La muerte en los Igbo
La muerte produce en África un doble temor, el de que todo vivo moriremos sin que nadie sepa exactamente que pasa después; y qué puede hacer un muerto desde el lugar al que ha ido, achacándosele en cualquier caso lo bueno que sucede si era bueno y lo malo si era un enemigo o una persona poco amistosa.
Más lo que nuestros propios antepasados muertos hagan por haberse enfadado y nos castiguen a veces sin saber porqué, o nos gratifiquen por a saber. Este capítulo, por los diversos pueblos con tradicciones propias de que se componen los Igbo, es realmente extenso y denso. Veámoslo…:
Es tal vez el evento ceremonial en que más se involucran todos los pueblos, también los Igbo. Es tal el miedo e inseguridad que nos produce la muerte que incluso nos cuesta centrarnos en ella.
En el caso de los Igbo, les conmueve la creencia en la separación del alma o espíritu del fallecido de aquellos que siguen en la tierra, lo que también temen por el supuesto poder del que piensan disponen desde el más allá. Si antiguamente participaba toda la comunidad en un funeral, el fallecido era parte de un todo, hoy suele ser más familiar, aunque en uno y otro caso el pensamiento común se centra en las creencias y espiritualidad, a lo que la tradición otorga un alto grado de aporte cultural que aunque en menor medida, hoy se mantiene.
La muerte en la antigüedad de los ibo
Desde antiguo creen los Igbo que alguien muerto, debe recibir unas ceremonias adecuadas que le ayuden en el paso al otro ‘lado’ sin causarle ningún problema, pues si así fuera los que quedan a este lado, encargados de facilitárselo, sufrirán las consecuencias.
El fallecido sin recibir ceremonias no encontrará la paz y si era adulto se reencarnará en un bebé que constantemente irá muriéndose antes siquiera de que le salgan los dientes. Y su alma, que nunca encontrará cuerpo y no puede albergarse en el bebé por no tener este capacidad suficiente al no mostrar incisivos, sabiendo quienes son los culpables, los atormentará de por vida.
Siendo para los parientes incumplidores el mayor castigo, pues mientras no le hagan las ceremonias apropiadas, nadie a ellos se las harán cuando mueran.
Llegan a manifestar que el otro ‘lado’ es un reino donde se encuentran sus predecesores, en el que reina la armonía y su ocupación radica en mirar por los descendientes que dejaron aquí.
El funeral
El funeral, como despedida, se celebra dos veces, o en dos partes, que pueden dilatarse entre una y otra más de un año, pero creen que es la manera segura de que el fallecido ‘pase’ del mundo o reino de los vivos, al de los muertos. Sólo tras un segundo funeral, realizado con esmero, el difunto podrá pasar de Ita okazi o período de tormento, a un estado de paz y satisfacción.
Cuando un adulto moría, su cadáver se lavaba a conciencia y depositaba yacente sobre una estera de hojas de platanero, para a continuación aplicarle tinte de Uhie, tanino de madera de Leva, que le otorgaba carácter sagrado; a veces se le realizaba un símbolo Nsibide con Nzu, tiza, solicitando le dieran al otro lado la bienvenida.
Tras esto se le situaba en la habitación principal con los pies orientados hacia el este, que debía coincidir con la entrada de la casa, facilitándole la salida al encaminarle hacia la puerta, esta ceremonia era conocida en la mayoría de sitios como Okwukwu en otros como Ifu onu, recordemos que no todos hablan los mismos dialectos.
A esta ceremonia asistían los parientes que con el vivían pero también debían acudir las Unuda o hijas que estuvieran casadas, por tanto fuera de su entorno, pues ellas y sus madres, y otras esposas si tenía el difunto, debían lavar, pintar, vestir y arreglar el cadáver, también asistían los Umu okele o niños nacidos cuyas madres hubieran nacido en la misma aldea donde lo hizo el fallecido*13, a ellos se sumaban los Mgbaru, aquellos que venían de fuera.
* 13 Nota: Posiblemente por su creencia en la reencarnación y tener contactos con quien pudiera proporcionarle un cuerpo para ello.
Deceso de una mujer igbo
La muerte en los Igbo, si la fallecida era una mujer, se la sentaba sobre su silla como ella lo hacía en vida, sujetándola para que no callera, llevándola así a su aldea sobre una parihuela donde sería enterrada.
Finalizada la preparación se daba pasa al velatorio, en que se avisaba a parientes y amigos, siendo bien recibido todo aquel que quisiera presentar su respeto al difunto y su familia, a los que recibía el hijo mayor del difunto, o el siguiente en la línea sucesoria, ofreciéndoles nueces de kola y vino de palma.
El velatorio duraba toda la noche y al clarear, los varones de la familia disparaban sus armas avisando al pueblo. Realizado el aviso se trasladaba el cuerpo a la tumba donde sería enterrado sin dilación, envolviéndole previamente en sus mejores vestidos y uno nuevo para que se presentara con toda dignidad, añadiendo sus pertenecías más queridas, su asiento; arco y armas; herramientas, su azada si era agricultor o su martillo si era herrero y con su pipa; a las mujeres con sus platos, ollas y engalanadas con su abalorio más preciado.
Respecto a los jefes o líderes no se anunciaba su muerte hasta no realizar determinados ritos, conocidos como Ikpo oku, habiendo pasado a veces hasta más de un año.
La gente podía ser enterrada junto a otros parientes, en un nuevo sitio y un anciano titulado podía pedir que se le enterrara en su cuarto, su Obi, dentro de su propio compuesto.
el hogar de sus ancestros
Como antiguamente, también hoy la gente quiere ser enterrada en el hogar de sus ancestros.
Por otro lado, aquellos a los que se consideraba habían tenido una ‘mala muerte’, los suicidas, los muertos por viruela, o los condenados a muerte, por ejemplo, se limitaban a arrojar sus cuerpos a una parte abrupta del bosque, el Ajọ ọhia o ‘bosque infame’.
A los niños fallecidos se les enterraba cuanto antes y con poca ceremonia, bien a primera o última hora del día. Era como si se quisiera huir rápidamente del dolor.
Cuando una mujer casada moría, se llevaba su cuerpo a casa de sus padres, excepto si tenía hijos que quisieran ocuparse de cómo enterrar a su madre.
Utilizando el sentido común, a un cadáver se le manipulaba como si fuera una peligrosa fuente de contaminación, el calor y la humedad son abrumadores, por eso tenían por norma que tras lavar preparar y trasladar el cadáver, todos los implicados debían lavarse a conciencia.
El entierro:En la antigüedad, el cuerpo de una persona común y corriente se envolvía en una estera de hojas como hemos indicado, y se le vestía al menos con un paño que le cubriera.
Ehi Eke o día de Eke
Los hombres titulados y algunas mujeres eran enterrados en cámaras funerarias excavadas, sentados en posición vertical sobre un taburete y apoyados contra la pared de la cámara, mirando al este. Dependiendo de la comunidad había ciertos días tabú, en que no se permitían entierros, sobre todo el de Ehi Eke o día de Eke.
Mujeres y hombres debían llorar a sus cónyuges fallecidos durante siete semanas Igbo, 28 días ellas y nueve semanas Igbo o 36 días, ellos, período de duelo conocido como Mkepe; debían dejar que otros parientes les rasurasen la cabeza y no podían trabajar en ese tiempo.
Las Ekpe, Nwanyi ajadu u Ogidi, las viudas recientes en distintos dialectos, y los viudos recientes, Ajadu nwoke u Oke Ekpe, debían aislarse en una cabaña a la que llamaban Akwụ cerca de un ọkpụkpụ ntụ con un fuego de hogar o Ashy, usando un paño de corteza emulsionada negra llamado Aji durante los días mencionados de duelo o Mkepe, recibiendo alimentos de sus hijos u otros parientes, recordando, ritualmente, hechos del fallecido, tras lo que se llevaba a cabo el ritual final de Ikpa ntụ asaa que implica limpiar las cenizas del fuego del hogar, Ashy, que alumbraron y calentaron al fallecido por última vez.
El ritual de Ikwa ozu
En algunas comunidades, a los 28 días de reclusión prescritos, muchas veces se sumaban los dolientes padres, si vivían y estaban en condiciones, condoliéndose por sus hijos fallecidos. Después del funeral inicial y entierro del fallecido, se realizaba el ritual conocido como Ikwa ozu en numerosas comunidades Igbo, con el propósito de ayudar a su espíritu a llegar al mundo de los ancestros o Ndi ichie, y asegurarle un lugar entre ellos.
En la actualidad este ritual de Ikwa ozu aún se realiza como antaño, pero se ha sincretizado o fusionado con los rituales cristianos mayoritarios hoy en el territorio Igbo, celebrando un acto de acción de gracias en la iglesia tras el entierro, tras lo que ya en la casa del difunto se le recuerda entre grandes manifestaciones de alegría, donde no faltan viandas y bebida durante varios días que, según el estatus del fallecido, podía, y puede, extenderse incluso 15 días.
Para altos representantes, como jefes, titulados o ancianos del último grado de edad, se realizaban ritos especiales durante el Ikwa ozu, llevados a cabo por los componentes de cada corporación en la que el fallecido hubiera estada adscrito, este era entonces, en algunas comunidades, Ebiri onye, alguien preeminente.
Funeral en la antigüedad de distintos clanes del este
Cristianos en su mayoría hoy, todos los igbo guardan en su acervo buena parte de sus antiguas tradiciones. Tradiciones que varían como varían sobre todo sus dialectos, por eso y aunque hablamos de muerte y entierro, algo común, sí hay diferencias entre unos y otros grupos aunque precisas.
Con anterioridad a la llegada de los europeos y la implantación de sus religiones, los Igbo ya practicaban cultos a los antepasados basados en ofrendar dones a los espíritus de los fallecidos para que estos mediaran ante el Ser Supremo, y que este proveyera de fertilidad y de solución a lo que por sí mismos no encontraban. Entre ellos la muerte, y la función del espíritu del muerto previa a la reencarnación, a lo que responde con ceremonias especiales para tal causa.
la región de Kalabari
Por ejemplo, entre algunos Igbo de la región de Kalabari, al morir una persona importante de la comunidad llevaban su cuerpo a un recinto funerario especial, el Oto Kwbu, para ser lavado.
Esto conllevaba una esmerada y detallada ceremonia en la que se utilizaba un recipiente especial con agua y telas, telas que nunca debían rozar la tierra. Allí, las hermanas del difunto ataban un paño de luto u Okuru, alrededor de su cintura y sus esposas legales lo vestían con telas específicas.
Luego los hijos y hermanos llevaban el cadáver a un cuarto donde estaban las urnas de sus antepasados, Wari Kubu, donde depositaban el cadáver sobre una cama. La familia y amigos le mostraban respeto lamentándose y tocando tambores para indicar a los antepasados que él se les uniría pronto.
Entonces las esposas legales se sentaban alrededor del cuerpo, en orden cronológico de matrimonio, cada una portando una hoja de cuchillo rota.
Kala Ekkpe Siaba
Las hijas legales y hermanas se sientan, en orden de edad, formando dos columnas a ambos lados del difunto. Otros jefes traen regalos y la fiesta fúnebre se prolonga durante toda la noche entre cantos y lamentaciones.
Luego la primera viuda y sus hijos dirigen la ceremonia fúnebre, Kala Ekkpe Siaba, en la que cantan y tocan tambores, en honor del jefe. Durante esta parte final cada esposa se retiraba a un pequeño cuarto donde se pintaba cara y cuerpo con tinte negro poniéndose ropas de luto. Un día, previamente señalado, cada esposa preparaba tres platos de comida, que debía ofrecer a los parientes que la visitaban ofreciéndole sus condolencias.
En esa visita cada esposa debía entonar una canción alusiva a su fallecido marido y que hubiera compuesto, recordando gratos momentos. Llevarían luto durante diez meses. Las viudas y mujeres cercanas vestirían paños de Okuru y tocado blanco, mientras que a las de segundo grado parental les bastaba con el tocado blanco; los hombres llevaban gorro azul.
Mujeres y hombres se rasuraban la cabeza, excepto las viudas, que no debían cortarse el pelo ni cubrir su cabeza los siguientes diez meses.
Aro Chuko
Al finalizar el luto hacían una peregrinación a Aro Chuko, donde se enterraba a los jefes. Junto al cadáver se enterraban su ropa, abalorios y otros adornos, su plato y útiles de comer y su pipa, tabaco y licor preferido; sobre la tumba se deposita una olla, en que durante ese tiempo y cada ocho días se le ofrecía comida al difunto o Fene Bene.
Durante el entierro las mujeres no debían llorar para que el espíritu dejara apaciblemente la vida. Si una mujer lloraba, debía sacrificar una cabra o ave a los pies del cadáver para purificar la mancha de sus lágrimas. Se disparaban armas de fuego para anunciar al mundo de los difuntos que el jefe estaba llegando.
Diez meses después del entierro, se celebraba otra ceremonia, Kopinai. Consiste en una gran fiesta en la que se ofrecen diversas comidas y bebida. Para el ceremonial un miembro de cada linaje debe vestir a la europea y hablar sólo en inglés. Mostrando así que el jefe muerto, ahora es:
“…tan importante como para cenar con hombres blancos en el mundo de los espíritus”.
Alusi
Cuando la familia pudiera permitírselo, a menudo meses o años después, remozaban la tumba o Peri para que se viera lustrosa, festejándolo con un desfile de canoas.
Para el desfile, la familia recibía en secreto un Alusi, una efigie tallada en madera representando al difunto, que debía mantenerse oculta los cuatro días que duraba el desfile de canoas; al cuarto día se escenificaba una batalla en que ganaba la familia, tras lo que ya se mostraba a todos la efigie, ensalzando al difunto como vencedor de esa última batalla.
Tras esto la imagen se depositaba entonces en una urna, Arua, que contenía imágenes de los antepasados o Nduen Fobara y se hacía otra fiesta para el retorno, simulando una reencarnación, de la imagen. En cada una de estas ceremonias, la familia y amigos ofrecían regalos para que la familia comerciara con ellos y pudiera hacer frente al pago de los gastos del funeral.
En otros tiempos, las ceremonias de entierro de los jefes Igbo eran acompañadas de sacrificios sangrientos. El lavado del cuerpo del jefe por la familia se hacía directamente donde iba a ser enterrado. Luego ponían el cuerpo en una mesa y lo cubrían con telas, cordales, hojas de palma del día y sal, simbolizando el renacer.
Egwu awuru
La hija de más edad, cantando y bailando, iniciaba una procesión alrededor del muerto, seguida por la familia o Umu nna, donde los hijos arrastraban con una cuerda un perro escogido por su poder de clarividencia y su capacidad para huir de los peligros, seguidos por allegados y amigos.
Dan vueltas por la plaza del mercado, donde está situado el cadáver, pero ahora en medio de una enfebrecida canción Egwu awuru, entonada por hombres, con letra que habla de solidaridad y compañerismo; tras dar la vuelta a la plaza, entonando aún la canción, el adivino y matarife ritual corta la cabeza del perro con un cuchillo y los hijos dibujan un círculo alrededor del cadáver con su sangre, en una ceremonia llamada Iwa nkita anya, mientras, enervados los hombres, alzan el tono y aceleran el tempo de la canción de Egwu awuru diciendo:
Oh !! Anyị ga-ahapụ ikuku bụ ọrụ – anyị iji tụfuo mgbu – anyị na ikuku
“Ayes!! lanzaremos al aire, es nuestro deber, lanzaremos nuestro dolor al aire”
De cortante y onomatopéyico fraseado, esta canción está estructurada para reafirmar con su sonido lo enérgico y relevante de la acción.
ritual Iwa nkita anya
La simbología explicita del ritual Iwa nkita anya quiere manifestar que al reencarnarse, el difunto lo hará en el mundo de los vivos como un personaje decidido, cumplidor y audaz. Esta ritual de Iwa nkita anya de la ceremonia Okwukwu, se desarrolla un día de mercado de Eke anterior al día del mercado de Afo, como mucho dos días después del fallecimiento, tras lo que ya ‘podía’ ser enterrado.
Este ‘podía’ hace referencia a un ritual, el de Evule obi, literalmente ‘sacrificar al carnero’. Este otro ritual de Evule obi no estaba restringido a nadie por edad, y era un símbolo de respeto reservado al difunto dando a entender que igual de tenaz que es el carnero, él nunca moriría, pues volvería fuera el camino que fuera que tuviera que coger, al igual que el carnero se mueve por las peñas más abruptas; este sacrificio era proporcionado por los parientes de línea materna.
El yerno del jefe, marido de su hija mayor, pondría encima del cadáver una pluma de águila matada por un pariente de sangre del jefe para que tuviera buena vista.
Se sacrificaban luego: Un gato por su capacidad de ver en la noche y absorbiera esta el difunto y poder ver en el mundo de los muertos. Y un loro debido a su clara y aguda voz para que el jefe pueda ser siempre oído desde su nueva ubicación.
el Aho’m
Después de los animales, se sacrificaba a las esposas de los esclavos. La primera víctima, era siempre la esposa del esclavo principal, el Aho’m, a la que se arrojaba a la tumba; después, el resto de esposas eran enterradas vivas después de romperles los huesos de pies y brazos*14.
Para esto se recurría a los hombres más fuertes, seleccionados para que quedaran inermes pero el máximo tiempo vivas y que sus lamentos, se decía que por el jefe, resonaran durante su tránsito. Según la categoría o nivel del jefe, así era el número de humanos sacrificados, que se colgaban de postes o de los árboles situados alrededor de la tumba.
Dicho nivel de poder del jefe o del pueblo, o simplemente porque así se quería hacer ver, se mostraba a su muerte matando personas para mostrarlas en todo lugar en que el jefe hubiera ocupado su tiempo, como donde comía, dormía, se bañaba o ejercía su autoridad, ofreciendo sus cadáveres a los árboles, vertiendo su sangre en las raíces de los Ogrisi, un tipo de árbol tenido por sagrado, para fertilizarlo.
Reino Kongo
*14 Nota: Esto lo hemos visto también en los textos del Reino Kongo, donde los Jaga lo hacían sin necesitar enterrar a nadie sino para aterrorizar allá por donde pasaban, o los Ashanti más o menos con motivaciones parecidas. Pero no hay que olvidar que esto ya se daba en la antigua Macedonia o Centroeuropa, tan tribal, como las gentes del Pacífico, Asia, África o América.
Aquí lo importante sería preguntarse porqué. Porqué se casaban esas mujeres, si sabían cómo iban a acabar. No el para qué, que lo tenían claro y no era otra cosa que servir, también en el más allá, al ‘amo y señor’.
Lo que era un concepto, el de servir más allá bien arraigado también entre los egipcios, que sobre el 2.550 a.C., gobernando el Faraón Seneferu, padre de Keops, los operarios, hombres lbres, que trabajaban en su pirámide y edificios funerarios, tenían como objetivo final ser enterrados en tumbas que ellos se hacían cerca del entorno de la pirámide, para seguir sirviendóle.
Sacrificios humanos
Al terminar estos sacrificios, una fanfarria de tubas y tambores anunciaban a los antepasados la llegada del jefe. Luego cerraban la tumba, aunque no del todo pues dejaban un espacio pequeño u Ojo para un último sacrificio. Un grupo de guerreros seleccionados capturaban a un hombre de otra etnia, lo decapitaban, y ponían su cabeza en el hueco u Ojo, que habían dejado en la tumba.
La tumba u Obiri, era ‘decorada’ con los cráneos de las víctimas, tras lo que la familia celebraba una comida ritual con la carne de los animales y humanos sacrificados.
Durante los siguientes tres meses, las viudas debían dormir en el Obiri para vigilarlo. Después de este periodo, se abría el Obiri y se quemaba todo lo utilizado incluidas las telas. Las viudas podían ya volver a su casa pero manteniendo la ropa de luto durante un año.
Para quienes no eran jefes, los entierros diferían dependiendo de quién y por qué había muerto. Si era una mujer libre, anciana, se la enterraba de manera similar a la de los jefes: con comidas, bebida, cantos y bailes. Eso sí, al ser mujer sin cubrirse la cabeza pues no estaba permitido. Si era una mujer libre, pero joven, quien podía le hacía una bonita tumba pero no era lo habitual, al no ser esclava su tumba se situaba en la casa de origen familiar de sus padres, no en la de los de su marido.
Deceso de un hombre igbo
Cuando muere un hombre, se disparan armas de fuego para comunicar su muerte nada más producirse esta, y también a la mañana siguiente, después del entierro, al retornar las familias a la casa, la tarde siguiente, y dos veces al día durante los siguientes seis días.
Si una persona se muere de una ‘muerte mala’* 15, el cuerpo se tira sin más en absoluto secreto.
* 15 Nota: Recordemos que hablamos de grupos Igbo diversos, cada uno con sus peculiaridades.
‘Muertes malas’ son, por ejemplo: las de las mujeres que mueren en el parto y entre estas por ser especialmente vergonzoso si lo eran de hijas gemelas; muchachos con sólo un testículo; los hombres con elefantiasis de escroto; leprosos; personas muy viejas cuyos hijos han muerto primero; niños que mueren antes de tener dientes; suicidados; y aquéllos que se mueren en el día de una ceremonia Owo. Todos arrojados al Ajọ ọhia o bosque infame.
Chineke o Chukwu
Hay un mito sobre cómo Chineke o Chukwu, recordemos acepciones de su dios, indicó a los Igbo cómo debían actuar ante la muerte. El mito cuenta que una vez envió a los humanos un perro con un mensaje para que estos supieran cómo actuar ante un muerto.
Debían colocarlo sobre la tierra y cubrirlo de cenizas, de esta manera, al poco, se recuperaría y volvería a la vida. Pero ay! el perro, cansado, se sentó a la sombra de un árbol para reponer fuerzas y Chukwu al ver que no llegaba a dar el mensaje a los humanos, decidió enviar una oveja para que trasmitiera el mensaje.
Pero ay! la oveja, que no había comido, a cada paso que daba triscaba de aquel pasto tan fresco que encontraba en el camino, por lo que enfrascada no solo tardó más de la cuenta, sino que se le olvidó el mensaje preciso que tenía que trasmitir y recordándolo a medias dijo a los humanos que a un muerto, debía depositársele en la tierra y cubrirle con esa misma tierra.
Cuando al rato llegó el perro, sí les dio el mensaje correcto, pero ya era tarde y les pareció menos fiable, es por esto que la muerte se instaló en la tierra.
Akwamozu
Akwamozu como vemos es el término Igbo empleado generalmente para referirse a todo lo relativo a lo que conlleva un funeral. Aunque no es lo mismo el funeral de un niño, que de una persona prominente u otra común o pobre. En cualquier caso es una manifestación tradicional en la cultura Igbo, al considerar que existe otra vida tras la muerte física de cada persona.
Se supone que el ritual es el medio esencial que permite la traslación del alma del fallecido al mundo de lo etéreo, el alejado de la percepción de los sentidos.
Ili ozu es el nombre del enterramiento en sí, el momento de más dolor para aquellas personas allegadas al difunto que saben que jamás volverán a verlo, es por tanto tiempo de duelo. Akwamozu sin embargo celebra que el alma emprende un tránsito seguro a ese intangible lugar. Los Igbo no solían hacer rituales funerarios Akwamozu por cualquier fallecido.
Había reservas como: Por los niños, al considerar que no se les podía celebrar el mismo funeral que a un adulto si no habían pasado el ritual de paso, pues no tenía desarrollada su alma como no lo estaba su cuerpo. Se creía que esa parte de su alma aún estaba anclada en el lugar de donde vienen las almas. Solo cuando el niño alcanzaba madurez, como mujer u hombre, adquiría su alma el desarrollo pleno, pasando así esa alma a ser responsable de sus actos en la tierra mientras estuviera vivo. Con esa condición era cuando el ritual de Akwamozu se hacía necesario al fallecimiento del individuo.
Suicidio y muerte en los Igbo
Otras negativas a realizar el ritual sucedían cuando el fallecido se había suicidado; con los ahogados en aguas profundas cuyos cadáveres emergían pasados unos días o los muertos que en vida había sido recalcitrantes indeseables; todo esto era algo tenido por tan reproblable que obligaba a dejar los cadáveres fuera de los límites del pueblo, en el renombrado Ajọ ọhia, ese lugar del bosque al que solo aceden, y se dejan, a merced de los carroñeros.
Este ritual, no se celebra de igual manera en todas las comunidades Igbo, como sucede con otros aspectos culturales pues cada zona o pueblo tiene sus peculiaridades, y tampoco, como se ha adelantado, se hace de igual manera para todas las personas.
Akwamozu se hiciera del modo que se hiciera requería de un desembolso considerable. Los deudos necesitaban pensar detenidamente cómo acopiar lo necesario para hacer el Akwamozu debidamente y no ofender al difunto ni recibir por ello venganzas de este desde el más allá.
los rituales de Akwamozu
Esto implicaba enviar mensajes para informar a familia, amigos y asociados de los fallecidos, de la fecha elegida para realizar los rituales de Akwamozu. Era de suma educación entender que los carteles obituarios que se mandaban hacer y colocar para que todo el mundo conociera la luctuosa noticia, no eran una invitación directa a estar presente en el Akwamozu pues para esto se requería una invitación directa, de persona a persona.
El velatorio se realizaba la noche anterior a la fecha fijada para la visita formal de condolencia a la familia del fallecido; en el complejo de este se preparaban viandas para pasar la noche y a veces, incluso se llevaban mascaradas y músicos que entretuvieran la noche, esto indicaba que por la mañana ya podía visitarse formalmente a la familia para darle las condolencias.
Se esperaba que los visitantes, familia, amigos, allegados, etc. acudieran a la casa familiar del fallecido con los regalos de condolencia que solían estar reglados; caballo y o vaca, los hijos; cabras, mujeres del mismo linaje; aves, bebidas y dulces, amigos y allegados, dependiendo esto del nivel del fallecido y del esfuerzo, que sin duda debía hacer quien lo regalaba.
el calendario Igbo
Si antes hablábamos de los días de luto que debían guardar los cónyuges del fallecido, para el resto que participara en un Akwamozu apropiado, este se llevaba a cabo durante 12 días después de la defunción, lo que según el calendario Igbo eran y son exactamente 3 semanas, contadas tras el día formal de las condolencias.
“Sentado con las dos manos bien metidas en su regazo, un pie tocando lo que su mente pensaba, y un ojo cansado mirando al espacio como si buscara los últimos rastros de esperanza, Ibe Iheanacho soltó con una implorante voz llena de angustia: ‘¡Dios, por favor no dejes morir a mi madre! No puedo pagar sus ritos de entierro ahora’.
Ibe es un pequeño comerciante con una madre titulada. La mujer, que sufre de diabetes, acaba de sufrir un segundo ataque con un derrame cerebral que la ha dejado paralizada y muy enferma. Al ver su posición y escuchar su cuita, uno habría pensado que estaba lleno de angustia y consagrado de corazón a su madre y expresaba su dolor por su situación que no por las implicaciones financieras subyacentes de las posibles secuelas.
Lamentablemente, no es el único así predispuesto hacia un ser querido que está en peligro. Amaechi Uzokwe, un hombre de negocios, amenazó a sus hermanos diciendo: ‘
“Huiré y os abandonaré a todos, como papá no se recupere de esta enfermedad y muera como resultado. Ni siquiera tengo N1.00* 16 para sus ritos funerarios“.
*16 Nota: N = Naira, moneda nigeriana equivalente 0,0020 €
Ceremonias en el país Igbo
Lo expresado ‘hoy’ por estos personajes nigerianos mencionados, nos lleva a hacernos, todos, algunas preguntas… ¿Por qué nos expresamos con dolor, por la ‘pérdida en sí’ o por el costo que va a suponer hacer frente a un entierro y funeral apropiados? ¿Y, en qué punto es o no apropiado el funeral, se debe llevar el féretro en coche de caballos negros con lacayos y banda de música traída de Nueva Orleans, o basta con una carreta? ¿Porqué el negocio, socaba las emociones?
En el territorio Igbo las ceremonias, cualquiera de ellas, pueden variar de esta a la aldea contigua por mucho que se encuentren en la misma zona cultural, y los funerales no son excepción. Pero esto no es lo que más importa, sí lo es el elevado costo de estas ceremonias se hagan en Abia, Anambra, Ebonyi, Enugu o el Estado de Imo, en cualquier parte se necesita una fortuna para dar un entierro digno a un difunto.
Teniendo por básico que de lo que se trata es de enterrar, entregar a la Tierra, a los muertos, esto ha quedado en un segundo plano ante los requisitos ceremoniales que ahora impone el Omenala un término que asume que a la tradiciónno hay por qué no sumarle las nuevas ideas.
la aldea de Ibe Ihenacho
No obstante, sea cual sea la manera por la que se opte celebrar las exequias, es más importante la tenencia de un título, el género, la posición dentro de la familia o cómo ha muerto. Aunque esto no cambie el hecho en sí, de que hay que enterrar a los muertos. Y aunque Ibe y Amaechi no dispongan de fondos para hacerlo, saben que esto es de obligado cumplimiento.
En la aldea de Ibe Ihenacho y las comunidades vecinas en el Estado de Imo, hay que ser cauto y no decir a la familia de una mujer fallecida que ella ha muerto, pues de inmediato pensarán que tú la mataste. Si una mujer ha fallecido hay que enviar un mensaje que diga que ella ha enfermado de gravedad y requerir que alguien llegue a ocuparse de enviarla a un hospital.
Cuando alguien de la familia compruebe que ha muerto, ya se irán los distintos miembros de la familia turnando para acudir, hombres y mujeres por separado llevando bebida, comida, nueces de kola o lo que se necesite, e informar a su familia materna ‘oficialmente’, aunque ya lo sepan, que ella ha muerto. Siempre antes de iniciar cualquier rito incluido el entierro.
Ndi ogo
Una ley no escrita, Ndi ogo,pero muy implantada, obliga a que los yernos contribuyan en mayor medida a sufragar los entierros, siendo el marido de la hija mayor, la Ada, quien aporte la mayor cantidad. De hecho, y por ejemplo en Umuezearole en Onitsha, Estado de Anambra, el marido de la hija mayor o primera, Ada, de un hombre titulado de Ozo en este caso, está obligado a aportar N1.000.000, una fortuna allí, al cambio unos 2.120 €, al resto de familiares, e informarles de la muerte antes de acordar cómo llevar a cabo el entierro.
En otros lugares como Isu, Njaba y Orlu, Áreas de Gobierno Local del Estado de Imo, por ejemplo, otra ‘obligación’ por compromiso, establece entregar una vaca y otros artículos estipulados por la comunidad.
En ciertas zonas de Mbano, en el Estado de Imo, tienen una tradición que llaman Iha akwa en que los suegros de los difuntos ofrecen diversos regalos a su cuñada, a la hija del fallecido, así como a otras mujeres en casa del difunto, como muestra del cariño y respeto tenido al fallecido.
el Estado de Enugu
En Nsukka en el Estado de Enugu se documentó que en algunas regiones se utilizaban caballos y vacas criadas en el lugar, que se sacrificaban en los ceremoniales de enterramiento y conseguir así el oferente el título tradicional de Ogbuzuru, demostrando de este modo que ha cumplido con lo que de él se esperaba, matar lo exigido para el funeral. Cada caballo cuesta más de N70.000 140 €, mientras que la vaca está sobre N120.000 240 €, dependiendo del tamaño.
En Ozalla, en el Área de Gobierno Local Igbo Etiti del Estado de Enugu, quienes quieren mostrar respeto y dar el pésame a la familia, recopilan monedas locales, y si pueden extranjeras que se valoran más, y las entregan insertadas en el tronco seco de las hojas de palma.
En tierras de Nkanu, son las mascaradas las que se llevan el protagonismo, entreteniendo a la gente durante el funeral enzarzándose entre burlas una con otra, o haciendo acrobacias o alardes trepando con las manos desnudas hasta el penacho de una palmera.
tradición Igbo
La estricta tradición Igbo regla los protocolos, del modo que hay un orden de colocación de los asistentes, priorizando a alguna autoridad si va, los familiares de primer grado segundo etc., allegados, amigos y resto de asistentes. También para la atención a estos, como las viandas, bebidas y obsequios, o el entretenimiento con músicos y mascaradas.
No siempre, pero se procuraba que al menos los participantes más importantes estuvieran bajo techados y se les ofrecieran los platos y bebidas más elaborados.
Y la cristianización no eliminó estos modos, si no que al contrario, lo que pasó es que si no por convencimiento, sí por obligación se celebraba primero el funeral cristiano, para luego hacer el tradicional con el consiguiente doble costo, lo que llegaba a arruinar a muchas familias, a pesar de que mucha gente contribuía. Incluso llegó a regularse a nivel gubernamental imponiendo máximos, pero como ellos dicen:
“Esas normas murieron con el muerto”.
el Saturday Tribune
Hay que pensar que para tales eventos, no se podían escatimar, ni carne: caballos, vacas, cabras, aves; bebidas como: barriles de vino de palma, cervezas y alcoholes; y ñame o nueces de kola, costes que recaían en el organizador, que era el ‘principal doliente’, hijo mayor u otro heredero. Y esto sin contar gastos de paños y otros atavíos y el entierro en sí antiguamente, y ahora los del ataúd, morgue y flores. De manera que era prioritario designar a alguien experto, que se encargara de evaluar los costos prácticamente nada más conocer la luctuosa noticia.
Datos aportados por el Saturday Tribune, apuntan que el precio de un ataúd medio estaba en unas N70.000 140 €, y los gastos de la morgue, con certificado de defunción, sobre N10.000 20 €. Datos del 2015 que suponen costos inasumibles para las economías medias del país.
Más sangrante aún era, y parece que sigue siendo, si era una mujer la fallecida y no estaba casada tradicionalmente. Si era así, su pareja debía costear y realizar dichos ritos tradicionales e incluso depositar el ‘pago de la novia’ pero en su máximo costo como parte de dichos funerales, antes de proceder al resto de rituales funerarios y entierro.
Al sureste del País Igbo en la zona fronteriza con Camerún, tienen también sus reglas, si una mujer muere, será enterrada en casa de su hijo, pero si no lo tiene, su cuerpo se arrojará al Ajọ ọhia el lugar en el bosque al que solo se accede en estos casos, como lo serían los fallecidos en ‘malas muertes’ como los muertos, fueran quienes fueran vivos, en el mes sagrado; Los niños nacidos con alguna malformación como tener algún diente*17; o los niños prematuros.
*17 Nota: Parece que se daban malformaciones por alguna cuestión genética hereditaria.
Las viudas y la muerte en los Igbo
Caso aparte merecen las viudas. No solo en tiempos antiguos, pues parece que la tradición en algunos casos se eterniza, lo que ha llevado que en la actualidad haya habido reclamaciones por violación de los derechos humanos en algunos casos.
Como ejemplos: en ciertas regiones las esposas de reyes a la muerte de estos, debían llorar a sus esposos durante siete años antes de ser enterrados y un año más después de su entierro. De igual manera, las viudas de hombres comunes llorarían a sus maridos muertos al menos seis meses y permanecerían aisladas dos años.
Ninguna viuda podía bañarse al menos durante tres semanas, tras las que por la noche y siempre acompañadas se dirigirían a un río donde primero se las rasuraba y luego se bañaban.
Durante estos desplazamientos nadie debía verlas pues debían ir desnudas, norma impuesta por el juramento que tenían que hacer a la orilla del río, antes de ser rasuradas, de no tener ninguna responsabilidad en la muerte de su marido.
Si había sospechas de que pudiera haber tenido algo que ver con su muerte, era obligada a beber cierta cantidad de agua con la que había sido lavado el cadáver de su marido.
En zonas cristianizadas
Durante el tiempo de luto, ellas deberían vestir de blanco o de negro, exclusivamente, y debido a su aislamiento impuesto, todo aquello que necesitaran sería provisto por sus vecinos.
Como no en todas partes hay ríos o arroyos, esto se adaptaba en cada situación.
Otra controvertida cuestión era la norma tradicional que obligaba a las viudas a casarse con algún hermano de su fallecido marido, su cuñado, lo que a veces, siendo impuesto, generaba traumas emocionales que resultaban incluso en indisposiciones entre las dos familias.
En otras comunidades Igbo, ya cristianizadas, se incluía un ritual, que aún hoy en día en algunos sitios se mantiene, de ‘el polvo al polvo’ en que se recogía arena de la tumba abierta y se esparcía por encima del cadáver, pero esto se prohibió a las viudas pues se extendió la idea de que dicho ritual era como otro contrato de unión entre los dos y el ‘polvo’ podía contaminar a la mujer que si tenía relaciones con otro hombre, incluso legalizadas, podían afectarle.
También se prohibía a las viudas asistir a los sepelios de sus maridos fallecidos cuando era notorio que la pareja no vivía junta por causa de sus continuas desavenencias, o si era por causa de haber sido ella responsable de algún desmán, para lo que se exigía que si pretendía asistir, previamente realizara determinados rituales de limpieza antes de acudir al entierro.
Igbandu
Y luego estaban las viudas, que sin el amparo ya de sus maridos, se veían acusadas de delitos de determinada importancia, siendo necesario que alguien las acusara o advirtiera de estas situaciones, para lo que existía una regulación para discernir si era cierto y por tanto culpable, o inocente.
Aquí entran otro tipo de rituales que requerían de un juramento y un convenio o acuerdo, Igbandu, de qué hacer para dar solución a la controversia entre los acusadores y la acusada. Entre estas acusaciones, de grado extremo y hablamos de viudas, la más habitual era acusarla de haber participado implícita o explícitamente en la muerte de su marido, pues por convencimiento nadie moría sin una causa externa, no creían que la muerte fuera algo natural.
Para estos ‘rituales y convenios’ o Igbandu, se llevaba a la viuda acusada a un santuario donde debía practicarse el ‘ritual’ antes tan siquiera de que ella pudiera acudir a ‘llorar’ por su marido.
El ‘convenio’, acuerdo o aceptación podía pasar por beber una cantidad, siempre exagerada, del agua con que se había lavado el cadáver o masticar y tragar una nuez de kola que hubiera estado sumergida un tiempo en esa misma agua. Otra manera de paliar la situación era la de ‘abrazar’*18 el cadáver de su marido tres veces o Ndakpo Ozu.
* 18 Nota: Ese ‘abrazo’ no tengo claro en qué consistía en la antigüedad, pues se dan diversas versiones, algunas muy truculentas.
La tradición oral
La regulación de derecho, recordemos que son bantúes, dictaminaba que si ella era culpable de esos oprobios de los que se acusaba y por los que había realizado los anteriores actos, ella moriría en los dos años siguientes de haber jurado y realizado lo anteriormente descrito, pero si pasados dos años ella seguía viva, eso probaría su inocencia y quienes la acusaron deberían de indemnizarla o Nwucha Aru, según exigía la tradición en cada pueblo.
La tradición oral, dice que esta penosa fórmula es histórica y se remonta a los tiempos de los primeros padres aunque:
“…ha subsistido hasta los tiempos modernos, siendo dicha práctica forzada a bajar por la garganta de cualquier mujer que se sospechara que era responsable de la muerte de su marido”.
La gente se arrogó el derecho a invocar que cualquier mujer pudiera ser juzgada por actos considerados como impropios, o irrespetuosa e irresponsable con su marido, las personas con que se relacionaba, con las normas, costumbres o tradición de su comunidad y fuera por ello castigada severamente.
Las viudas en el derecho bantú
Lo curioso es que nada de esto era achacado a un hombre, nadie vio nunca maltrato de palabra u obra de un hombre hacia su esposa, sino que él hacía siempre lo posible por tenerla contenta, lo que encima se interpretaba como que ella había usado magia diabólica para mantenerlo ‘atado’.
En algunas poblaciones, se obligaba a las viudas a bañarse en aguas estancadas u otro tipo de agua que estuviera sucia, pues era una especie de tránsito, que solo pasaba la mujer, dado que: “El orgullo de una mujer, es su marido, y al perder a este, su propio orgullo se había devaluado”. Por esto mismo, una viuda se veía obligada a comer en platos desportillados o rotos, ‘aptos solo para echar de comer a los perros’, y además hacerlo sola. La cuchara, el plato, la taza o cualquier otro que hubiera antes utilizado debe dejarlo y adecuarse a otros antes desechados.
No todo va en contra y se articularon normas que protegieran a las viudas, contempladas en el Ndi ogo ‘in laws’ o código ‘de leyes’, en los que ante maltrato a una viuda, como negarle sus derechos o privilegios, agresión física o apropiarse indebidamente de propiedades heredadas de su esposo, fueran muebles o inmuebles, se resolvían acudiendo a la autoridad. competente, amparadas estas mujeres en su Umunna o representación de su clan familiar, que la amparaba.
Chinua Achebe
Chinua Achebe el tan afamado como comprometido escritor Igbo, en tal vez su más conocida novela ‘Things Fall Apart’, relata, con conocimiento de causa, la vida cotidiana de su pueblo, los Igbo, y presenta la creencia en un mundo paralelo de espíritus vivos después de la muerte y cómo esta creencia es una importante motivación para hacer fente a los acontecimientos diarios con que se enfrenta a diario un individuo Igbo, y como sucede con sus personajes, estas creencias controlaban sus acciones y pensamientosno solo durante todo el día, sino también en la noche en la que estos espiritus se menifiestan.
En las tradiciones y costumbres de todos los Igbo, la muerte y la vida después de la muerte juegan un importante papel. Creían indispensable adorar a los espíritus, y a las dos almas de las que el ahora fallecido dispuso, la que tuvo y por ahí está y la que ahora tiene; y en el deber de realizar elaboradas ceremonias fúnebres, que incluyeran las peregrinaciones por traslado de los cuerpos, celebraciones con bailes, representaciones teatralizadas y otros rituales que podían extenderse durante varios años.
Animismo
Creen que los espíritus de los antepasados siempre están vigilantes y atentos a sus necesidades y también comportamientos. Por eso los vivos deben mostrarles su agradecimiento y respeto, esperando que ellos propicien su futuro.
Antes de comer, deben coger una porción de comida e invocando los nombres de sus ancestros lanzarlo al aire para que ellos también dispongan de ella. Cada ocho día, el Fene Bene jefe de la aldea clan o linaje, prepara comida que ofrece a los espíritus. Cada siete años se purifica el poblado para que ellos, los Nduen Fobara o antepasados, transiten a gusto, en el que se sacrifica una cabra cuya sangre se esparce alrededor de las imágenes que los representan y sobre los acúmulos de arcilla que utilizan como santuarios dedicados a esos Nduen Fobara.
Cuando alguien reiteradamente tiene mala suerte o se presenta una situación inesperada que requiera ayuda, como ante la muerte inesperada de un ser querido, se recurre a los ancestros a los que se ora y realiza alguna libación u ofrenda.
Tienen como grave ofensa hablar mal de un antepasado aunque hubiera sido enemigo. Esto es complejo pues si el ofensor no se disculpa la familia ofendida insultará a los ancestros del otro, pudiendo llegarse a graves enfrentamientos. Lo normal es que la persona se disculpe en cuyo caso ambas familias se concilian realizando una ceremonia expiatoria.
Los Igbo creían que cada persona albergaba dos almas: una, el ego eterno*19 o Maw y otra, la fuerza vital que muere con el cuerpo o Nkpuruk Obi.
Sin embargo, si un alma no regresa, el cuerpo perece.
Cristales y espejos
Por eso eran tan importantes para ellos aquellos cristales y sobre todo espejos que les permitían engañar a los malos espíritus, para que deslumbrados atacaran esos objetos ‘imagen del alma’ que no a las almas reales de los vivos.
También por eso y antes de que les llegaran o accedieran a ellos, gustaban de los metales o cualquier cosa que al bruñirla reflejara luces.
Lo que como sabemos y con sus términos propios cada pueblo, era una creencia común en prácticamente casi toda África.
Como entre los vivos, también hay una jerarquía en el reino de los espíritus. Hay un Rey de los Espectros el Eze Ala Maw; y un espectro o aparición que se manifiesta el Onwu, que se muestra como un esqueleto y capaz de dar muerte a una persona golpeándola en el cuello con un cayado. Luego está Asasaba, el barquero, que lleva a las almas de buen comportamiento por el río de la muerte para que se reencarnen en otros seres vivos, animales o árboles.
A pesar de las grandes diferencias existentes entre cada grupo, todos creen en la reencarnación y que esta se produce en función del comportamiento que el alma tuvo cuando ocupaba el cuerpo de una persona viva, por lo que la reencarnación es un premio o castigo en función de dicho comportamiento.
Nduen Fobara
Y para los Igbo, alguien con un buen comportamiento se convertiría en un elefante, leopardo o bóvido, en función de su estatus, pero un Bakama, alguien con ‘alma buena’ haya sido lo que haya sido en vida, optará a renacer en un árbol, el súmmum; pero quien sea un Amuneke, aquel que tiene un ‘alma malvada’ estará condenado a convertirse en pasto.
Como ya se ha adelantado, meses o hasta años después, al fallecido se le brinda un segundo ritual funerario más solemne si cabe que el primero, pues una persona aún no está enterrada en el pleno sentido de ‘despedida adecuada’, hasta que no se lleva a a cabo la ceremonia de entierro popularmente conocida como Okwukwu o Ifu onu. Así él podrá ser un Nduen Fobara el ancestro de pleno derecho que velará por los parientes que dejó en este mundo de los vivos.
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