji m eme onu. ‘El orgullo de mi vida’. Idemmili se lo llevó, ahora lo ha devuelto».
«Ọ dị mma. ‘Está bien’». Le dijo conmovido su marido poniendo delicadamente una mano sobre su hombro.
«No, no. No está bien. Mi hijo está de vuelta, pero ya no es mi hijo. Biko, ‘por favor’, reza a los dioses. Idemmili nos ha maldecido».
Los vecinos, compungidos, ofrecieron sus condolencias y regresaron taciturnos a sus casas.
«Me siento triste por Mama Ebube». Dijo Ahunne mientras ella y Obileke regresaban a su casa.
«Sí. Ella realmente no ha sido la misma después de perder a su hijo en el río. Tal vez Agusike debería casarse con otra mujer para que cuidara de él».
«Déjalo estar. Esperemos no sea necesario». Dijo rompiéndose Ahunne.
Estaba oscuro cuando el pandemónium envolvió la quietud.
Nnobi
Los hijos muertos de Nnobi aparecieron en la aldea, buscando volver a las casas de sus padres.
Cuerpos desnudos, ojos vacuos. Dejando rastros de agua y palabras que nadie podía escuchar. Se arrastraban detrás de sus madres mientras, asustados, todos corrían buscando seguridad.
«Porqué así, porqué así. Mi corazón se ha desgarrado de nuevo». Lloraba desconsolada una madre mientras su marido la sacaba de la casa.
Reunidos en la plaza del pueblo, todos debatían alocadamente.
- «¡Volvamos al santuario de Idemmili! Nwaanyi Nweke puede hacer que esto pare».
- «Ella es solo una mensajera. Y ha entregado su mensaje».
- «¿Qué hacemos? Cómo luchar contra lo que ya está muerto».
- «No están aquí para luchar. Dejémosles a sus madres para que se vayan».
- «¿Entregar a mi esposa? ¿Estás loco?».
- «Por favor, dame a mi hijo, quiero morir».
- «¡Tufiakwa! No morirás».
Incluso los perros, agitados, ladraban cada vez más fuerte.
Okeke
- «¡Vienen! ¡Vienen a por nosotros! Hay que hacer algo».
- «Idemmili quiere a nuestros hijos. ¿A quién le daremos?».
- «Que coja el tercer hijo de Okeke. Es un inútil».
- «¡Tu cabeza es inútil! ¿Oyes?».
- «Que todos los hombres vayan al río para que ella elija».
- «¿Quién protegerá a las mujeres?».
Gritos, gritos y más gritos. Los andantes muertos habían rastreado a sus madres hasta la plaza del pueblo. Mama Ebube corrió hacia su hijo. «Ebube nwa m. ‘Hijo mío, entrañas de Ebube».
Cuando ella lo tocó, cayó al suelo convulsionando, para quedar de inmediato quieta.
La multitud despavorida se dispersó en todas las direcciones. Los hombres cogían a sus hijos y corrían pisoteando perros.
Obileke corrió con su familia. A cierta distancia, su hijo Udo paró…
«Papá, mamá, perdonadme».
«¿Qué estás haciendo?».
«Nuestra familia necesita la bendición divina más que a mí».
Ahunne
Ahunne se desmoronó sobre el suelo: «Hijo mío, no hagas esto».
«Papá, yo soy el menor de tus hijos y tú sabes qué debo hacer». Dijo mirando fijamente a Obileke a los ojos.
Obileke asintió con la cabeza: «Sí, si así lo aceptas pon fin a esta locura». Dijo eligiendo a su esposa y resto de la familia y continuar corriendo.
Udo todavía estaba cerca de la orilla del río Idemmili; ocasionalmente, aún se cruzaba con algún muerto andante que salía del agua, pero ni siquiera le vieron. Buscaban a sus madres.
«¡Idemmili! No soy sacerdote y no sé qué decir que te parezca correcto. Probablemente no soy el más fuerte ni el más digno de la tierra, pero estoy aquí ahora, y eso me hace el más valiente. Por favor, acépteme como sacrificio. Que haya paz en el pueblo. Que mi familia prospere. Que mi madre encuentre consuelo».
El agua se elevó y lo envolvió. «Estoy sorprendida. Siempre son los más jóvenes los que tienen más que decir».
Los párpados le resultaban pesados a Udo. Le costaba abrir los ojos. «¿Eh?».
«Efectivamente no eres el que yo hubiera elegido, pero ciertamente ganaste puntos con tu valentía. Además, no es usual que un hombre se me ofrezca».
Udo consiguió abrir los ojos. Estaba en una habitación enorme. Oro en polvo brillaba sobre las paredes de arcilla. Los cercos de las ventanas revestidos de cawríes permitían que a través de ellas se observaran a tan desconocidas como hermosas criaturas marinas nadando de uno a otro lado. Las estrellas, sin embargo, centelleaban sobre el traslúcido techo. Udo creyó que la suave cama sobre la que yacía era rocío de la mañana sobre la hierba.
De improviso Idemmili aparecióante él.
Udo
¡Idemmili! ella era preciosa. Su piel era del color de la miel clara, sus dientes eran más blancos y relucientes que la espuma del agua al romper contra la orilla, sus ojos brillaban titilantes anunciando mil travesuras. Estaba desnuda. Tan solo la cubrían las cuentas con que se adornaba: cowries en su negro y rizado pelo, coral alrededor de su cuello, entre los perfectos e inhiestos montículos de sus pechos, rodeando su pequeña cintura, colgando sobre sus redondas caderas y alrededor de sus tobillos. También lucía marcas de oro en su piel, intrincados diseños desde sus hombros hasta sus pies.
Udo tragó.
- «No te preocupes. Estás bastante seguro. No puedo matar lo que ya está muerto».
- «Estoy, ¿estoy muerto?».
- «No del todo». Sonrió.
Udo se arrodilló ante ella: «Idemmili, por favor, perdona a mi familia, salva al pueblo».
- «Te escuché la primera vez». Dijo ella agitando una mano.
- «Está bien Ma».
- «Tu gente está bien. Solo les di geniales historias para que tengan qué contar a sus nietos».
- «¿Qué pasa con Mama Ebube?».
- «Un accidente. Fue su culpa, no la mía». Dijo mirándose las uñas.
- «Entonces, Ma, ‘madre’, ¿qué pasa ahora?».
- Basta ya de ese asunto, ‘Ma‘. ¿Me ves vieja?».
Harmattan
Aparentaba diecinueve años a lo sumo. «No Ma. Lo siento, eres hermosa. Muy hermosa».
Idemmili se sentó al lado de Udo pasando un brazo sobre sus hombros. Olía a fruta de palma asada en una mañana de Harmattan. Udo no pudo menos que inhalarlo.
- «¿Por qué te me ofreciste?».
- «Yo quise, era lo correcto».
- «Ustedes, los humanos, me sorprenden. Un pueblo entero y el único que se ofreció… ». Dijo sacudiendo la cabeza.
- «Me siento un poco divertida, un poco insultada, pero sobre todo curiosa. ¿Cuándo lo supiste?».
Udo se encogió de hombros: «No lo sé. Siempre me he sentido así. Mi padre también lo sabe, pero nunca lo admitirá, ni a sí mismo ni a nadie. Mi madre, no lo sabe, pero probablemente sea la única persona que me amará de todos modos».
Ma
- «Interesante». Dijo ella poniéndose de pie.«También me sorprendes Ma».
- «¿Por qué?».
- «No eres una sirena».
- «No, no lo soy. Pero me mojo más veces que ellas», se rió.
- Por qué los humanos… Ma?».
Idemmili giró la cabeza y le miró a los ojos. «Conozco a los dioses desde siempre, literalmente. Me aburrieron. Y los machos tienen miedo de una hembra con una pitón más grande que la suya».
- «¿Pitón?».
- «Eke». Un descomunal ofidio se arrastró hasta Idemmili enroscándose a su alrededor.
- «Es mi mensajero, mi mascota».
- «Lo sé».
- Por supuesto. Todo el mundo conoce a Eke, es alguien muy popular». Ella acarició la cabeza de la pitón.
- «Además, hay algo en el espíritu humano, cuando es despojado de ese patético cuerpo mortal. Se vuelven como ningún dios que haya conocido antes, pero no lo saben. Su inexperiencia fuera de la mortalidad los hace fáciles de manejar. Cuando has tenido un espíritu humano, no deseas otra cosa, no hay vuelta atrás». Se mordió el labio.
- «¿Por qué necesitas uno nuevo cada año?».
- «Te lo dije, me aburro». Ella cogió la pitón y bailó alrededor de la habitación con ella. Parecía flotar suavemente al son de la música.
- «Udo, ahora estoy aburrida». Dejó caer la serpiente y se deslizó hacia Udo, le levantó la cabeza como si estuviera a punto de golpearle.
Síndrome de Cotard
Estaba intranquilo: «No puedes matar lo que ya está muerto, Ma».
«No, pero no estás muerto».
«¿No lo estoy?».
«Tu acto de valentía ha salvado tu vida y ganado la seguridad de tu pueblo, pero me insulta que hayas pensado en ofrecerte a mí. ¿Qué esperabas?». Se enfrentó a Udo. Sus ojos brillaron.
«No lo sé».
«Ni siquiera se te levantó cuando abriste los ojos y me viste. Parecía un flácido tallo de ugu*29». *29Nota: Ugu es un tipo de calabaza
Ella barbotó: «Nadie se me ha resistido. Para ti, ni siquiera fue una lucha. Prácticamente vi a un hombre cuando miré al espejo de tus deseos».
«Lo siento. Lo siento mucho. Ojalá pudiera hacerte feliz, hacer que mi padre se sienta orgulloso. Sería una abominación para mí incluso buscar mi propia felicidad, el pueblo me mataría». Las lágrimas corrieron por la cara de Udo. Idemmili las limpió con su pulgar.
«No llores, Udo. Esta noche has demostrado más valentía que nadie en Nnobi. Tu padre ya está orgulloso de ti. En cuanto a hacerme feliz… pufft. Soy una diosa. Siempre consigo lo que quiero, de una manera u otra. Nnobi debería saberlo».
Udo suspiró asintiendo con la cabeza.
Eke
Ella le sostuvo la cabeza: «Que no se diga que derramaste lágrimas en la cámara de Idemmili y cayeron al suelo en vano. Vuelve a tus padres como ellos prefieren que seas».
Eke pulsó el ambiente.
Los aldeanos se reunieron en el arroyo, unos buscando otros orando, todos espectantes.
«De nada sirve. La diosa los ha reclamado».
Ahunne cogió barro de la orilla del río y se lo colocó sobre su cabeza: «Idemmili trae de vuelta a mi hijo, bikozienu, ‘por favor’».
El río pareció hervir se encrespó y expulsó a un humano, desnudo pero con una pitón enroscada alrededor de su cuerpo. Eke se desplegó y se deslizó de nuevo al agua.
Ahunne
«¡Udo!». Reconoció Ahunne corriendo hacia el cuerpo. Era de mujer. Se desnudó de parte de su propia ropa y cubrió a la niña.
«¿Quién es esa? ¿De quién es esa hija?». Todos se dieron la vuelta para preservar a la niña, unos alegres por el reencuentro, otros dubitativos, muchos perplejos.
La niña tosió, abrió los ojos. Se iluminó cuando vio a Ahunne, «¡Mamá! ¿Estoy de vuelta?».
«Sí, eres tu, hijo mío. ¡¡Gracias a la diosa!!».
Conclusión
Siempre hay alguien que muere ahogado, por ejemplo y a alguien hay que culpabilizar de ello, normalmente mejor crear intangibles culpables. Y luego la sórdida manera que tienen las sociedades de aceptar lo común sin entender que la naturaleza nos dota de herramienta física no siempre acorde al devenir de la mente humana. Aunque creo que debemos centrarnos en que quien ha escrito la idea original, se enfrentó a demonios propios, seguro, pero si ahí fue valiente, ni me puedo imaginar cuánto lo fue con los que le rodeaban in situ. Tal vez el amor de una madre, como se refleja en el texto, fuera el resguardo salvador de mente y cuerpo.
Dejándonos de misticismos y agarrándonos a lo natural, una máscara es mucho más que lo que vemos y solo se puede entender dentro del contexto general en el que se encuentra y actúa.
Texto base IboMythology de una mascarada Adamma realizada en Enugu en 2011. Traducción libre y corrección de estilo jj andreu
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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