Introducción
Antes de acceder al cargo de MuLopwe, ‘el ungido’, el seleccionado debía someterse a una prueba que demostrara que los espíritus tutelares de la jefatura lo aceptaban. Este proceso de entronización implicaba una reclusión de cuatro días, en las que el elegido debía mantener relaciones sexuales con una pariente femenina, incestuosas por tanto; que junto a la proximidad y contacto con reliquias de predecesores, era el camino que le llevaría a obtener una nueva identidad espiritual. En otros tiempos no tan lejanos tenía que ser impregnado con sangre humana para llegar a la plenitud de su estado.
Durante estos ritos de investidura, el rey o jefe Luba pasaba de ser un hombre normal, a un gobernante sagrado.
Dos BaLopwe, ‘elegidos’ tenían que impregnar caolín blanco al ‘ungido’, para que se visualizara la transición ritual y el acuerdo con el mundo espiritual. El blanco es una alegoría de la luna, Chalk, que según su calendario, cíclicamente, se muestra luminosa en el cielo alumbrando al pueblo. Así, como la luna llena, un gobernante Luba debe alumbrar a su pueblo mediante sus justas y buenas disposiciones y huir del tenebroso mundo de la oscuridad.
MuLopwe
La investidura de un rey también se compara con la forja del hierro, ya que al igual que un herrero transforma el metal crudo en herramientas, útiles o armas, un mortal ordinario se transforma en un ser sobrehumano a través de una ceremonia llamada ‘golpeteo sobre el yunque’.
Una vez confirmado, el rey o jefe estaba sujeto a numerosos tabúes: no podía tocar el agua de un lago, ni ver un cadáver, ni compartir su comida. De una manera mística, que a veces tornaba en física, él era responsable del bienestar de sus súbditos, que eran sus ‘hijos’; en el pasado, si sufría un accidente o contraía una enfermedad o mal que lo limitase o invalidase se le mataba de inmediato. Aunque sus decisiones eran definitivas se ayudaba de dignatarios escogidos que ejercían como un tribunal, con funciones que requerían de alguna especialidad.
Este mismo tribunal se encargaba de nombrar a los jefes de linaje y subjefes de las distintas subdivisiones locales de la jefatura, que debían de ser de comprobada lealtad pues su principal cometido era la recaudación y envío de los tributos, tributos que eran en especia según lo producido por cada región. La cuantía y calidad de lo recibido, determinaba el grado de compromiso y sumisión del jefe local hacia el Estado y el MuLopwe, su cabeza.
los antepasados
Los padres deben ser respetados pues si padres es que han dado vida.
Es obligación de los hijos por tanto obedecer, que es el primer paso del respeto. Ante la falta de respeto u obediencia, los antepasados pueden castigar a esos malos hijos enviándoles enfermedades o desgracias en función de la ofensa a sus padres. Al margen de estos casos domésticos, los delitos menores eran juzgados y resueltos por los ancianos del linaje donde se hubiera producido el hecho y en función de la importancia había escalas con jueces de aldea, pueblo o región, que eran a su vez los ancianos que formaban el consejo y ejercían el control sobre la zona, pero como se ha dicho, la decisión final ante una resolución importante era dictaminada por el MuLopwe, asesorado por sus consejeros.
En el pasado, eran los especialistas en rituales quienes imponían a los ofensores las pruebas, que consistían casi siempre en ingesta de venenos, ver el efecto del fuego, o similar.
La expansión Luba
La expansión Luba, como casi todas, tuvo mucho de política militarista y social, los guerreros conquistaban y los hijos hijas del conquistador se casaban con los del conquistado, o temeroso de serlo.
En el pasado, a la muerte de un rey, sus potenciales herederos luchaban hasta quedar uno en pie. Los antaño aguerridos guerreros, una vez numerosos, se volvieron escasos y comerciantes.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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