Decapitación
Estas reglas se llamaban kesila, kisila o quijila, en lenguaje kimbundo y significaban, literalmente, ‘prohibido’. Básicamente eran limitaciones impuestas a ciertos individuos y correspondían a tres categorías: domésticas, religiosas y cívicas. Según él, el primero prescribía la observancia de varias tradiciones de los antepasados, como la prohibición de comer cerdo, elefante o serpiente; el segundo grupo tenía como objetivo el indicar cómo actuar a los hechiceros ngangao xinguila, con respecto a las disputas, cuidado de enfermedades, y los peligros de la muerte; y en el tercer grupo la prohibición de criar niños varones dentro del kilombo, el adoptar por la comunidad niños capturados en la guerra y la práctica del canibalismo y del sacrificio humano.
Thornton, 2004, p. 312 a 354; Souza, 2006; Thorton, 2008, p. 88 a 94., coinciden en que:
“Cavazzi de Montecúccolo percibió la dimensión socioreligiosa de estas instituciones, y en medio de repetidas manifestaciones de indignación y repugnancia, evidencia su importancia para aquellos que siguieron las reglas del kilombo. Sabía que tales rituales, asociados con ciertos objetos, estaban imbuidos de autoridad y poder al simbolizar ciertas conexiones con lo sobrenatural y con los espíritus de los antepasados”.
el xinguila
En un pasaje, informa que el xinguila, los portadores del conocimiento religioso tradicional, por lo tanto sus competidores en la esfera sagrada, monopolizaron ciertos secretos que confirieron la creencia de invencibilidad a los guerreros: Montecúccolo, 1965*27, I, p. 185.:
“El xinguila, para ganar más, enseña una serie de secretos a quien le plazca, inventando completamente y prometiendo a los adoctrinados que nunca serán tocados, heridos, envenenados o asesinados”.
culto a los muertos
De igual manera y en el mismo capítulo, identifica el valor del culto a los muertos, los antepasados de la comunidad, para quienes:
“…preparan cuidadosamente diferentes comidas sobre las fosas en el lugar donde se sitúa la cabeza de los cadáveres, sacrificando a hombres y animales, para que el espíritu de los muertos pueda entrar en el cuerpo de xinguila, manifestando sus deseos y necesidades”.
Jaga y la realidad en los tres Reinos, Kongo, Matamba y Angola
* Nota 27: Creo que conviene recordar que Montecúccolo vivió de 1621 a 1678, y que la fecha de 1965 es una reedición de su libro ‘Jaga y la realidad en los tres Reinos, Kongo, Matamba y Angola’.
Childs, 1960, p. 276 y Thornton, 2003., acentúan que:
“Además, la relación entre brujería y canibalismo se podía observar en varios pueblos de las lenguas Kilongo y Limbundo, en su creencia de que ciertas brujas o reyes se comían los corazones de sus víctimas para adquirir poder, una creencia transferida al Nuevo Mundo en la figura de el ‘caníbal blanco’ ”.
Según Cavazzi de Montecúccolo, 1965, I, p. 184 a 195:
“El día de la ceremonia se les coronaba con flores, se les engalanaba con mimo y cortesía y conjuntamente se oraba, intercediendo por ellos en su tránsito; tras ello, eran ejecutados y comidos. Comer carne humana parecía entenderse como una transferencia de energía vital, lo que explica por qué el derecho de comer los corazones de los principales enemigos estaba reservado a los jefes”.
Altuna, 2006, p. 50., dice:
“La costumbre se integra con los sistemas de valores de los antiguos pueblos de la tradición cultural bantú, en los que el universo se concibe como impregnado de energía, cuya fluidez y distribución motiva comportamientos, fundamenta las creencias religiosas, desarrolla y justifica la magia y permea las acciones sociales”.
Montecúccolo
Montecúccolo, 1965, I, p. 187:
“Los jaga, para mayor alivio del alma de los finados, después de sacrificar hombres y animales, cuelgan los cuerpos de las víctimas con la cabeza hacia abajo, sobre la campana, y cortando las cabezas, dejan que toda la sangre caiga sobre la misma. Por fin, cortan todos los demás miembros para que cualquier resto de sangre sea también derramada. Durante esta supersticiosa ceremonia sin embargo, no se ocupan de la sed del difunto, sino tan solo de la propia, pues llenan de sangre algunas copas y la beben ávidamente”.
Cavazzi de Montecúccolo, 1965, I, p. 182-193-197-208-212:
Evidencia la existencia de un ritual llamado quiluvia, realizado en honor de los jefes y hombres prominentes, que la comunidad les realiza como símbolo de acatamiento.
Alude varias veces a un arcón de madera llamado mussete, propiedad de los jefes, y que estos muestran en contadas y solemnes ocasiones, en las que guardaban los huesos de los muertos más relevantes a quienes se hacían ofrendas de grano. En una de las alusiones a este arcón sagrado, su contenido dice haberse trasmutado de manera sorpresiva, al contener “…ídolos envueltos en telas y pieles de animales, a los que se venera de igual modo”.
Lo que plantea la pregunta de si estos ídolos, ahora fetiches, no serían la evolución de los huesos hacia representaciones más idealizadas y figurativas. En otro pasaje, Montecúccolo, 1965, I, p. 208 y 209., que describe un evento con fecha más precisa, el capuchino informa que cuando ingresó al kilombo de Kasanje en 1660, los guerreros invocaban el espíritu de un ser llamado Pando, que se manifestaba a través de la posesión de un xinguila. Lo que relata así:
“En la preparación del sacrificio exigido por el espíritu, la carne de dos individuos sacrificados se mezcló con sorgo, luego se cocinó y se distribuyó entre los presentes”. “… los xinguilas tras matar a los hombres beben su sangre mezclada con vino”.
Canibalismo
Al leer esto y compararlo con anteriores textos, se aprecia que ha variado en algo su anterior percepción radical, pues aún consumiendo carne humana apunta que ahora le añaden otros productos que requieren de trabajo sedentario, como cultivar sorgo o elaborar vino. Y aunque él no explica por qué, si sabemos ahora que los nómadas y belicosos mbangala, ya a mediados del siglo XVII, habían establecido contacto con pueblos agrícolas asentados, con los que intercambiaba y accedía a otros conocimientos, no necesitando por tanto estar guerreando constantemente. De hecho Montecúccolo en su volumen I, p. 209., dice:
“Los cambios resultantes tuvieron repercusiones en la forma de reestructuración social, provocando la fusión y la reorganización de sus ideas y conceptos religiosos, al mezclarse con las personas Bakongo y Mbundo”.
La reversión social de los Jaga
La reversión social que este nuevo modo de vivir les produjo, conllevó el tener que adecuarse a la sedentarización, y reinventar sus rituales en función de que les propiciaran lluvia que fertilizara campos con cosechas abundantes. Y que los hasta entonces infanticidios o abandono de niños, que antes eran un estorbo, fueran un regalo que propiciaba mano de obra para sus nuevos ciclos de siembra y cosecha. Algo tan arraigado no podía volverse repentino, de hecho estas prácticas fueron reemplazadas paulatinamente por rituales en los que los niños se reintegraran en el grupo, de manera que aparentemente no cambiaron las viejas costumbres. Estas modificaciones se pueden encontrar en las descripciones dejadas por escritores coetáneos en diferentes momentos en que contactaron con los Jaga. Ravenstein, 1910, p.32 y 33., dice:
“Mientras que a principios del siglo XVII, en 1601, Andrew Battell afirmó haber sido testigo de la práctica del infanticidio, nueve décadas después, en 1690, Cadornega, v.3, p.222., informa que los niños nacen fuera de los límites del kilombo y luego se reintegraron ‘como si hubieran entrado al pueblo desde alguna tribu enemiga’. Tal cambio atestigua la recuperación de dos nociones fundamentales en las sociedades africanas: la idea de sucesión y de pertenencia a un linaje”.
los Jaga de Matamba y Kasanje
Cavazzi de Montecúccolo, 1965, I, p, 182., asistió en 1660 a estos rituales de reintegración de niños en el seno de la comunidad, y nos relata:
“La ceremonia prevalecía entre los Jaga de Matamba y Kasanje. En un día especialmente reservado para este propósito, en presencia del sembanza, jefe, y de tembanza, su esposa principal y ante el mussete, los padres llegaron vestidos y adornados para el ritual de admisión de sus hijos. Todos los presentes, divididos en grupos, representaron una batalla y luego simularon el secuestro de los sobrevivientes, que en realidad eran sus hijos. Las madres, que estaban escondidas con sus hijos, salen mostrándose preocupadas, con mil gestos van al encuentro de los maridos, indicándoles el lugar en que cada niño está escondido.
Entonces ellos corren hacia allá con los arcos flechados y, descubriendo la criatura, le tocan levemente con la flecha, para demostrar que no le consideran como hijo, sino como preso de guerra, y que, por lo tanto, la ley no queda violada. Después, usando una pierna de pollo, untan al niño con ese ungüento en el pecho, en los lomos y en el brazo derecho. De esta manera, los pequeños son considerados purificados y pueden ser introducidos por las madres en el quilombo la noche siguiente”.
el punto de partida de la práctica del canibalismo
La creencia en el poder emanado por los antepasados y la necesidad de mantener el control por cualquier medio entre los guerreros, parece, o creen la mayoría de expertos, que fue el punto de partida de la práctica del canibalismo, aunque yo no creo que la del sacrificio humano que ya se producía con anterioridad, aunque sí contribuyó a que se acrecentara. No creo por tanto que surgiera ni por necesidad de alimentarse, ni por casualidad, sino tan solo por mantener ese control.
Visualicemos grupos clánicos de gentes nómadas poco numerosos por tanto, carentes de otros medios de defensa que el miedo, que les daba resultado como hemos visto; es a partir de encontrarse con fuerzas más poderosas y organizadas que se asocian con grupos más sedentarios de incipiente agricultura, que se socializan poco a poco en el concepto más amplio hasta ir dejando sus rituales aterradores, que les habían dado resultado, para al fin aglutinarse.
Colofón
Este prolongado capítulo vemos que esta lleno de notas de variados estudiosos, historiadores y expertos, desde el siglo XVI hasta nuestros días. Tal vez los más competentes que se puedan encontrar, pero… curiosamente ni uno africano. Todas son interpretaciones y visiones desde este lado. Sin dudar de la buena voluntad e intención de imparcialidad creo que subyace un poso de ‘anegritud’ que espero que quienes lo estéis leyendo seáis capaces de soslayar.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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