Mascarada Igbo
Adamma. Ni una foto esta vez.
Y no voy a poner ninguna, no porque no haya y muchas, de ayer y hoy, sino porque una mascarada Igbo es una interpretación coral, con numerosos componentes aunque como en toda teatralización haya protagonista, antagonista y un número indeterminado de actores secundarios.
Prefiero que quien lea esto realmente entienda en qué consiste una mascarada, en este caso las de los Igbo.
En muchos lugares de Europa, como por ejemplo España, se presentaban lo que se conocía como Gigantes y Cabezudos en las fiestas de los pueblos, que también coincidían casi siempre con la finalización de los trabajos agrícolas. Tras la época de recolección. Esos Gigantes y Cabezudos eran en origen representaciones, que no auntenticos retratos, de los ‘señoritos’, el señor conde o marqués y su señora y algún personaje más, casi siempre hacendados, satirizándolos.
el mundo de hoy
Tras esos se permitían ‘comparsas’. Personajes populares ese año por el motivo que fuera, el recaudaor, nuevo cura, panadero, una muchacha recién casada y tal vez su nuevo marido, alguien que había resuelto algún problema, o cosa similar. Y exactamente igual hacen los Igbo.
Los que me habéis preguntado al leer la mascarada anterior de Odo con el presonaje de Ekwensu, habéis visto retratados diversos personajes, humanos, dioses y semidioses, exactamente igual que griegos y romanos, interactuando en . Pero en este caso son seres que se sobreponen sobre su ahora arraigado catolicismo, el 98% van a misa los días de fiesta, y aunque conscientes de que son dioses, y como todos, creados por los humanos, aún les cosquillean las entrañas cuando suceden acontecimientos extraños, de dificl explicación.
El texto que sigue, tan duro como real es otra vuelta a una realidad que no necesita de dioses, sino de humanos que le echen imaginación o vivencias al estilo de Njakiri, que en la mascarada de Adamma, la de la ‘muchacha bonita’ hoy, es realmente y tras las muchachas el coprotagonista.
Claro que Njakiri sale en otras mascaradas, como lo hace ‘la muchacha bonita’ sobre todo en la moderna y actual de Adamma, la ‘muchahca bonita’, que no la antigua de Agbogho Mmuo, y con la de Njakiri pretenden mostrar al personaje depravado, capaz de atraer a esas muchachas y pervertirlas. Una especie de lección teatralizada como una parte de dicha mascarada. Ahí va, espero se entienda el sentido que ellos quieren:
Njakiri El depravado
«¡Ahhh dios santo! ¡Ahí, ahí…Justo ahí! ¡Justo ahí!»
«Más más, más rápido, más… ¡¡¡duro!!!»
Njakiri se divertía viendo convulsionar aquel cuerpo de piel oscura de mujer sobre su cama, mientras generoso aceleraba el ritmo de su pelvis controlando la fuerza de sus músculos para no dañar ni defraudar, pero tampoco dejar de llevarla a donde ella no temía ahora ir. Disfrutaba follando con mujeres expresivas y la voluptuosa mujer que a cuatro patas tenía frente a él no fue una decepción. Sus quejumbrosos pero ardorosos gemidos impedían que su inquieta mente divagara. La agarró por el brillante y negro cabello y tiró de ella hacia sí. Le impresionó el tamaño y tersura de sus nalgas. Trató de recordar su nombre y se rió entre dientes incapaz. Culpó de su olvido al sin número de mujeres fácilmente predispuestas..
Njakiri solía ser descrito como un hombre alto y musculoso, con ojos marrón oscuro enmarcados en un, inusual, inocente rostro. Dependiendo de la cantidad de luz solar que incidiera sobre su piel, esta se percibía más o menos morena. Su pelo era negro, rizado y duro y su vello facial, áspero, bordeaba unos labios bien proporcionados. No era especialmente guapo, pero tenía una vitalidad que hacía que la gente pensara que lo era. Su cualidad más distintiva decían era su voz que, según la mujer que hoy gemía bajo él, sonaba como un excitante gruñido.
«Oooh mi gooooooodddddd!» Exhaló diluyéndose ella.
Njakiri
Njakiri, divertido, se rió suavemente mientras veía cómo el cuerpo de la mujer se sacudía espasmódico en su cama de agua, la sardónica sonrisa la producía el pensar que semejaban las convulsiones de un ave tras ser decapitada. Se movió para presionar su garganta y aumentar su placer, pero se lo pensó mejor. Su diversión no alcanzaba el punto de humor como para acabar estrangulándola y tener que resucitar a otra mujer de entre los muertos. Hacía tan solo dos días que accidentalmente mató a esta misma seducida en particular, en otra pelea sexual como esta.
«¿Más?» preguntó en un tono displicente que semejaba la oferta de un benévolo sacerdote.
«¡Sí, por favor!» arrulló la mujer.
Él la volteó de espaldas, le levantó las piernas colocándolas sobre sus hombros, penetrándola lentamente a continuación mientras ella aullaba de placer. Él paulatinamente aceleró el ritmo, ella se agarró a las sábanas para aferrarse a algo que le permitiera aguantar los alocados envites.
«Ife Ife… IFE fuuu ccckkk I uuuucck» balbuceó.
Njakiri esta vez abrazó con sus manos la garganta y apretó con fuerza mientras continuaba sus embestidas. Observó cómo sus ojos, fuera de las órbitas, colgando someramente de los nervios, rodaban por los lados de la cabeza justo en el momento en que su cuerpo era atormentado por una ola espasmódica. Una fuerte sacudida de placer le embargó cuando se abalanzó sobre aquel cuerpo tembloroso y se echó a reír al ver cómo el cuerpo se sacudía durante unos segundos, sin vida, antes de detenerse.
La mujer
Levantó y soltó la mano y la vio caer inerte en la cama. Una estridente carcajada fue lo que le produjo percibir que había matado, otra vez, a la mujer. Él se acercó y le abrió la boca, le escupió dentro y la abofeteó con fuerza. El cuerpo de la mujer se estremeció, e inopinadamente empezó a abrir los ojos despacio hasta que tropezando con el sonriente rostro de Njakiri preguntó saliendo de su somnolecia…
- «¿Qué ha sucedido?»
- ¡Bah! No te preocupes» Respondió él.
- «¿Más?» preguntó arqueando una ceja.
- «¿Qué? No!!!. Estoy demasiado cansada para seguir»
- «¿Cuatro envites de coito? Por favor. Qué crees, es suficiente»
Él le hizo una mueca. Se preguntó por qué ella usaba coito en lugar de follar. Trató de recordar cuál era su ocupación y se quedó en blanco, como con el nombre. Tal vez no se lo había preguntado o simplemente no le importaba.
«Pues duermete cariño. Necesito una bebida».
Ella se volteó sobre su estómago y se quedó profundamente dormida. Observó su figura desnuda por un breve momento y se fue a la cocina.
Eke
Entró desnudo en su gran cocina de mármol negro y de repente sintió hambre. Miró el refrigerador situado en el rincón opuesto de la cocina y decidió que primero tomaría un whisky. Esperaba que su cocinera hubiera guardado algo de carne cocida.
Mientras se servía su primer vaso de whisky puro en la encimera de la cocina, pensó en su ex esposa Eke. Se encogió de hombros y se sirvió otro vaso mientras rumiaba que probablemente un grupo de hombres babeantes la estaban follando en grupo. Su necesidad de validación constante lo enfermaba. Su padrastro había jurado matarlo por divorciarse de su hija. Amadioha nunca había asustado a Njakiri. No especialmente después de que Njakiri lo engañó en un juego de Ncho*28 y le robó algunos de sus poderes regenerativos.
*28 Nota: Juego Igbo del tipo homofóno, palabras que suenen igual aunque se escriben y definen cosas diferentes, como hola y ola en español.
Sonrió mientras se servía otro whisky y llenaba otro vaso que empujaba hacia el extremo opuesto del mostrador.
«Llamar antes de entrar a mi casa siempre ha supuesto un problema para ti, ¿no?» le dijo a su invisible invitado.
«No quisiera despertar a tu puta», se oyó decir al invisible ser mientras se iba visibilizando una curvilínea mujer de oscura piel y cabello corto y negro. Era de mediana estatura con un vestido azul cielo, corto, y tacones de aguja rojos. Su rostro tenía una nariz respingona labios carnosos y grandes ojos que se inclinaban ligeramente en las comisuras. Estos eran los de un lector voraz: inquieto, inteligente y brillante en la búsqueda incansable de conocimiento.
En este momento, esos ojos lo miraban con enojo.
Uhammiri
«Después de todo, ella necesita todo el descanso que pueda tener después de esa actividad salvaje que le has proporcionado»: continuó en tono gélido.
«No es así como lo llamas cuando lo hacemos, ¡¡Cariño!!».
«Vete a la mierda».
«Ahora en cuanto termine mi bebida»: dijo mientras tan ágil como veloz se agachaba para esquivar el vaso que ella le había arrojado y que se hizo añicos contra la pared a la par que ella le echaba una furibunda e insidiosa mirada.
«¡¡Guau!!. Tu puntería parece haber mejorado. Eh, Uhammiri».
«¿Por qué no dejas de ser un bastardo ya y te pones algo de ropa?»: rezongó ella, recostándose en la encimera para acariciarle mejor su gran pene erecto.
«Lo siento, ¿podrías repetir eso?» Preguntó él con inocente sorna.
Uhammiri exhaló un suspiro de exasperación y optó por alejarse hasta el refrigerador a buscar comida. Se preguntó por qué estaba con Njakiri después de que su tío le prohibiera acercarse a él. Luego sonrió para sí misma cuando recordó por qué estaba con él. Todavía seguía acariciando una de las razones cuando comenzó a cortar la carne.
«¿Cómo te fue con la mujer en la comisaría?» Preguntó.
«No quiero hablar de trabajo». Replicó ella.
Se rió entre dientes y agregó: «Me gusta la carne con lechuga y tomates. Sé cariñosa y traelos, están en el armario que tienes encima de la cabeza».
El personaje Uhammiri
Uhammiri se puso rígida por un breve momento, pero miró hacia arriba e hizo lo que le pedía.
Mientras bebía su siguiente vaso de whisky, admiraba a Uhammiri con la seriedad de un crítico de arte que valora una buena pintura. Apreció sus redondas y apretadas nalgas y sus largas aunque ligeramente arqueadas piernas. Él miró su cabello corto y sonrió para sí mismo. Sabía cuánto le gustaba su cabello largo y, sin embargo, se lo había cortado para fastidiarlo. Quería castigarlo porque se folló a su mejor amiga la semana pasada en su fiesta de cumpleaños.
Ella se volvió para mirarlo y volvió a trocear los tomates con un fuerte resoplido.
Él se dirigió a donde estaba ella y presionó su erección en la hendidura de sus glúteos.
«¿Ey Oye!!! Qué haces?»: preguntó con una ligera inflexión en su voz.
«Lo siento cariño». Dijo cerca de sus oídos mientras agarraba su pecho izquierdo. Sonrió distraídamente cuando se dio cuenta de que de los dos senos, era su favorito.
«¿Estás arrepentido o cachondo?» Preguntó con voz temblorosa. Estaba consternada por sentirse excitada a pesar de estar molesta por sus actitudes y… ‘payasadas’.
«¿Por qué elegir uno cuando puedo tener ambos? Bueno. Lo siento. Estoy muy, muy triste».
«¿En serio?» Preguntó ella en un suave tono.
Él no respondió mientras colocaba sus labios con fuerza sobre los de ella y aumentaba la presión sobre su pecho izquierdo. Levantó el dobladillo de su vestido hasta los muslos y sintió que su cuerpo se relajaba mientras su mano rozaba el suave montículo entre sus muslos.
La bofetada en su mejilla lo sorprendió más que lo lastimó.
«¿Crees que puedes empujar tu gorda polla contra mi suave trasero y ya está todo arreglado?» Le dijo separándose bruscamente. «De ninguna manera. Ahora, corta tu la lechuga».
«Sí, señora. Pero no puedes culparme por intentarlo»: contestó tan obediente como guasón.
«¿Te estás burlando de mí? Te arriesgas demasiado en tu juego». Masculló ella regañándole.
Entonces ella sonrió de repente, tiró de su cabeza hacia abajo y lo besó suavemente en los labios.
«Lo siento». Dijo ella. «Primero comamos. Tengo hambre. Entonces veré qué puedo hacer con ese monstruo de entre tus piernas».
«Rogarás antes de que te lo ponga», bromeó.
«Veremos».
Hablaron de su trabajo como abogada y él se rió de buena gana cuando ella le contó la historia de la mujer en la comisaría. Escuchó atentamente sus historias y elogió con efusividad sus artes culinarias. Ella lo presionó para que le contara anecdotas curiosas de los pacientes que había atendido en sus prácticas en el hospital, que el solventó brevemente y con evasivas. No quería arruinar su estado de ánimo dejando escapar que se había follado a la enfermera de la que le había hablado la semana pasada. Ella le contó cómo intimidó a los jueces para que emitieran un veredicto a su favor. Escuchó con incredulidad mientras ella le contaba cómo había dejado mudo a un juez porque iba a emitir un veredicto contra su cliente.
«¡¡Caramba qué barbara!! Hoy no te preocupes, limpiaré los platos. Has estado genial»: dijo.
«Él también está de acuerdo»: dijo ella señalando su pene erecto.
«¿Cómo puedes estar así tanto tiempo?»
«Práctica y saber administrarme».
Ella sonrió lividinosamente mientras caminaba alrededor del mostrador de la cocina, cogía su erecto pene, se inclinaba y lo introducía en su boca.
El hombrecito miró a la desnuda pareja moviéndose furiosamente uno contra el otro junto a la encimera de la cocina. Tenía los ojos grandes y saltones y se estaba quedando calvo, sobresaliendole unas enormes orejas entre los escasos y deshilachados mechones de cabello a los lados de su cabeza. Tenía un hirsuto y escaso vello facial y hedía a pescadero en su faena. Su única característica redentora era su nariz larga y curva que acariciaba con tanta frecuencia como le era posible. Llevaba ropa cara que, paradójicamente, parecía barata porque le quedaba demasiado grande.
Colocó una mano sobre el cristal para observar a la pareja mientras con la otra tiraba de su pene. Estaba a punto de eyacular cuando su teléfono vibró en el bolsillo del pecho. Miró el identificador de llamadas y sus ojos se abrieron aún más antes de presionar apresuradamente el botón de respuesta.
«¿Mi señor?» Dijo estremecido.
«Maldito imbécil. Te pedí que espiaras a Njakiri y no he tenido ningún informe tuyo durante la última hora»: tronó la persona que llamaba al otro lado de la línea.
- «Mi señor, lo siento mucho, yo iba a…»
- «¿Qué está haciendo él ahora?»
- «Se está tirando a otra mujer, mi señor».
- «¿Otra mujer? ¿Hay dos mujeres? »
- «Si mi señor. Una del club y otra mujer que vino a visitarlo. Sigo sin entender cómo esta entró en la casa».
El hombre de la otra línea se detuvo un momento. Luego dijo: «Sal de ahí. Has hecho suficiente por hoy. No quiero que Njakiri sepa que está siendo observado».
«Mi señor, verifiqué su información personal. Su nombre no es Njakiri. Es Ifeanyichu kwu»
«Cállate, maldito mortal y sal de ahí».
«Si mi señor».
El hombrecito miró el teléfono con enojo antes de volver su atención a la pareja en la cocina. Se encogió de hombros con resignación y comenzó a masturbarse furiosamente con los ojos cerrados.
Njakiri se apoyó contra la encimera de la cocina con un vaso de whisky mientras observaba cómo se vestía Uhammiri.
«Tengo que irme. He de visitar a otro moroso». Dijo Uhammiri mientras se colocaba el vestido negro.
«Eres una diosa por el amor de Dios. Puedes verla la semana que viene si quieres. Quiero que pases la noche aquí»: se quejó Njakiri jugueteando. «Aún no he terminado contigo».
Ella lo miró lascivamente por un breve momento y negó con la cabeza. Sabía que no dormiría si pasaba la noche con él. Njakiri era insaciable y estaba demasiado agotada para seguirle el ritmo. Había robado los testículos de Amu Igwes y se los había tragado enteros obteniendo una virilidad permanente a capricho. Ella lo sabía porque a él le encantaba contarle la historia siempre que podía.
«¿Podrías pasarme mi sujetador?» Preguntó vacilante.
«No. Me quedo con este. Me gusta el encaje»: respondió alegremente.
A ella le encantaba su actitud jocosa. Él nunca estaba de mal humor y eso la descolocaba. Él nunca se enojó con ella por mucho que ella intentara contrariarle. Mientras miraba sus labios carnosos y su ancho pecho, se preguntó si su negativa a pasar la noche con él, no era demasiado apresurada.
Luego recordó a la otra mujer durmiendo en su habitación y se encogió de hombros con enojo.
«¿Qué?»: preguntó él.
Acabo de recordar que tienes una puta en tu habitación. No debería haberte follado»: respondió ella con frialdad.
- «¿Oh?»
- «¿Quieres que comparta tu cama contigo y una puta? Pretendes demasiado».
- «Tú lo sabes». Exclamó con una gran risotada él.
- «¡Hasta la has llevado a la muerte jodiéndola!»
- «¡Espera. Me has estado mirando joder!»
- «Yo nunca dije eso».
Njakiri le dedicó una amplia sonrisa. «Nunca pensé que fueras una voyeur. Qué bueno».
Ella lo ignoró y comenzó a ponerse los tacones de aguja.
“Tengo que salir de aquí antes de cambiar de opinión”, pensó.
Se sirvió otro vaso de whisky y, como con todos los demás, lo acabó de un trago.
«Podrías hacerla desaparecer y ocupar su lugar. No sería la primera vez que haces que una puta mía se despierte en un bosque en medio de la nada».
«¿Por qué quieres que haga eso? »
«Porque me gusta este juego demasiado». Dijo mientras empujaba el suave montículo de entre sus muslos con su polla, sintiendo que a ella le temblaban las piernas levemente.
«Bueno, sea como sea…»: dijo mientras se alejaba de mala gana de su erección. «Deberías darte cuenta de que a mí me gusta jugar aún más».
Ella sonrió con aire de suficiencia y desapareció de la cocina mientras Njakiri se reía. Se sirvió otro trago mientras pensaba en su próximo encuentro con su amigo Anwulu.
Disfrutaba pasando el rato con Anwulu cada vez que encontraba tiempo para ello. Anwulu siempre estaba ansioso por unirse a él y gastar sus retorcidas y divertidas bromas. Recordó cómo había persuadido a Anwulu para que lo ayudara a robar los testículos de Amu Igwes y se rió a carcajadas en su cocina vacía.
«¿Qué es tan gracioso?» Oyó preguntar a la mujer desde la puerta de la cocina.
«Despertaste! Me estaba riendo de algunos viejos recuerdos»: respondió.
«Tengo hambre»: dijo mientras presionaba sus amplios pechos contra su espalda y, mimosa, le iba besuqueando alrededor del cuello, hasta que atónita, se detuvo en seco mirando su pene.
«¿Cómo diablos entró eso en mi coño y todavía estoy viva para contarlo?»
«De hecho, moriste. Pero un dios juguetón le dio una segunda oportunidad a tu existencia».
«Guauu, lo tuyo es demasiado. ¿Que dios?». Resopló.
Njakiri suspiró profundamente mientras la levantaba y la llevaba, otra vez, al dormitorio.
“Estos mortales nunca aprenden”, pensó.
Sacudió la cabeza ante el hecho de que se la iba a follar de nuevo y tendría que devolverla a la vida cuando otra vez muriera de orgasmo. Orgasmo divino.
Sacudió la cabeza ante el hecho de que había estado follando con esta mujer todas las noches durante tres semanas y no podía recordar sus iniciales y mucho menos su nombre.
«Tienes razón. Juego demasiado». Dijo mientras ella se reía entusiasmada ante los besos y caricias con que él le iba recorriendo todo su cuerpo.
Conclusión
Quien haya leído los dos textos anteriores, se habrá dado cuenta que entre la primera historia y la segunda hay nexos comunes, podría decirse que hay una cierta relación, como si esta fuera la continuación de la anterior. Hasta donde sé, pertenecen a la misma mascarada, la de Adamma ‘
La hermosa mujer’, como esta que hoy muestro y alguna más que tengo pendiente, donde los dioses semidioses y humanos, creados sus papeles por estos últimos, se enredan entre sí, para dar cabida a casi todas las fantasías que los humanos podamos imaginar.
En esta vemos una alternativa aUhammiri la deidad del agua de la 1ª parte, dando paso a una 2ª, tal vez la más renombrada, Idemmili, que a su vez y en mi parecer, hace que me cuestione de nuevo si el ‘sindrome de Cotard’ no está presente también en esta, además del sorprendente final que si es accidental en este nuestro mundo europeo, a alguno le parecerá impensable en el subsahariano. Qué poco les conocemos. Comprobadlo.
Juanjo Andreu
Profesor de Bellas Artes y comisario cientifico de arte tribal africano
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